Enrique Martínez y Morales
Al terminar la cruenta batalla de Solferino en el norte de Italia a mediados de
1859, el escenario era desolador: más de 40 mil hombres se esparcían
heridos, abandonados a su suerte. Ante esa estampa, un banquero suizo
llamado Henry Dunant y provisto de un alma piadosa, un corazón
humanitario y una mente visionaria, puso manos a la obra y organizó a los
lugareños para socorrer a las víctimas, sin importar si eran franceses,
austriacos o italianos.
Tres años después plasmaría sus vivencias y sus reflexiones en un texto que
sería la simiente de lo que se convertiría en la Cruz Roja, cuyo objetivo sería
atender a los heridos de guerra, sin importar su nacionalidad, religión o raza,
mediante la participación de voluntarios preparados para ello.
En 1901, Dunant sería galardonado con el primer Premio Nobel de la Paz y
sus postulados humanitarios darían origen a la Convención de Ginebra. Pero
su principal legado sería la creación de la Cruz Roja, benemérita institución
que sigue salvando vidas, todos los días.
La presencia de la Cruz Roja en México data de principios del siglo pasado,
aunque fue hasta 1910, mediante decreto expedido por el presidente Porfirio
Díaz, cuando se institucionalizó. Su lema resume su filosofía: “Seamos todos
hermanos”.
Desde entonces la cantidad de las delegaciones dispersas por el territorio
nacional ha crecido como la espuma, llegando a más de 550. Algunas cargan
muchos años a cuestas, como la de Monterrey que tiene 93 o la de Saltillo,
que recién celebró su 80 aniversario.
Desde hace mucho tiempo no hay heridos qué atender a causa de
revoluciones ni guerras civiles en nuestro país, pero sí que existen, y cada vez
más, los que dejan a su paso la inseguridad, los accidentes y los desastres naturales. Los terremotos y los huracanes siguen golpeando con fuerza nuestra geografía, las urgencias cardiovasculares repuntan y nuevas epidemias, como el Covid, atacan sin piedad. En todos estos casos la Cruz Roja está presente y salva vidas.
Sirva este texto para reconocer y homenajear a los socorristas, paramédicos,
enfermer@s, doctor@s, camiller@s, choferes de ambulancias, personal
administrativo, religios@s, presidentes y expresidentes de los patronatos de
las delegaciones y las damas voluntarias quienes, como mi madre, han
dedicado parte de sus vidas a salvar otras.
La Cruz Roja ya comenzó su colecta, nos necesita. Es momento de demostrar
solidaridad y que todos somos hermanos. Como dijo un connotado
saltillense, don Jesús de Valle Arizpe: “nadie es tan rico que no pueda
necesitar a la Cruz Roja, ni tan pobre que no pueda ayudarla”.