viernes 22, noviembre, 2024

DOGMA DE FE

Marcos Durán Flores

Adiós Camila

En el mes de octubre del ya lejano año del 2011, llegó a nuestras vidas Camila, una perrita bebe, nuestro regalo de cumpleaños para Regina, mi hija menor que en ese tiempo cumplía apenas ocho años. Fue amor instantáneo y las dos se hicieron compañeras inseparables. Pasó el tiempo y a nuestra adorada «Cami» llegaron a hacerle compañía Maggie, Chabela 1, Chabela 2, Tomasa, Leonora, Aquiles y Canelo 

Nuestra casa era un verdadero manicomio, pero cómo nos divertimos, reímos, lloramos y hasta nos enojamos con ellos. Hace poco recordaba con Regina una ocasión en que Camila y Maggie se comieron las tuberías de frenos de dos vehículos que teníamos en ese tiempo. Sucias y llenas de aceite disfrutaron su travesura que puso en jaque la movilidad de la familia por algunos días. 

Rompieron tuberías, ropa, telas de alambre, plantas y de esa tonta aspiración de tener un jardín de fotografía, olvídese: “O matas o patas” reza el dicho popular, y nosotros preferimos por supuesto las patas de nuestros perritos.

Hay quien asegura que la conmiseración con los animales es signo de humanidad, una oportunidad que nos da la vida de querer y ser querido. Aquellos que han amado a un perro podrán entenderlo, pues nunca se trata de “solo un perro”, pues se crea un vínculo emocional parecido al de padres e hijos. Acariciar o hacer contacto visual con un perro, pueden conducir a sentimientos similares de afecto como entre los propios humanos. 

Son amigos que provocaban las mismas preocupaciones que los humanos, pero que, a diferencia de nosotros, nos comparten su amor y lealtad a toda prueba. Como dicen por ahí ya “Quisiera convertirme en el tipo de persona que mi perro cree que soy”.

Hace un par de años murieron Maggie, Chabela, Leonora, Aquiles y Tomasa. Fue un trance familiar muy difícil, pero sabía que volveríamos a pasar por esa terrible experiencia en los próximos años e intenté prepararme para cuando ese sucediera. Y si, como la muerte es parte de la vida, ayer de pronto se nos fue nuestra amada Camila, la primera en llegar a la casa. 

Camila fue una gran perrita. Vivió una vida larga y yo quisiera pensar que fue una buena vida. Al final, se quedó dormida en el sueño eterno. Pero lo que siguió a su muerte ha sido uno de los momentos más difíciles de mi vida, ayer tuve que avisarle a Regina, mi hija que estudia en la ciudad de México, que Camila, su compañera por más de cuatro mil quinientas días y noches, se había ido al cielo de los perritos y perritas en donde ya descansa. 

Sandra mi esposa y mis hijos Regina, Sofía y Rodrigo nos derrumbamos y lloramos, pues para esta familia en donde vivió Camila por trece años. Desafortunadamente, hay poco en nuestra cultura sobre los rituales de duelo para perros y otras mascotas: No hay obituario en el periódico, servicio religioso ni nada que nos ayude a superar su pérdida. Incluso hay quien se siente un poco avergonzado de mostrar en público el dolor por nuestros perros muertos. Quizás si la gente se diera cuenta de lo fuerte e intenso que es el vínculo entre las personas y sus perros. 

Nuestras mascotas dependen completamente de nosotros para alimentarlos, tener un techo, hacerles compañía y recibir atención médica. Pueden demostrar que sienten dolor, pero no pueden decirnos la naturaleza exacta o el origen de ese dolor.

Por estas razones y muchas más, es normal sentir un profundo sentido de responsabilidad por ellos. No piden entrar en nuestras casas: esa fue nuestra elección. Por eso, la pérdida de un perro es tan dolorosa porque perdemos no solo a la mascota, fuente de amor incondicional, sino a un compañero principal que brinda seguridad y consuelo. La razón por la que llegamos a sentir como si un humano muriera es porque, en muchos sentidos, los perros son mejores que nosotros, pues pasan gran parte de su vida cuidándonos.

Y si ayer sepulté junto a mi hijo Rodrigo a cada uno de estos perros, ha sido una de las experiencias más difíciles de mi vida. Ver a mi hijo sufrir y llorar por Camila, al tiempo que intentábamos consolar a larga distancia a mi hija Regina, es algo que me supera.

Así pues, sin lograrlo, quise despedirme de nuestra querida compañera y solo me resta decir que, si los perros no van al cielo, entonces cuando yo muera, quiero ir a donde se fue ella, nuestra hermosa Camila.

 
@marcosduranfl

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