Luis Alberto Vázquez Álvarez
Cuando en 1961 la filósofa judío alemana Hannah Arendt, pareja sentimental e intelectual de Martín Heidegger, viajó a Jerusalén al juicio del criminal de guerra Adolf Eichmann, responsable de la muerte de cientos de miles de judíos en el campo de concentración Auschwitz, jamás pensó que al crear el concepto ético “Banalidad del Mal”, este sería negado y despreciado en un principio, pero más tarde aceptado por los filósofos morales y que en palabras callejeras podemos traducir como: “Hacer el mal, el más terrible mal, sin sentir vergüenza ni culpabilidad y ser al mismo tiempo, congruente y hasta honesto con sus creencias e ideología”.
Mientras los fiscales israelíes confrontaban a Eichmann con pruebas contundentes de sus matanzas atroces, él permanecía impávido, sereno, no negando los hechos, pero sin sentir culpabilidad alguna, solamente alegando que había “cumplido órdenes” y por ello no era responsable.
Hoy el mundo cruza varios frentes de Banalidad del Mal, de un mal tan terrible que podría significar su final.
Qué paradójica es la historia, justo ante quienes nació este concepto ético y en su propio territorio, en Gaza, hoy se vive una increíble crueldad: la matanza de cientos de miles, tal vez millones de palestinos por las tropas judías que además de asesinarlos con sus armas, impiden que les llegue ayuda humanitaria para que terminen falleciendo de hambre y enfermedades. Bien aprendieron de los nazis y ahora aplican aquellos martirios con mayor crueldad y sin tanta sutileza, encabezados por su sanguinario líder Benjamín Netanyahu.
En Europa una guerra que destruye millones de vidas encuentra dos “idiotas Morales” (personas inteligentes y hasta cultas pero carentes de la capacidad de juzgar moralmente sus propias acciones o las de otros. H. Arendt), en ambos bandos, uno que ordena destruir pueblos enteros con armas aterradoras y enfrente a un corrupto que militariza colonias y edificios civiles para que cuando Rusia, que no lo duda, bombardee áreas estratégicas sea acusada de ataques a ciudadanos inocentes; que se ha hecho multimillonario con el manejo de esta guerra, por ello no quiere que acabe y sigue mandando a sus nacionales y mercenarios a la muerte sin opciones de triunfo.
Pero seguramente el más horrendo criminal banal está del otro lado del Atlántico, en “América”, donde gobierna como dictador y demanda a medios de comunicación por dar a conocer delitos cometidos por él; esconde pruebas de violaciones a niñas de trece años con las que satisfizo sus más bajos instintos, lleva a migrantes a horrendas prisiones con caimanes impidiendo que escapen o inmensas llenas de guardias criminales como el presidente de ese país donde destruyen dignidades y esperanzas; destruye la autoestima personal y nacional y sin embargo es aplaudido por los conservadores mexicanos, en especial por aquellos que presumen de “Humanismo cristiano” y son perfectos hipócritas, taimados miembros activos del narcocartel inmobiliario.
¿Puede haber mayor abominación que enviar cartas amenazadoras a niños que legalmente entraron a USA y ahora se les ordena salir o serán sacados a la fuerza tras castigarlos con deportación, procesos penales, multas civiles, y sanciones ejemplares? Se les ordena: “No intentes permanecer ilegalmente (¿cómo, si entraron legalmente?) … el gobierno federal te encontrará” Es lo que recientemente, esta misma semana, recibieron miles de adolescentes del dictador naranja que es enemigo acérrimo de toda educación y de sus instituciones más emblemáticas. Por ello, para quienes gustamos de la historia es difícil trazar una línea clara y precisa que diferencie a líderes políticos modernos, legitimadores del odio, del asesinato masivo, de la destrucción de la civilización; auténticos Idiotas Morales como Hitler, Stalin, Truman, “Borolas” Calderon, Putin, Netanyahu o Trump. Su banalidad es insuperable, han hecho el mal por el mal y se siente héroes en pasmosa armonía con sus millones de seguidores que no son capaces de distinguir la banal maldad que siempre los acompaña. Bien culmina Hannah Arendt sus obras con frases como: “La violencia puede destruir el poder, pero es completamente incapaz de crearlo» y «El mal, en su máxima banalidad, es la ausencia de pensamiento».