sábado 27, abril, 2024

No lo soñé, me juro que era Paul

 

Raúl Adalid Sainz

«Ah caray», me dije, «¿qué no es Paul Newman?». Era extraño, «Butch Cassidy», estaba en un restaurante de chinos en Torreón y eso no era cosa común. Era de noche ya, me curaba un desamor y cenaba a solas acompañado de una cerveza. 

 

Aquel hombre cenaba en su propia compañía. Cabello entrecano. Y algo resaltaba en su faz: unos grandes ojos azules. Él comía muy en paz. No podía dejar de verlo, pero con la debida prudencia. Un gesto de él, al limpiarse la boca con una servilleta, me hizo recordar a aquel abogado borrachín que interpretó en el «El Veredicto». 

«Sí, tenía que ser él», y volvía a verlo para precisar. Parecía aquello de película. ¿Qué tenía que hacer Paul Newman en un restaurante de chinos en Torreón? Pidió una cerveza. Estaba de lo más natural. No había casi nadie. Sólo su mesa, la mía y la de los dueños (una pareja de rasgos orientales) al fondo del local. De repente llegó su cuenta. Pagó, tomó un palillo de dientes y se paró. 

Relajado caminó y me sonrió con la mirada. Correspondí con una sonrisa. Salió y tomó por esa calle de altas palmeras en Torreón llamada «La Morelos». Al día siguiente vi en el periódico: «Paul Newman filma en Torreón la película, «Fat Man Little Boy». Me quedé helado. 

La vida es un telón que de repente se abre y te da grandes asombros. Un año después volví a ese Restaurante de Chinos, «El Dragón de Oro». En esa mesa de gabinete donde lo vi, junto a la pared, estaba una foto de Paul Newman, decía: «To My Friends of this lovely restaurant. Always grateful. Paul». Y su firma. 

Paul Newman estaba en la imagen en la mesa de gabinete de aquel restaurante donde lo vi. Una gorrita color de rosa, un bigotito como de los años treinta y una sonrisa alegre y de paz. A partir de ahí, siempre que iba al «Dragón de Oro», me sentaba en esa mesa donde Paul acostumbraba sentarse. 

Ahí recordaba sus grandes actuaciones, oyendo el chocar de las bolas de billar y deslizarse animadas sobre el paño verde de la mesa en «The Hustler», y «El Color del Dinero», o reviviéndolo en mis favoritas de él: «La Gata Sobre el Tejado Caliente», y «El Veredicto». Ese restaurante de chinos, y aquella fotografía no existen más en Torreón. 

¿Dónde iría a parar esa impresión? No lo sé, sólo sé que esa noche no la soñé. Yo vi cenar solo a Paul Newman en Torreón y creí estar borracho o en un surrealismo de fantasía de esos que suelo vivir. Al final de cuentas, la vida es un sueño y se confunde a ciegas con la realidad. Ahí reside su vivaz encanto. ¿Realidad o ficción? Yo ya dejé de preocuparme.

 

Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan

 

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