sábado 20, abril, 2024

Testimonio de vida

Dulce Pereda

6 de enero de 2011, era un día de reyes como cualquier otro, rosca, chocolate, amigas y mucha platica. Como siempre al regresar a casa, sin importar la hora, mi baño nocturno es muy importante “para quitarme el día”, es una costumbre que me dejó mi padre. Como siempre jabón suave por todo el cuerpo y de repente ahí estaba, una extraña “bolita” en el pecho derecho.

Seguro son los ganglios, seguro si me acuesto y me toco no estará ahí, había pasado un año casi con sangrado intermitente pero abundante, pensé que sería una descompensación hormonal por entrar a la menopausia. No sé, millones de ideas en solo unas horas que se me hacían eternas para poder llamarle a mi ginecólogo Raúl Domínguez.

Finalmente pude hablar con él, sus palabras siempre cariñosas y tranquilizadoras, me da las indicaciones para realizarme estudios y me dijo que cuando los tuviera me fuera de inmediato a su consultorio.

El doctor Aguilar me hizo la mastografía y el ultrasonido. Ahí estaba, una forma irregular en el “cuadrante inferior derecho” de mi mama derecha, medía un poco más de 1.9 centímetros me dijo el doctor, yo podía ver la imagen, no tenía palabras sólo lagrimas. Las palabras del doctor las agradeceré siempre, “no me gusta la forma y el tamaño, pero es importante hacer una biopsia para descartar cualquier cosa, estás muy a tiempo”, me dijo.

Le llevé los estudios a Raúl y programamos la biopsia para el 10 de enero, en su consultorio. Puntualmente ese lunes ya estaba ahí, lista, con todo el miedo que se puede tener sobre un resultado fatal.

Raúl hizo, como siempre ameno lo desagradable, amigos de muchos años, platicamos mientras el realizaba la biopsia, saco el tumor, me lo enseñó, era color amarillo yema de huevo, de forma amorfa pero enterito, lo pasó en un frasco especial y lo envió al laboratorio. En tres días tendría el resultado.

Confirmado, el diagnóstico era cáncer de mama Bi Rads 4. Ya no oí más, sólo sentí que el piso se me abría y caía, y caía, y caía.

Le dije a mi hija “Tamara, quiero comentarte algo importante. Tengo cáncer, y tengo miedo, estoy muy asustada”. Ella con apenas 14 años me contestó de una forma firme y clara, “Mamá, hemos salido de cosas peores, tú siempre puedes”.

Mis amigas, reunidas en mi casa me dieron esperanza y cariño para fortalecerme el alma y el corazón, mi mamá no sabía, no quería decirle, mi familia estaba ahí para apoyarme.

Siempre pensé que prefería que me diera a mí antes que a mis hermanos, porque sabía que sería difícil para ellos. Mi Pa murió de cáncer de pulmón y años después, Joaquín mi hermano, de cáncer de páncreas, en mi familia, el cáncer, por desgracia, ha estado presente.

¿Por qué yo?, me preguntaba una y otra vez, si soy tan linda. Esta pregunta me la hacia una y otra vez, un día platicando con un amigo sacerdote me cambió la pregunta y me hizo reflexionar: ¿Para qué yo?

Mi vida pasó en segundos para darme la respuesta: mala alimentación, largas horas de ayuno, sedentarismo, tabaquismo, estrés constante, falta de descanso y represión de sentimientos. Nunca me había dado la oportunidad de vivir el duelo de mi padre, sentía que debía ser fuerte para acompañar a mi mamá.

Y así podría hacer una lista interminable de cosas que me fui dando cuenta que no me ayudaban, además de la carga genética que podría tener, mi edad también era un factor importante.

Después de eso, siempre me preguntaba ¿Para qué yo?

El 21 de enero entre a quirófano, en un estira y afloja con mi querido doctor Verano, le pedí que si al abrir veía que mi mama ya estaba limpia me la dejara solo limpiando el cuadrante afectado, pero que si la veía con más tumores, me quitara las dos mamas.

Finalmente, al despertar en un quirófano helado, mi primer impulso fue tocarme y sentir que ahí estaban las dos. Primer round ganado, ya no había indicios de tumores en mi mama. Ahí supe que yo ya no tenía cáncer, pero de paso me quitaron 11 ganglios, el vigía y 10 de mi brazo derecho, mismos que enviaron a revisión para verificar que ninguna célula cancerosa haya pasado por ahí y se pudiera alojar en otro órgano. Esto me lo explicaron después, como muchas cosas más acerca de la enfermedad.

Conocí al doctor Francisco Rosales en el Hospital Ángeles, me lo recomendaron como el mejor oncólogo y así lo pude comprobar. Osco y seco, pero un gran ser humano. Me explicó el tratamiento que debía seguir por protocolo y no tuve ninguna duda de hacerlo, solo que tuve la gran fortuna de estar afiliada en al Seguro Social, donde tomaría mis tratamientos.

“Deberías buscar tratamientos alternativos”, “la quimioterapia cura unas cosas y mata otras”, “la quimio es como meterte veneno al cuerpo”, todas esas opiniones estaban a la orden del día, sólo que mi lógica me decía que era la probabilidad más alta de que sobreviviera a esta enfermedad.

14 de febrero, primera quimio. El doctor Verano me había colocado un catéter para la aplicación de los líquidos, nunca me dijo que era para personas obesas y que no me cupo en el lugar habitual donde se instala, entonces, para mi desgracia, lo veía como una protuberancia frente a mi pecho. Pero eso es lo de menos, no se me dañarían las venas.

Para la primera aplicación me preparé comiendo sano, vitaminada e hidratada, mentalizándome de que ese líquido que pasaba por mi catéter llevaría luz y sanación a mi cuerpo.

Primera regla que me puse a mi misma, NO VER NADA EN INTERNET ACERCA DEL CANCER, sólo buscar información acerca de la alimentación.

Amigas queridas sobrevivientes de cáncer me pasaron bibliografía. Mi libro de cabecera fue EL ANTICANCER, con él aprendí qué sí, y qué no debía comer, además de meditar, ejercitarme, entre otras cosas.

Segunda regla: rodearme de gente positiva y que me hiciera reír, ver comedias, nada de drama, esto no era para morirme.

No me fue bien con la primera dosis, realmente vomité y vomité y vomité durante una semana, mi estomago estaba estreñido y la debilidad me ganó por una semana. 21 días para la siguiente aplicación, no lo sabía, pero es el tiempo necesario para que el cuerpo se prepare.

A partir del día de aplicación eran siete días que me iba hacia abajo, con las defensas en cero y a partir del día ocho mi cuerpo se recuperaba hasta el día 21. Y así tres quimios más, cada vez más débil, mi cabello se cayó, después de la segunda quimio, ese día de la aplicación me fui directo con Horacio y le dije “ya quítamelo, se me va a caer y además me duele el coco”. Somos más que chichis y cabellera de Rapunzel.

Después de eso me hice diestra para rasurarme todos los días, efectivamente, el roce de la almohada me hacía que me doliera el coco y dejaba pelusa por todos lados, mi gorrito y mis pañoletas fueron inseparables, aunque a veces salía a la calle sin ellas y la gente me veía discretamente de reojo.

Para la aplicación de la quinta quimio llegué llorando al Seguro, no lo podía contener, las lagrimas me brotaban de manera incontenible, como pude le dije al doctor Rosales que no podía dejar de llorar y que me sentía terriblemente débil.

Su respuesta seca y contundente fue “está menopaúsica”, “no me importa que me diga menopaúsica”, le conteste.

“Quíteme esto que se siente bien feo”, le dije. Me explicó “Está menopaúsica porque la quimio esta peleando con sus hormonas y trae una guerra interna… Ya le voy a cambiar a inyecciones y radiaciones”.

25 sesiones de radiación, me tardaba más en desvestirme que lo que duraba mi sesión. 12 inyecciones, una por mes. Obvio los efectos no eran nada comparados con las quimios lo que me hizo inmensamente feliz.

Me integré nuevamente a la vida laboral, el entonces alcalde de Torreón, Eduardo Olmos Castro, me llamó y me preguntó “¿Ya te sientes bien?”, le dije “¡Clarooooo, ya estoy lista!”. A lo que respondió “Ok, te vas de directora del DIF Torreón, creo que esta experiencia que has pasado con el cáncer te va a dar la sensibilidad para entender al organismo”. ¡Zaz! Dios me estaba dando respuestas. ¿Para qué yo?

Mi tratamiento duró cinco años más, inhibidores hormonales, mi cáncer era debido a las hormonas, pastillas todas las noches sin falta, dolores musculares, cuerpo acartonado sin lubricación, cabello rizado por unos meses y luego todo poco a poco volvió a la normalidad, excepto yo.

Mi alimentación cambió para bien, mejoraron mis hábitos, mi carácter, ya le daba importancia a lo verdaderamente importante y me pregunto “¿Esta en mis manos arreglarlo? Sí, pues órale, a darle. No, pues déjalo en manos de Dios y es problema de otro”.

Quiero compartirles lo que he aprendido y me ha funcionado. Todos los excesos son malos. Evito refrescos y específicamente los oscuros, alguna vez me tomo uno, pero no abuso. Evito al máximo las harinas, no como pasteles y el azúcar lo limito lo más que puedo. Al cáncer le encanta el azúcar, consumo muy poco pan, aunque no me puedo resistir a un pan francés y mucho menos a una buena gordita de harina.

Evito los productos enlatados y de embutidos procuro comer poco, pero nada ahumado. Todos los saborizantes como los consomés, los reviso que no tengan conservadores y que sean lo más naturales posible. Como mucha verdura, y entre más fresca y colorida, mejor. Siempre me ha gustado la dieta de los cinco colores. No como tanta carne roja. Nunca me pierdo el desayuno, y si puedo no le entro tan seguido a la carne asada. Procuro hacer caminatas y tomar suficiente agua. Cambié el antitranspirante por desodorante y el tinte de cabello por gena natural.

Estar en la Dirección General del DIF fue un regalo de Dios, aprendí mucho, pero sobre todo también tuve la oportunidad de encontrar personas maravillosas en ese camino. Ahí iniciamos la recuperación del espacio público en un entorno de inseguridad, pero nunca dejando mi objetivo de concientizar sobre el cáncer de mama.

Prácticas de yoga en Plaza Mayor, vales de mastografías y ultrasonidos, platicas acerca de la enfermedad, cómo cuidarnos, cómo querernos, y cómo olvidar las respuestas de las mujeres cuando les dábamos los vales, “Ande no licenciada, yo no quiero hacérmela, ¿Qué tal si me sale algo?”. Justamente eso es lo importante, la detección a tiempo.

Luego fue el Instituto Municipal de la Mujer de Torreón, ¡Wow!, lugar increíble y con la posibilidad de ejercer un presupuesto específico para el programa de “15 minutos por tu vida”, realizamos más de 2500 mastografías, de las que surgieron 45 detecciones oportunas con las que las mujeres atendidas pudieron salvar su vida.

Posteriormente cuando me desempeñé como Síndica del Ayuntamiento de Torreón, seguimos con el compromiso, y en los tres años gracias a la colaboración de la doctora Susana Medrano y el Hospital General realizamos más de 1000 mastografías y así seguiré en la trinchera en donde esté, porque Dios me da la oportunidad diariamente de contestar la pregunta ¿Para qué yo?

  • Dulce Pereda es diseñadora gráfica, maestra en innovación educativa y en alta dirección, aficionada a la restauración de muebles, actualmente contralora de Parras, Coahuila

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