(Para Ludwik, aquella pipa, y aquel entrañable Foro de Teatro Contemporáneo.)
Raúl Adalid Sainz
Tuve un sueño revitalizante, de sumo contento. Estaba en un teatro de estructura moderna interesante. Amplio. De esos de atmósfera y paredes negras, un frente y un lateral. Una obra se desarrollaba. En escena sólo dos actores: Luis Miguel Lombana y Arturo Ríos. La había visto dos veces.
El resultado era extraordinario. Ambos actores estaban maravillosos. Revelaban mundos. Esa tercera ocasión que asistía no estaba sentado en el lugar adecuado. Estaba al lado de dos grandes amigas actrices: Ángeles Cruz, y Sophie (asistente del querido director de casting Luis Rosales).
Algo pasaba. Los actores no estaban en el tono adecuado. El correr del primer acto era espeso. Aburrido. Tres espectadores hablaban. Luis Miguel iba a callarlos. Me sentía cansado. Veía el escenario en bruma. Algo sucedía. Tina French era la asistente del director. El gran Ludwik Margules.
El texto era de Henrik Müller. Tina nos saludaba y se despedía de inmediato: «Ya me voy, Ludwik pidió hablar con los actores», «uuuy, debe estar muy enojado», «no, Ludwik ya no se enoja». Un actor, dentro del sueño, aparecía, hablaba que ya había visto la obra cuatro veces, y que un día Ludwik lo había invitado a ver un ensayo.
Decía que le sorprendía del montaje la economía del movimiento escénico. En ese ensayo al que asistió, Ludwik pedía a los actores más continente en su interpretación, más chocolate. En el sueño veía a Ludwik como en una yuxtaposición de imagen. Quería ser más explícito al citar que quería más continente en la interpretación de Arturo y Luis Miguel. Más planos de realidad, concluía yo dentro del sueño.
Un ensueño surrealista pero muy revelatorio para mí. Sentía el deseo enorme de estar en ese teatro de rigor creativo. De gente pasional. De Actores locos (ellas y ellos) y grandes intérpretes. Gente comprometida. Me sentía inspirado en el sueño, vivo, bello y creativo. El cuerpo, alma, y mente, listos para la escena. Sentía esa claridad de los inicios. Ese querer cambiar el mundo por medio del teatro.
Hoy, ya despierto, recordé mi época de estudios de actuación en el «Foro de Teatro Contemporáneo», con Ludwik Margules. El trabajo actoral de contención. «El actor debe ser un volcán en ebullición, cara de palo, todo está en su barriga». Cuando oía eso, imaginaba a las grandes actrices y actores de Bergman: Liv Ullman, Bibi Anderson, Max Von Sydow, Erland Josephson. Bergman, Strindberg, Ibsen, Chejov, ¡cómo eran citados por Ludwik!
¡El teatro tan bonito! Los directores, los grandes guías maestros, mis cuates los actores, el escenario, la creación, los mundos que nos atrevemos a revelar mientras todo mundo duerme. El actor duerme y puede soñar cosas hermosas, como éstas. Quizá por eso me era necesario revelarlas. Quizá también, para un día decirme, que el teatro salvó mi vida.
Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan







