Dejar el internet para desconectarse del mundo digital por un año escolar
Salvador Hernández Vélez
Damien Cave escribió en el diario The New York Times el artículo “What We Gained (and Lost) When Our Daughter Unplugged for a School Year”, el 22 de marzo de este año. Habla sobre la experiencia de lo que ganaron cuando su hija se desconectó. Lo que será por un año. Sin duda narra una experiencia para reflexionar sobre este mundo interconectado digitalmente que estamos viviendo y padeciendo. Hoy vivimos conectados a los medios digitales, y no pocos señalan, que ello alimenta conductas que vale la pena analizar, para ver hacia dónde nos llevan y fijar la manera más adecuada para hacer uso de esos dispositivos, que cada día son más invasivos en nuestra vida. Damien Cave reconoce que su promedio diario de uso de su iPhone es de seis horas.
Nos comparte la experiencia de su hija, que está a cientos de kilómetros de su casa, en una escuela australiana, en el monte, donde corre y camina decenas de kilómetros por semana, comparte tareas con compañeros de clase, estudia sólo con libros y, lo más impensable, se pasará todo el año escolar sin internet, teléfono, computadora o incluso cámara con pantalla. Agrega que sus amigos y familiares en EE. UU. apenas pueden creer que esto sea siquiera una posibilidad. Nos comparte en su artículo que su hija de 13 años “dejó su teléfono para ir de excursión, realizar tareas domésticas y estudiar en la naturaleza australiana. Nuestra correspondencia en papel y lápiz abre un mundo inesperado”.
En nuestro mundo, quitarles los celulares a los estudiantes, es inconcebible. Pero en Australia, un buen número de escuelas de prestigio guardan bajo llave todo lo digital por meses. Lo que permite que los jóvenes se relacionen con la naturaleza, aprendan, jueguen, y se comuniquen sólo a través de interacciones de la vida real o con palabras garabateadas en una hoja de papel.
Damien también nos relata que ha sido muy difícil para su familia en casa, estar sin llamadas, ni mensajes de texto con su hija. La correspondencia manuscrita, que sostienen con ella, también les está enseñando a toda la familia más de lo que se habían imaginado. Lo expresa así: “El regalo de la desintoxicación digital que pensábamos que Australia le estaba dando a nuestra hija también se ha convertido en un legado revelador para nosotros: sus padres estadounidenses y su hermano mayor”. Enfrentarse al acto de escribir, enviar y esperar días para que llegue la carta, para conocer lo que experimenta su hija a la distancia, les está cambiando a todos sus formas de vida. Ahora no gozan de la inmediatez de la conexión digital.
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Amelia está en Geelong Grammar, una de las escuelas privadas más antiguas de Australia, que ha hecho de la educación al aire libre una prioridad desde la década de 1950, en el estado de Victoria, en la base del monte Timbertop. Incluso los propios estudiantes ayudaron a construir algunas de las cabañas rústicas donde ahora viven su hija y sus compañeros de clase, cabañas donde las duchas calientes solo ocurren si cortan leña y la encienden en un boiler antiguo. La idea es que ello forme el carácter y genere curiosidad y compasión entre ellos. El actual rey de Inglaterra pasó un semestre en Timbertop en 1966. Y reconoce que es “por mucho la mejor parte” de su educación. Cave comenta que lo más sorprendente de esta experiencia es observar cómo cambia la escritura de Amelia. Las palabras encajan mejor, fluyen con sus pensamientos, transmiten humor, miedo y una mayor conciencia de sí misma que parece provenir de largas caminatas y de estar sin distracciones digitales. Eso no sucede en las redes sociales.
Las experiencias que su hija escribe, muestran la importancia de aprender en entornos que la obligan a gestionar riesgos y asumir tareas difíciles, que la hacen más capaz. A la vez valora el compartir lentamente su vida por cartas escritas a mano. A Amelia, las cartas le permiten hablar a su propio ritmo, compartir lo trivial y privado, alejar el estrés, marcar con tinta las alegrías y las desordenadas y caóticas incertidumbres. Y el lujo de la expulsión de las redes sociales, le permite disfrutar de algo que las cartas capturan y encarnan: el don del libre albedrío. Amelia está lejos de casa a los 13 años, en un mundo donde hay espacio intelectual y los medios para practicar un método para afirmar y explorar quién es, y qué quiere llegar a ser.
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