sábado 23, noviembre, 2024

TIN Y TINA

Incómoda y dispareja, siniestra y efectiva. Es un filme de terror psicológico que deja varias interrogantes en el camino y unas secuencias inolvidables que merecen su visionado con calma, porque se trata de un título indispensable en la variada cartelera de Netflix

Víctor Bórquez Núñez

Este impactante filme español se inicia con una definición -qué es la teofanía- y una secuencia brutal: recién casada, en la puerta de la iglesia, Lola sufre un aborto y pierde a su bebé y queda impedida de concebir. Esta tragedia lleva a la mujer y a su marido, Adolfo, a visitar un antiguo convento donde las monjas entregan en adopción a niños desamparados y abandonados a su suerte. En ese lugar es donde encuentran a Tin y Tina, dos pequeños albinos de siete años que se ganan de inmediato a la pareja con su dulzura, sin saber qué les espera al acoger a estas criaturas que, a medida que avanza el metraje, se van revelando como auténticos demonios o ángeles expulsados del Paraíso.

Volvamos a la secuencia inicial. Su planificación es brillante y sus connotaciones brutales: la cámara navega en lo alto de la iglesia mostrando sus detalles ornamentales y baja para ubicarnos en el tramo final de una boda. Minutos más tarde, en la puerta y delante de todos sus seres queridos, la protagonista sufre un aborto y la sangre mancha su blanco vestido, en una atrevida asociación de la pureza con el pecado. En apenas cinco minutos se ha revelado para los espectadores el tema central del filme: la oposición de lo pagano con lo divino, del dolor con el placer y del mal contra el bien.

Con la sutileza de este tipo de detalles, Tin y Tina se alza como una película que trasciende el mero terror para adentrarnos en un universo perturbador y terrorífico, sobre todo por la presencia de los dos niños protagónicos que, subrayados en su diferencia (son albinos) y martirizados de diversas formas (sufrieron penitencias en el convento y son acosados en el colegio por un matón), se van comportando cada vez más extremos en sus conductas, rayanas en el fanatismo religioso y el desarrollo de peligrosos juegos que se tornan siniestros.

En estricto rigor, esta filme no es solo un thriller terrorífico, se encamina por el lado de la comedia negra mordaz y provoca desasosiego, sobre todo con escenas molestas como la de la mujer amarrada en cama y acosada por los pequeños o aquella -notable- de la secuencia en que la madre recoge huevos, el padre mira el partido de futbol y la tragedia está a punto de provocarse en la piscina.

El director Rubin Stein sorprende gratamente con su primera película, que recoge el ambiente claustrofóbico de esa obra maestra que es “El bebé de Rosemary” de Roman Polanski y ciertos guiños, sobre todo en el ambiguo final, a “La Profecía” de Richard Donner. Y no deja de ser meritorio que nos remita a piezas tan consagradas del cine, ya que esta película brilla en la cartelera porque su ambiente es perturbador y provocador.

Resulta conveniente destacar que Tin y Tina es una película de terror alejada de los estereotipos que tanto fatigan en estos días -acá, por ejemplo, no cuenta con ese típico juego de efectos especiales- y trabaja sobre las sugerencias, lo no visto (el sacrificio del perro) y la ambigüedad permanente (un final que debe ser explicado).

Tin y Tina gana en intensidad cuando sugiere y provoca, cuando encierra a los protagonistas y los enfrenta en la cotidianeidad que se deforma y adquiere ribetes cada vez más grotescos.

Lo más perturbador es que todo se exacerba con la presencia de dos niños en medio de este ambiente demoníaco, obsesionados por la interpretación literal de la Biblia, fanatizados con la idea del pecado y el castigo como camino para la liberación del alma. Su sola aparición provoca escalofríos en los espectadores y a través de ellos alcanza cuotas de pura tensión psicológica, como en el incendio y la desaparición del recién nacido.

Como filme no deja indiferente a nadie y es una excelente manera de abordar temas universales como la familia, el miedo a la soledad y el rol que a veces asume la religión mal encauzada.

A nivel actoral, la madre que interpreta Milena Smit va de lo dulce a lo paranoico, con sutiles cambios físicos y demuestra su madurez, ya apreciada en el filme de Pedro Almodóvar, Madres Paralelas, aunque acá hay mayor posibilidad de lucimiento. Su personaje llega a sostener un plano secuencia de casi 20 minutos en donde ella va y viene sumida en el mismo desasosiego que el espectador.

Si bien Jaime Lorente también destaca como el padre, aunque hizo falta mayor lucimiento de sus evidentes dotes actorales de amplio registro interpretativo. Su rol como el padre despreocupado que no cree en lo que le cuenta su mujer llega a la exacerbación plena en el fragmento de la piscina.

Los niños Carlos González Morollón y Anastasia Achikhmina, sorprenden e incomodan por partes iguales, sobre todo cuando sus acciones chocan con lo monstruoso, pero al mismo tiempo podrían ser simplemente juegos (perversos) de chiquillos que vienen de un ambiente opresivo y fanatizado. Y ojo: el director sitúa la película en 1980, época especialmente dura para la democracia española, lo que se resalta con fragmentos de discursos y de noticias en la televisión, dando cabida a relaciones todavía más perturbadoras con un entorno político y social vivido por los hispanos.

Como corolario, el director introduce juegos sádicos con consecuencias imprevisibles (que nos remite a Otra vuelta de la tuerca) lo que contribuye para que Tin y Tina sea algo más que una película de terror y navegue, con calidad y momentos brillantes, por el thriller psicológico donde se va confundiendo lo real con lo imaginado, logrando crear una sensación creciente de agobio e incomodidad  que se inicia con la impactante e inesperada secuencia de la sangre en el traje de bodas hasta el mismísimo final donde una referencia bíblica nos recuerda la santidad y la inocencia de los niños. ¿De todos los niños?

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