Raúl Adalid Sainz
La cita fue muy temprano en el aeropuerto de la Ciudad de México. Cuando llegué al aeropuerto el maestro De Tavira ya estaba ahí. Un hombre que sabe conducirse en los aeropuertos. Sacó su pase de abordar, etiquetó su pequeña maleta, y nos fuimos a desayunar. Ligero de equipaje. Le decía a mi esposa, Elvira Richards, que no hacía ejercicio, que estaba delgado ya de estructura y por una fuerte operación a la que había sido sometido.
Abordamos rumbo a Torreón. Por las ventanillas vimos la imagen de los volcanes (el Iztla y el Popo), límpidos. La disposición del maestro Luis, era magnífica. Durante la hora y media de vuelo, nos fuimos platicando.
Recuerdo que recordamos un poco aquel montaje que hicimos sobre la expulsión de los jesuitas. Un texto de José Ramón Enríquez. De hecho, ahí nos conocimos en el año 2011. Recordábamos a Rogelio Luévano y a la gran actriz Virginia Valdivieso. Dos espíritus libres laguneros con quienes el maestro convivió mucho.
Me preguntaba si todavía hacía teatro en Torreón Alejandro Santiex. «Yo no lo conocí», le decía, «tengo entendido que él era de Saltillo, pero según sé, falleció». El maestro Luis recordaba que en la carretera, entre Saltillo y Torreón, lo apresó un comando de policía. «Y por qué «, le preguntaba, «por una obra que el gobierno consideró peligrosa», era la representación de «Esperando al Zurdo». Obra potente, de denuncia, fundamental dentro del teatro social norteamericano. La obra no pudo representarse en Torreón.
Luis De Tavira llevaba esos recuerdos y me los platicaba. Era el inicio de un viaje que nos acercaba. Nuestro contacto era cálido, pero siempre era un tanto la relación, actor- director y maestro. Ahora estaba conociendo más al ser humano. Rememoramos al «Centro de Experimentación Teatral», que el máster dirigió a mediados de los ochentas.
Salió a la plática mi querida Marthita Navarro, qepd, actriz miembro de esa compañía teatral. Hablábamos del bullying del que mucho se quejan los jóvenes en su instrucción preparatoria actoral. «El maestro ya tiene que ser muy cauto en su tutoría, pues teme hasta una demanda», me decía preocupado y contrariado. «Grandes docentes han preferido retirarse».
Le confesé lo difícil que había sido para mí, el proceso de dirección de él, en el montaje de «Pequeños Zorros». No encontraba lo que el maestro quería de mí interpretando al personaje (Horacio Giddens). Le comenté cómo se había revelado éste faltando menos de una semana para estrenar. De repente fui yo muy enfermo al ensayo. A nadie le dije de mi fuerte malestar. Y al terminar el mismo, el maestro me gritó entusiasmado: » Ahí está, ya lo tienes».
Por sentirme tan jodido, no sabía ni lo que había hecho. Pero sí recordaba el estado sensorial en el que estaba. «Esa fue mi única ruta de navegación durante toda la temporada». » Me va a llevar la chingada, pero no me voy a rajar», le comentaba al maestro, lo que pensaba y pasó, dos años después del montaje de aquella inolvidable obra en el Teatro de Santa Catarina.
Bendito Dios no me llevó la fregada. Salimos salvados. El maestro Luis escuchaba muy atento mi relato. Descubría como todo lo relacionado con lo que pasa el actor durante su trabajo le interesa sobremanera. Ese hecho salió a colación porque si yo hubiera huido, evitando lo difícil que me resultaba el proceso de ensayos, nunca hubiera encontrado esa revelación que fue un «eureka» salvador para mí. La enfermedad me brindó un camino. El personaje que representaba era un moribundo, al final de cuentas.
Llegamos a Torreón. El motivo del viaje, ni les he contado, era presentar mi libro «Historias de Actores» (un recorrido por el mundo teatral y cinematográfico). El evento sería en la noche. El maestro me iba a presentar mi libro y además me había hecho el prólogo. Todo un sueño cumplido. El caso es que llegamos al hotel, nos instalamos. Durante el camino, veía al máster que observaba por las ventanas de la camioneta que nos transportaba el panorama. Al ir a nuestras respectivas habitaciones vi que su mirada observaba el árido escenario de mi ciudad. Le dije un texto de la última obra que habíamos hecho, «El Corazón de la Materia». «Bendita seas tú áspera materia», y le agregué de mi cosecha, «puros cerros pelones, maestro», asintió y dijo: «qué padre».
Nos quedamos de ver para comer. Le pregunté si le gustaba la carne, me dijo que sí con gusto. «Lo voy a llevar a un lugar maravilloso». Me lo llevé a la catedral del buen comer en Torreón; al restaurant: «La Majada». Cuando llegó la carne a nuestra mesa se sorprendió. La probó e hizo un gesto de deleite. «Déjame tomarle una foto a estas maravillas para mandárselas a Chema», Chema es su hijo, el querido actor José María De Tavira.
Pasamos unas horas deliciosas. El maestro y yo hablábamos de nosotros, de nuestras vidas. Yo veía la calle, por las ventanas del restaurant, al que iba desde niño, y me decía: «esto es un sueño».
Recordaba cuando estudiaba teatro, siendo muy jovencito en Torreón, y nos hablaban, los que sabían, que en México, en el «Centro Universitario de Teatro», se escenificaba la «neta del planeta del teatro», aquel mítico lugar lo dirigían Héctor Mendoza y Luis De Tavira.
Muchísimos años después de eso, comía en mi tierra, con ese ícono de nuestro teatro. Y todavía faltaba lo mejor; que mi niño literario naciera en el origen. «Vas a sentir muy bonito, cuando lo veas», me dijo cariñoso el máster.
Nos retiramos a descansar un poco antes del evento. «Me llamas, no me vaya a quedar dormido». Como a las siete nos vimos en recepción. Un Starbucks estaba enfrente. «Vamos por un café para despertarnos», me dijo el maestro Luis. Antes de bajar al lobby veía el comienzo del partido de futbol de México contra Argentina. Mismo que el TRI perdió, como es una costumbre ante los gauchos.
Ni dormí, ya estaba nervioso. Platicamos de futbol. A Luis De Tavira le gusta mucho el balompié. Hablábamos del fut mexicano, de Ferreti, de su ex compañero de estudios en el «Instituto Patria», jesuita, el gran Manolo Lapuente, «Manolo ya está viejo para dirigir la selección, se necesita una verdadera renovación», me decía en la pasión del tema, ese gran intelectual y creativo, que nadie creería que el futbol lo apasiona.
Así nos fuimos hasta llegar al «Anexo Cultural», del bellísimo Teatro Martínez, lugar del nacimiento de mi libro. Los aconteceres fueron maravillosos. Luis De Tavira me arropó dada mi nula experiencia en las lides de presentar un libro. Esa noche nacía también como escritor. Un ídolo literario a emular encontraba eco, era el escritor jalisciense Juan José Arreola. Actor, comunicador y por supuesto gran escritor. Siendo adolescente me inspiró mucho ese señor.
Gente muy querida en el evento, que estuvo lleno hasta el tope. Mi familia, mi compañera de vida Elvira, mi hermano amigo, que ya se me fue, Jorge Hernández, y gente entrañable que tenía años de no ver. Fui al origen con las alforjas llenas. Deseoso de narrar mi paso por los escenarios, mi amor por los actores, el teatro, el cine, v la vida por entero.
Todavía nos fuimos a cenar con mi familia y mi gran amigo Jorge, con el maestro. El seguía contento. Firmó a raudales ejemplares de mi niño literario. El maestro era casi un rock star. Los laguneros asistentes le brindaron su admiración y cariño. Así son mis paisanos. Cuando tomé la palabra estaba muy emocionado. El recinto lleno hasta los topes. Un ambiente de contento. Recuerdo que dije cuál Serrat: «De vez en cuando la vida nos besa en la boca y a colores se despliega como un atlas».
Llegamos al hotel, todo se había escrito ya por esa inolvidable noche. Nos abrazamos con cariño, y di las gracias al maestro Luis De Tavira por hacer posible que mi vocación se desarrolle. «Buenas noches maestro», «Felicidades Raúl», dijo el máster con una mirada tierna y contenta.
Doy infinitas gracias a Sofía García Camil, directora de la Secretaria de Cultura del gobierno del Estado de Coahuila, por hacer posible el nacimiento de ese mi primer libro. Gracias también a otro ángel, Lupita Richards, por su enorme apoyo.
Todo este anecdotario de un día en Torreón con Luis De Tavira, sucedió un 16 de noviembre del año 2018.
Hay fechas que quedan impresas en ti, para nunca borrarse, de tan hermosas que fueron.
Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan