Enrique Martínez y Morales
El nombre de Rosario de la Peña evoca sentimientos encontrados entre los mexicanos. Para unos, representa el ideal de belleza sublime y de valores extraordinarios que fueron capaces de extraer en su honor los versos más hermosos conocidos de algunos poetas; para otros, sobre todo para los coahuilenses, Rosario encarna la figura cruel que con su desdén condujo a Manuel Acuña a la tumba.
El personaje de Rosario es complejo y las posturas radicales son injustas. Más bien creo que contrajo una maldición debido a que su hermosura sin igual, su posición social privilegiada y sus amplias relaciones políticas y literarias se conjugaron con la mala suerte.
Su primera tragedia le sucedió a los 18 años, cuando su prima hermana de nombre Josefa contrajo nupcias con el Mariscal Bazaine, enviado de Napoleón III para concretar la intervención francesa en México. Para los liberales, fue un acto de traición a la Patria que manchó el nombre de su familia.
Tres años después, a sus 21, como acto resarcitorio, se comprometió con un apuesto coronel del ejército republicano, Juan Espinosa y Gorostiza, quien al poco tiempo perdió la vida a manos de un amigo mutuo durante un duelo en el que su enamorado intentaba restituir su honor. Una mala broma y un instigador efectivo causaron la desgracia.
Los mejores años de su vida los pasaría de duelo, con chal y velo negro encima, hasta que las circunstancias del destino, lo precioso de su físico y la desenvoltura de sus formas la llevaron a convertirse en el centro de atención social y principal anfitriona de las tertulias literarias.
Es en este ambiente donde conoce a Manuel Acuña, poeta disfrazado de estudiante de Medicina que cae rendido a sus pies. Quienes satanizan a Rosario por rechazar al saltillense quizá desconozcan que la situación de éste era muy complicada en lo económico, pero sobre todo en lo sentimental, restándole mérito de galán.
Además de no ser físicamente muy agraciado, Acuña estaba a punto de tener un hijo con la poetisa Laura Méndez, lo cual era de dominio popular, como también lo eran sus relaciones carnales con Celi, su lavandera, entre otras mujeres. Para fortuna de las letras universales, de ese rechazo premeditado surgió uno de los poemas más bellos de la literatura hispanohablante: Nocturno.
Cuando José Martí, el libertador cubano, llegó a México, se enamoró perdidamente de Rosario, dedicándole hermosos poemas. Para entonces su corazón estaba ocupado por el también poeta Manuel Flores, con quien no se pudo casar ya que éste falleció de sífilis tras años de agonía. Rosario se quedaría soltera por el resto de su vida.
Este 24 de agosto se conmemora el centenario de la muerte de una gran musa que con su sola existencia aportó enormemente a la literatura mexicana. Su vida fue una tragedia, que no lo sea su recuerdo.