miércoles 12, marzo, 2025

Jóvenes utópicos o continuistas sin quimeras

Luis Alberto Vázquez Álvarez

“El hombre está condenado a ser libre” frase lapidaria del filósofo Sartre, una afirmación filosófica construida a partir de una aparente contradicción retórica. Expresa que la libertad es inherente a la condición humana y cada persona es absolutamente responsable del uso que haga de ella. Es como una sentencia que exige crearse y recrearse a sí mismo eternamente, como Uróboro, la serpiente que se devora ella misma en un eterno retorno: hoy por hoy este proceso pareciera invertirse; me explico:

1968: Jóvenes de muchas naciones buscan cambiar el mundo.

Enero: Primavera de Praga. Adolescentes checos sueñan y luchan por una liberación política; realizan protestas masivas a través de un fuerte intento para obtener derechos ciudadanos y descentralizar su economía, libertades en expresión, comunicación y desplazamiento. La URSS al no estar de acuerdo con estas peticiones invade militarmente la región y es apoyada por los viejos comunistas checos que utilizaron estratagemas diplomáticas intentando dar un perfil de sociedad civil para apoyar el statu quo.

Mayo francés: Grandes protestas universitarias en Paris a las que se sumaron sindicatos y organizaciones populares. Lo más trascendente de esta movilización estudiantil fue la creatividad de sus integrantes que concibieron consignas como: ¡La imaginación al poder! ¡Tomemos el cielo por asalto! ¡Seamos realistas, pidamos lo imposible!, ¿Prohibido prohibir!, ¡Nosotros somos el poder! Los franceses mayores repudiaron este movimiento; por lo que se les cerró el acceso, solamente se permitió a un joven de 63 años participar en las reuniones de aquellos chiquillos imberbes: Jean Paul Sartre, quien cuatro años atrás había rechazado el premio Nobel de literatura y ahora era acogido en uno de los grandes movimientos regeneradores postguerras mundiales.

México, agosto y septiembre: un resquebrajado sistema político con un partido totalitario y todos los demás sumisos fingiendo democracia y conformándose con migajas colapsó ante los universitarios que nos hartamos de las falacias del supuesto “Desarrollo Estabilizador”; este solamente enriquecía a unos cuantos y pauperizaba a la mayoría. Los jóvenes convertimos las calles en escenarios políticos; exigimos cambios sustanciales en lo legal y en lo social. Los viejos nos repudiaron; como siempre nos acusaron con mentiras de ser “comunistas” “ateos que atentábamos contra la iglesia” “Que buscábamos crear una tiranía socialista”; decían que no sabíamos lo que queríamos… cierto; muy cierto; lo que si sabíamos era lo que ya no queríamos.

Salíamos a las plazas, a los barrios y comunidades a realizar mítines a viva voz, boteábamos para recaudar fondos con los que comprábamos telas, cartones, brochas y pinturas y con nuestras manos, muchas veces con letras chuecas y horribles pintábamos mantas y pancartas en las que expresábamos nuestros ideales, utopías y sueños: protestábamos portándolas orgullosa, abiertamente; éramos libres, éramos nosotros mismos. Los viejos no criticaban, repudiaban y hasta mataban.

¿Por qué en las concentraciones del México de estos años los jóvenes no marchan en las manifestaciones convocadas? ¿Por qué son apáticos? Para nada… aquellos jóvenes de los años 1960´s éramos los autores de las protestas; paradójicamente ahora son los adultos mayores quienes las convocan según sus intereses; son manifestaciones con gigantescas mantas elaboradas profesionalmente, pero huecas, puede contabilizarse apenas un insignificante número de jóvenes acompañándolos, generalmente familiares de los dirigentes. Sucede que sus peticiones no responden a lo que la juventud anhela; se quejan estos organizadores de que son abandonados por los efebos y la explicación es sencilla: No ofrecen nada nuevo, sus procesiones son negativas, solamente saben quejarse e insultar, jamás argumentar.

De aquellos jóvenes que éramos utópicos y queríamos cambiar el mundo, difícilmente algunos acompañarán esas manifestaciones porque leemos las propuestas en su versión original, no en interpretaciones ideologizadas. Estos promoventes son tan viejos como nosotros, pero no les vemos nada original. Los jóvenes siempre van en búsqueda de un mundo nuevo, más justo, más humanitario, más equitativo, quieren reinventar a la sociedad; jamás apoyarán la necedad de conservar una podredumbre que pudo ser eficaz en su momento, pero que ahora es una sinfonía chirriante y los conservadores no quieren que se le cambie ni una sola nota; que así siga desafinada. Los jóvenes buscan modelos, no críticos; saben bien lo que no quieren, aunque duden de lo que aspiran; enfrentan la vida con liberalidad y optimismo.

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