Raúl Adalid Sainz
Muchas veces te despides de alguien, y no sabes si lo vas a volver a ver. Así me sucedió con Armando. Nos dijimos adiós, creo en la colonia Cuauhtémoc, lugar donde yo vivía en la Ciudad de México. El teatro nos hizo conocernos. Hicimos una obra muy entrañable llamada «El Vuelo» (la emigración libanesa a México), de Antonio Trabulse, Qepd, la dirección, de nuestro querido por ambos, Hebert Darien.
Él nos unió. Armando, además de actuar en la obra, era el asistente de dirección de Hebert. Durante el proceso de ensayos y funciones nos caímos muy bien. Me daba risa que él mismo se hacía llamar: «El galán de Zapotlán», ¡ah!, ese ego de los actores. En realidad era broma.
El buen Armando se parodiaba a sí mismo, porque decía que en su pueblo jalisciense (Zapotlán, hoy Ciudad Guzmán) le decían que se fuera a México a hacerla como actor, le decían que la iba a hacer gacha, porque él era: el galán de Zapotlán. La candidez del buen Armando, era, y es, maravillosa. Una espléndida persona. De esa gente llamada transparente.
Con Hebert pasábamos muchas horas. Gozábamos los momentos aprendiendo de la existencia y del teatro. Un viejo sabio de la vida ese Hebert. Armando y yo éramos muy jóvenes. Una vida por delante y llenos de esperanzas. La obra de teatro terminó. Tuvimos la desgracia que durante la temporada perdimos a Hebert.
Armando sufrió mucho, era su mentor, su padre. Aún recuerdo su cara cuando me dio la noticia en el camerino que compartíamos. Al término de la temporada nos seguimos viendo, pero nos faltaba Hebert. Un buen día ambos desaparecimos. Yo me fui a Torreón, y Armando tomó rumbo desconocido. Al volver a México lo busqué y ya no estaba. Nadie me dio razón de él.
No hace mucho, tres años atrás, lo encontré por el Facebook, algo y mucho de bueno tiene esta herramienta, continuamos la amistad virtualmente y nos reímos. Yo acostumbro terminar mis escritos diciendo: Raúl Adalid Sainz, desde algún lugar de México, Tenochtitlan, recordando al Quijote de Cervantes; pues resulta que Armando sí vive en la mismísima Mancha, en Castilla la Vieja, de España.
Los azares favorables hicieron que fuera a Madrid con mi esposa Elvira, en los albores de este 2025. El 6 de enero, como regalo de Reyes, me volví a ver con Armando en Madrid, treinta y cinco años después de nuestra última despedida. El encuentro fue en “La Puerta del Sol», madrileña. En el mero corazón de un oso y un madroño.
Fue un abrazo hermoso de reencuentro que va en mi alma. Fue reanudar la charla de todos los tiempos. Fue recordar a Hebert, a los compañeros de esa obra, entre ellos, a mi querida actriz Tina French, a esa juventud de queso anhelante de luna. Fue vivir nuestro presente en un lugar inimaginado de reencuentro. Mi amado Madrid.
Nos despedimos, después de pasar un día maravilloso. Armando tomó, ahí en «La Puerta del Sol», el tren que lo llevaría a su hogar. Lo vi por detrás, sin que se diera cuenta, y pensé que ojalá Dios nos diera la oportunidad de volver a vernos. ¡Qué así sea!
Hoy, Armando Moreno Leal, está cumpliendo años. Esta historia está dedicada a él. Deseo que sigas haciendo teatro por la España que amamos. Qué tus huellas de Quijote sigan marcando senda de vida. Al final de cuentas no somos más que juglares de la misma.
Qué Dios te bendiga Armando y que no pasen otros treinta y cinco años para volver a vernos. Ya no llegaríamos. Al menos, así que pasen cinco años, como esos del buen Federico García Lorca. Te queremos amigo y mucho. Queda ese recuerdo de imagen de nuestro reencuentro en la Plaza Mayor madrileña.
Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan