miércoles 27, noviembre, 2024

Gerardo Moscoso, defeño de nacimiento, gallego y lagunero de crianza

(A un Gerardo a quien agradezco infinitamente lo mucho enseñado de cine mexicano, resguardando a veces mi salud, y por su extraordinaria generosidad humana. Él es otro constructor de la historia teatral lagunera)

Raúl Adalid Sainz

Hablar, y mucho menos definir a Gerardo Moscoso, es tarea fácil. Las etiquetas no le van, no son un traje a su medida. Sin embargo intentaremos trazar una ruta de navegación. Médico de profesión, actor nato, director teatral, cantor de los propios rumbos de su vida.

A Gerardo lo conocí allá por el año 1985, haciendo audición ambos para la obra «La Fiera del Ajusco», de Víctor Hugo Rascón Banda, obra que dirigió espléndidamente Martha Luna. Fue una producción de la UNAM, escenificada en el «Teatro Santa Catarina», del subyugante Coyoacán. Fuimos seleccionados.

Recuerdo que esa misma tarde de conocernos, hicimos sintonía, nos reconocimos del mismo sendero lagunero. Gerardo llegó a los reductos del teatro universitario viniendo de hacer un gran éxito comercial teatral, la célebre comedia musical, «José el Soñador», donde representó a «Jacob».

Moscoso trabajó en «La Fiera del Ajusco» muy caleidoscópicamente sus personajes; todos representábamos varios. Le recuerdo un ciego del páramo ajusqueño, un aturdiente merolico y un entrañable indito. Gerardo tocaba la guitarra en la obra a un coro de decadentes «vedettes», al compás de «¿Quién será la que me quiera a mí?».

«Mosco», como sus buenos amigos lo llaman, nos resultó, amén de simpático, muy profundo en los caminos de su andante vereda. Un hombre que había vivido el negro cruce franquista en España.

Gerardo estudió la carrera de médico en Santiago de Compostela, Galicia. Su gusto musical lo llevó a componer canciones en contra del oscuro régimen. Gerardo es una célula que respira libertad, coraje por defenderla. «El Mosco», nos cautivó.

Aún recuerdo después de un ensayo que nos cantó al grupo un bello poema de su inspiración, una canción amorosa bellísima: «Mariola». Mis referentes claros hacia el cine mexicano se los debo a Gerardo. Un día me dio una charla maravillosa sobre la materia. Haciéndome un pintar hermoso sobre películas, directores, grillos funcionarios, actores, anécdotas.

A él le debo mi profunda admiración a mi gran ídolo cinematográfico: Ernesto Gómez Cruz. Él me decía, «ve sus películas». Al año siguiente, trabajamos como actores con un director ícono ya de nuestra cinematografía por su documental, «Torero», el gallego Carlos Velo.

Vivimos una experiencia única en los bosques de Tlaxcala, en el Palacio de Cortés, en Apizaco. El programa televisivo nunca se transmitió, pero convivir con Moscoso era para mí un libro de vivencias único. Hicimos el trío de trabajos porque al año siguiente participamos en el «Don Juan Tenorio», obra teatral producida y protagonizada por Gonzalo Vega. Gerardo interpretó a «Chuti», el criado de Don Juan.

Logró un personaje maravilloso, una creación muy única, una mezcla de ingenuidad, de pícaro, de temor matizado en el tono cómico. Su trabajo corporal era excelente. Vivimos una gira como de dos meses con esa obra.

Cómo olvidar aquellas funciones en nuestro Torreón en el arrebatador morisco «Teatro Isauro Martínez». Nunca he platicado sobre España, con tal gusto y color, como con Gerardo, en esos largos trayectos carreteros.

La vida lo llevó a conocer al director polaco Ludwik Margules. Trabajó con él en varias obras: «Las Adoraciones», de Juan Tovar, primeramente. Yo le recuerdo un espectáculo de dos obras de Harold Pinter: «Party Time» y «Moon Light», magnífica dirección de Margules.

Al poco tiempo representó «El Don Juan» de Moliere, también con dirección de Ludwik. El cine lo vivió Gerardo desde la médula. Fue extra, productor ejecutivo («El Color de Nuestra Piel», dirigida por don Alex Galindo, «Antonieta», de Saura, «Playa Azul», dirección de Alfredo Joskowicz), médico de rodaje y de planta en «Los Estudios América».

Actor en cintas como: «Mentiras Piadosas, de Ripstein, «Cronos», Guillermo del Toro, «Sin Remitente», Carlos Carrera, y la última en que lo vi, «Marcelino Pan y Vino», de Gutiérrez Arias.

Actualmente Gerardo hace una labor artística interesantísima: dirige el «Centro Cultural Salvador Novo» en Torreón. En un sector bravo, bravísimo, donde la marginalidad se amalgama con el hambre, con el crimen. Ahí, entre las balas que disputan territorio las bandas delincuenciales, Gerardo hace teatro. Formando muchachos, comunicando espiritualidad por medio del arte del vivir cultural.

La Laguna ganó a un ser humano que tiene una consigna: convivir y hacer por el hombre. Él nunca, como dijo Machado, espera hablar solo, «Quien habla solo, espera hablar a Dios un día».

Gracias Gerardo por tanta generosidad de tu parte, por tantas charlas de cine mexicano, por tanto Ripstein, por tanto Jaime Humberto Hermosillo, por tanto Gómez Cruz, por tanta España, por tanta carretera teatral y de la vida.

¡Que Dios y la luz te cuide siempre!

PD: Texto elaborado en 2014. Hoy lo retomé y le hice unos pequeños agregados que el tiempo y el alma me han dictado. Descansa muy en paz Gerardo. Fue mucho lo que diste. Texto dedicado a mi querido Esteban Osorio, pareja de amor profundo de Gerardo.

Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México-Tenochtitlan

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