Raúl Adalid Sainz
Dario Fo, hombre absolutamente preocupado por su mundo, y su sociedad. Nobel de literatura en 1987. Actor, dramaturgo y director. La política, los problemas sociales, fueron una constante en sus obras. Buscan inquietar al espectador: «despertarlo del adormecimiento provocado», decía en más de una ocasión el artista italiano.
En 1983, en el «Teatro el Granero», se llevó a escena un monólogo de Fo, llamado, «Sucedió Mañana». La actriz fue mi querida Adriana Roel, la dirección del mago hechicero Julio Castillo. Aquello era el mundo de cuatro espejos de mujer: una hippie en busca de su hijo, una maestra de actuación, una mujer torturada por sus convicciones políticas, y la última, una convencional ama de casa.
Las cuatro con dos preocupaciones: su rol como mujer, en un siglo xx convulso, individual, machista y, por otro lado, la imposibilidad y deseo de tener un hijo. Adriana estaba maravillosa, conmovía, estrujaba su actuación tan comprometida. La dirección de Julio Castillo, amén de haber trabajado muy bien la orquestación emocional actoral, era de una poesía hechizante.
Un manejo del espacio, ritmo y tono, preciso. Julio provocaba clima y atmósfera en sus obras. En esos cuatro monólogos imperaba la desesperación, la impotencia, la rabia, el dolor, pero habitaba un halo de optimismo final.
Una imagen que nunca olvido es la de Adriana en una bicicleta estacionaria hablando del hijo que nunca tuvo. Empezaba a pedalear más y más fuerte, diciendo: «¡Quiero tener un hijo, quiero un hijo! «, la velocidad aumentaba hasta que la llanta quedaba girando convulsamente, ella quedaba suspendida, sin pedalear, erguida, la cabeza hacia atrás, con los ojos cerrados, sostenida al manubrio. Memorable.
Eran las grandes imágenes con que Julio Castillo nombraba instantes de la vida. Un poeta- hechicero del escenario. Uno no salía igual del teatro, que cuando había llegado. Un mensaje poderoso había sacudido tú conciencia, al ver una obra dirigida por Julio.
Aquella noche plena de vida teatral, sacudió mis entrañas, tenía veintiún años, estudiaba mi carrera teatral y estaba siendo inspirado por aquellos maestros. Veintinueve años después, Adriana fue mi madre, en un cortometraje del CCC, llamado «Lagunas», la dirección fue de Laura Baumister.
Durante esa filmación, le recordaba a Adriana aquella noche teatral que tanto me impresionó. Los ojos de Adriana susurraban un pasado colmado de absoluta vida. A veces los enamoramientos teatrales hacen que a la postre conozcas a sus protagonistas, y tengas la dicha de expresarles tu amoroso sentimiento. Yo siempre recordaré aquella noche de Fo, Roel y Castillo, como un gran suspiro de amor teatral.
Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan