Luis Alberto Vázquez Álvarez
Muchos filósofos y legisladores construyeron una moral social y política partiendo de concepciones religiosas. No debe, no puede reducirse la religión a lo moral, ni la moral jurídica debe poseer religiosidad. Uno de los problemas más agudos de la ética cívica, históricamente planteado, es encontrar el origen de las normas que guían la conducta humana en mandatos divinos, sin embargo, ninguno satisface las inquietudes ético-jurídicas.
La temporalidad de los principios humanos supone valores supremos por breve período en una sociedad siempre dinámica y en constante evolución. Es importante destacar que, si bien el origen de la moral se ha encontrado siempre unido al fenómeno religioso, no deben confundirse; la modernización de las relaciones humanas plantea una auténtica separación a lo teológico de lo jurídico y evitar una dependencia hacía aquella.
¿Existe hoy realmente ese desprendimiento?; ¿Es factible fundamentar filosóficamente una moral social válida para cualquiera desligada de la religión?
El filósofo John Locke en su “Carta sobre la Tolerancia” (1689); precisa algunos conceptos humanísticos que nos ayudan a comprender ese pensamiento laico: “…el hombre, en estado de naturaleza, posee una libertad tan grande que lo hace Señor absoluto de su propia persona y de sus posesiones y súbdito de nadie”. Luego en el Tratado sobre el gobierno civil (1660), cuestiona: ¿Por qué decide mermar su libertad al someterse al dominio y control de otros poderes?
¿De qué poderes habla Locke?: Iglesia y gobierno civil.
De la iglesia cristiana le preocupa su actuar antievangélico cuando suprime la caridad, la humildad y la buena voluntad que exige su doctrina; persigue cruel e implacablemente aquellos que no son de su ideología política, pero es tolerante con quienes la apoyan económicamente, aunque sean asesinos y ladrones.
Gobierno civil, el otro poder que somete al hombre social; Locke lo define como “… una sociedad de personas constituida solamente para procurar, preservar y hacer avanzar los intereses de índole ciudadana”: (vida, libertad, salud, descanso corporal y posesiones materiales); las cuales el magistrado civil asegurará mediante la ejecución imparcial de leyes justas de carácter general, castigando a quienes violen los derechos de los demás y, sin que priven en él, preferencias de ninguna especie, en particular las de carácter religioso, aún y cuando se sintiese inclinado al beneficio exclusivo de la institución portadora de su fe.
Locke exige “distinguir exactamente entre las cuestiones del gobierno civil y de la religión, fijando las justas fronteras que existen entre uno y otro”. Ni la iglesia puede utilizar la fuerza para salvar las almas, ni el magistrado podrá usar la fuerza civil para ello, ya que las funciones y fines de ambas instituciones son diferentes. “El gobierno civil no puede dar nuevos derechos a la iglesia, ni la iglesia al gobierno civil ya que ambos son distintos y separados” Acusa a los jerarcas eclesiásticos que movidos por la avaricia y el insaciable deseo de poder, utilizan la ambición inmoderada de los magistrados civiles mezclando y confundiendo las dos dimensiones iglesia y estado.
Históricamente la jerarquía católica de todo el mundo, desde que Constantino convirtió al cristianismo en religión oficial del Imperio Romano, arrinconó los principios esenciales de Cristo: humildad, hermandad y caridad. Muchos trataron de recuperarlo como Martín Lutero y su reforma; otros buscaron destruirla (Revolución Francesa, bolchevique y varias más).
En México esta cronología de complicidades eclesiales posee identidad: 1820: Conjura de la Profesa y entronización de Iturbide. 1862: Tratado de Miramar y porteo de Maximiliano; 1926: Guerra Cristera. La verdad es que todas estas movilizaciones eran destructivas, nunca a favor de algo; siempre han pretextado defender algún valor, pero su cometido innegable ha sido animadversión contra lo transformador. En la Conjura de la profesa se pretextó la independencia; realidad: lucha contra la Constitución de Cádiz; En la invasión francesa; “fueros y religión” la conflagración era contra Juárez y sus reformas laicas. En la Cristiada: defender la religión, el fondo era contra Calles y sus leyes revolucionarias. Eso explica el furor, odio y furia que tanto los caracteriza.
Hasta ahora nada ha cambiado; se siguen desatando guerras y movimientos en defensa de la democracia y la libertad; en realidad buscan mantener privilegios y rapiña sobre las riquezas nacionales. ¿Coincidencias históricas?