Raúl Adalid Sainz
Recuerdos de un Torreón que era digno de un surrealismo hermoso. Y lo era por natural, por auténtico. Lo que se ve en la imagen, era la antigua terminal de autobuses de «Ómnibus de México». Antes de que hubiera central camionera en Torreón.
Había en esa estación un restaurante para los viajeros. Era común ver lleno el restaurant de noche y en la madrugada. Mucho autobús que iba con rumbos diversos paraba ahí. Torreón es un centro de paso a muchos sitios.
Un día a los dueños del restaurante se les ocurrió incluir menudo. Era buenísimo. El lagunero, tan dado a los festejos nocturnos, llegaba ahí a curarse la borrachera, o a seguirla con un menudito y unas cheves.
Era chistosísimo lo que ocurría con los viajantes de paso que, para continuar su jornada, pasaban al restaurant a tomar o a comer algo. Entraban y se encontraban con un mundo de carcajadas, gente de rostro alegre, y ojos rojos, el lagunero en la euforia. Mujeres y hombres.
El tuti fruti en todo su esplendor. Los rostros de los viajantes era digna de foto. Era como si entraran a una galaxia de un mundo insólito. De un «Mundo Raro», diría José Alfredo.
Esa era la magia de mi Torreón. Esa que poco a poco se pierde por querer ser lo anodinamente correcto. Un Torreón que ofrecía anécdotas de este tipo, por una espontaneidad de conducta. Tan auténticas, sin filtros, que eran dignas del mejor surrealismo.
¡Qué Buñuel, ni que Bretón, ni que Dalí! Y nadie me lo contó, porque muchas veces en esas mesas de la noche estuve yo.
Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan