viernes 3, mayo, 2024

Un paseo con mi madre por el centro de Torreón

(Un Torreón que quizá existió o tal vez sólo lo soñé.)

(A la memoria de Sarita)

Raúl Adalid Sainz

Serían las nueve y media de la mañana, y tomábamos un camión en la esquina de Dalias y Laguna Norte en esa bella colonia llamada «Torreón Jardín». La ruta de esos camiones verdes llamados «Torreón Jardín», cubría de ese sector hacia el centro. Tardaban un mundo en pasar. Yo escuchaba el canto de las torcasitas, mi madre me decía que era un tecolotito el que cantaba:»cul- pap..cul-pap».

En verdad lo creía. Era un niño de siete u ocho años. La aventura comenzaba al pasar el camión. Ya una vez abordado, éste tardaba unos cuarenta minutos en llegar al lugar de la bajada que generalmente era en la Rodríguez e Hidalgo. De ahí a una institución bancaria llamada «Banco Internacional del Norte», sentía la mano de mi madre en la mía. Al entrar recuerdo en un mural, unos señores pintados en rojo en cuclillas viendo hacia un río inmenso y caudaloso.

Años después supe que era el padre «Nazas», aquellos hombres, mujeres y niños agradecían sus bondades. Ignoro aún quién haya sido el pintor. Y enfrente estaba la sensacional cafetería llamada «La Americana», situada en la Juárez, entre Rodríguez y Acuña. Ahí me esperaba un delirante pastel de fresas con crema. Mamá tomaba su café con bisquets. Muchos señores que hablaban, que fumaban, que arreglaban el mundo.

Escuchaba que «El Laguna», que «El Torreón», eran los equipos de futbol de la comarca en esos años. Escuchaba los nombres de «Kuri», del «Bambino Veira».

Enseguida tomábamos camino ahí donde estaba un inmenso toro negro pintado en un mural que daba marco imponente a la entrada del negocio, era la empacadora «El Toro». Las especies de salamis, mortadelas, el olor a jamones, a mucha clase de embutidos, era maravilloso. Muchos años después conocería al hijo del dueño, el actor Héctor Kotsifakis. Su padre griego. Emigrante. Como muchos llegados a Torreón del viejo continente.

La aventura continuaba por el «Mercado Juárez». Ahí recuerdo los dulces del llamado «Duraznito». Las cocadas, santo Dios. Nuestros viajes hacia la «Ciudad de Paris», «es una tienda francesa», me decía mi madre. «Mira, esos señores güeros son los dueños». Eran, según esto, unos franceses, más bien creo que me cotorreaba y se divertía.

De ahí, surcábamos enfrente, a otra tienda llamada: «El Puerto de Liverpool». Siempre recuerdo telas multicolores en ese lugar. En la calle Juárez aún vislumbro una tienda de un viejito español de boina negra, era el señor Octavio Suárez, su tienda «Los Viñedos», un queso menonita riquísimo le compraba mi madre: «Sello de Oro».

Así de la mano de mi madre recuerdo tantas cosas: Las fotos que se revelaban en «Reyes G», la compañía de luz y el pago de recibos en la Valdez Carrillo, el recuerdo de la plaza bañada por el rubio sol incandescente lagunero, los señores españoles del café «La Rambla», los novios del café «Los Globos», ambos en la calle Cepeda. En la esquina de esa misma calle «Mercantil Cepeda», ahí mi madre me compró mi primer disco LP, ahí donde venía «El Triste» y «Mi Niña», ese del querido «Príncipe», José José.

La calle de esas inmensas palmeras, casi árabes, de talle largo, esas de tonalidades verde café, esas que daban sello y nombre a la avenida Morelos.

Ahí la «Farmacia Madrid». Los churros vespertinos de la panadería «La Marquesa» y en la noche restaurantes señoriales como «La Calesa» y el mundo libanés con «El Cairo». No puedo olvidar el acompañarte a tu mundo de fe. Ahí en la iglesia de Guadalupe. Rezando a tu amigo «San Juditas Tadeo». «El primo de nuestro señor, persígnate», me decías.

Las compras. Los asuntos de mi madre. Los paseos por el centro torreonense terminaban tomando el camión de regreso en la Juárez, ahí en la acera del mercado que el benemérito de Oaxaca le daba nombre. Una vez abordando el camión yo dormía el camino de regreso, sentía la mano de mi madre en mi hombro despertándome: «Ya llegamos».

Hoy, con los ojos abiertos, siento que aquello fue un sueño. Que fue ayer. Que no han pasado tantos años. Que aún siento la mano de mi madre en la mía. Su mano guiándome por aquel centro bañado de sol. Cuánto camino, cuántas aventuras, cuánto cine en el «Nazas» y «El Princesa», en ese centro de mi tierra que sé que sí existió.

Si me dijeran pide un deseo, seguramente elegiría un paseo por el centro de mi querido Torreón, al lado de mi madre Sara.

Dedicado a todos los que recuerdan ese centro lagunero que muchos años tuvo vida y de la buena. Ojalá se restablezca.

Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan

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