(En el homenaje que hago a una gran actriz: Aurora Clavel, y su sublime interpretación en la extraordinaria película mexicana, «Tarahumara»)
Raúl Adalid Sainz
Filmada en 1964, y estrenada en el Cine Roble en 1965. “Copa de Plata”, en el Festival Internacional Cinematográfico de Trento-Italia en 1965. Premio de la Federación Internacional de la Prensa Cinematográfica; XVIII Festival de Cannes.
Cámara que se adentra aéreamente en la sierra tarahumara. La flauta del indio acompaña el prólogo de viaje fotográfico. Edición en urdimbre de Carlos Savage. Música de Raúl Lavista. Fotografía de Rosalío Solano. Guion y dirección de Luis Alcoriza. Los créditos se posan sobre el avanzar de imágenes. Un lienzo se está abriendo a la vida de un pueblo y un lugar.
La cámara avanza hasta posarse en tronco grueso de pino que cae. Una ardilla corre temerosa, el indio tarahumara la apedrea. El sonido de una camioneta invasora llega a la sierra. Son “Chabochis”; mestizos, los blancos, los güeros para el “Rarámuri” (corredor a pie) tarahumara.
“Dónde se meten estos indios, llevó tres días tragándome la sierra y no he visto más que alguno y de lejos”, es el primer texto que escuchamos del antropólogo “Raúl” (Ignacio López Tarso en la película), “A ellos no les gustan los “chabochis”, los güeros, para ellos.
El que no es de su raza es un “chabochi”. Y no se crea tienen razón para desconfiar”, así dice “Tomás”, (Erick del Castillo), conocedor de años, pero lejano de la raza tarahumara. Es el encargado del aserradero en la sierra. Esto será el proemio de esta cinta que descubrirá mundos distintos que conviven.
El indio líder representante “Corachi” (Jaime Fernández) de los “Raramuris” abre la puerta de la sierra. Si el antropólogo Raúl pretende hacer su investigación sobre los indios tarahumaras deberá buscar, acercarse a “Corachi”. No se deja ver, es lo malo.
Tomás urde cómo hacerlo matando a uno de sus becerros. “Corachi” acude buscando valiente que se satisfaga el daño causado. La transacción dará lugar que el “Chabochi” López Tarso busque la amistad del “Rarámuri”, con la verdad, la bondad, y el pago correspondiente al perjuicio de acción al indio.
Poco a poco la confianza y amistad entre el blanco y el indígena se dará. Una escena hermosa de apertura de conocimiento se mostrará entre los dos, fumando ambos y platicando la vida. “Corachi”, limpiamente y sin elaboraciones, se da cuenta que las intenciones de “Raúl”, son buenas.
Este entramado de amistad va paralelamente mostrando costumbres de vida del indígena. De la comunidad. Del conjugar de existencia entre mestizos e indígenas. Como esa secuencia en que vemos tarahumaras trabajando en el aserradero con ropa de trabajo que usan los blancos.
Son apuntes que irá haciendo Alcoriza para que el espectador concientice el territorio que observará. Se verán escenas de caza, de trabajo cotidiano del tarahumara (cosecha, arreo de animales). Aquí el trabajo de sonido recrea vivamente la atmósfera.
Alcoriza, apoyado en su guion y su fotógrafo detalla costumbres de vida. “Belén” (Aurora Clavel), mujer de “Corachi”, coloca un crucifijo sobre su vientre que alberga un bebé. Posteriormente la veremos dando a luz, aferrada ella a un madero. “Corachi”, soba su vientre. Traerá vida en la montaña. El fuego alumbra el parto. La cámara de Solano retrata en matiz íntimo.
“Raúl”, el antropólogo, no va fríamente a conocer el modo de vida tarahumara que su institución le encargó. Ha comenzado a interesarse vivamente en el mundo indígena. Busca adentrarse en sus vidas.
“Corachi” y “Belén”, le han abierto su intimidad. Su pureza. Él con autenticidad y verdad humana les ha llegado.

“Raúl”, se da cuenta de la injusticia en la que viven los tarahumaras. El indígena defiende su tierra, pero es víctima de insanos agraristas que se la roban, protegidos éstos por corruptas autoridades. La película señala, acusa el abuso de una manera crítica para que el espectador tome postura. Nunca es maniquea. Jornadas de trabajo que van a las doce horas, mano de obra barata en el aserradero. El indio mal alimentado. Sin servicios de salud y educación.
Estas preocupaciones llevarán a “Raúl” a querer denunciar ante autoridades en la capital, los abusos que soportan los indígenas y su condición precaria de vida. Tomás le advierte: “No le jale mucho la reata porque se puede reventar”.
Durante la fiesta por el nacimiento del bebé de “Corachi” y “Belén”, se dará una de las escenas más bellas de la película. La adolescente tarahumara y bella de la comunidad se ofrece a “Raúl”, él le gusta. En su pureza lo espera en una parte de la montaña, lejos del ruido de la fiesta. “Raúl”, la ve, le quita su banda que sujeta su pelo, ve que es una niña, siente su pureza, su inocencia, se para y se va.
El idealista respeta el decoro (en su escala de valores) de esa noble alma de mujer en flor. A los pocos días la muchacha de 14 años es abusada por un tarahumara borracho. Esto enfadará a “Raúl”, “Corachi” en su lógica le dice: “Tú no la quisiste”.
La película es hermosa, contundente. Presenta dos mundos distintos. En armonía de búsqueda y conocimiento humano entre “Corachi” y “Raúl”, el diálogo entre ellos cuando el blanco cuenta su dolor de trabajar para la manutención operaria a una computadora, es conmovedora, los dos están bebidos, Raúl intenso pregunta al indio “¿Me entiendes?”, “Corachi”, sereno contesta: “Mucho no, poquito sí”.
Son dos almas gemelas que se encuentran en el universo de la vida, a veces en dolor, a veces en la alegría. Dos almas buenas que se entienden en la música neta del espíritu.
La visión de Alcoriza critica tanto la injusticia del agrarista, como el de las autoridades corruptas, así como la disparidad de equidad en el mundo interno de vida de los tarahumaras. La especie de juicio al indígena que ultraja a la joven adolescente tarahumara es de absoluta ventaja al hombre.
El director se adentró en el mundo “Rarámuri” para construir primero su guion y luego elaborar el desarrollo fílmico del mismo, con verdad y hondura. Su material está muy bien organizado y edificado.
La película tiene un tono entre documental y de ficción. Las tomas de la carrera ritual tarahumara son asombrosas en su riqueza de presentar un mundo de vida. De costumbres que señalan comportamiento. Durante esta carrera, casi documental en su realización, se mezcla la realidad vista por la ficción.
Es de noche, “Raúl” acompaña a “Belen” a su cueva en la montaña. Dos horas de camino. Una vez ahí, el blanco se hechiza en la belleza que palpita natural en la india. Su parte erótica se despierta. Él suelta su pelo, “Así te ves más bonita”, “Por qué “, pregunta “Belén”, “Pues porque eres bonita”. Él la ama, la besa, ella guarda silencio que consiente. El fuego es un vivo testigo. Mientras tanto “Corachi” corre en la extenuante carrera.
“Muraka”, el líder que imparte justicia en la comunidad tarahumara es hallado colgado, ahorcado. Él iba a acompañar a “Raúl” a México a señalar las arbitrariedades ante las autoridades competentes. Los insanos agraristas consuman su labor amenazante. “Corachi”, irá en su lugar. “Belén”, está embarazada: ¿De quién es el niño?, piensa inquieto Raúl. Va a su encuentro y veremos una de las escenas más elocuentes de la pureza de la mujer indígena: “¿De quién será el niño Belén?”, “Corachi”, dice ella sin ambages, “Imagínate que el niño fuera igualito a mí y me lo quisiera llevar”, Belén contesta natural: “Tú pides a “Corachi, a lo mejor te lo da”. Raúl toma su cabeza y la acaricia con ternura. Su culpa se diluye en la ternura sublime y de pureza de Belén.
Raúl y Corachi se despiden, a la mañana siguiente saldrán rumbo a México en busca de su lucha justa. No volverán a verse. En su regreso a su refugio, Raúl encontrará en la montaña las balas que callaran a la verdad. Por lo alto de las rocas, el idealista sucumbe. No volverá a abrir los ojos. Está herido de muerte. “Corachi” vela por una posible sobrevivencia. No será así. El ataúd es clavado.
Cada martillar es un golpe al corazón de “Corachi”. Una avioneta llega para llevarse el cuerpo de “Raúl”. “Tomás” da las pertenencias del antropólogo a “Corachi”, hay un rifle hermoso, el “rarámuri” no lo acepta. La escena es un mundo contundente que revela todos los absurdos de la barbarie humana. El indio lo sabe por todos los ultrajes recibidos.
La secuencia final es así, una de las más bellas y contundentes vista por un servidor en lo que es la historia de nuestro cine nacional y me atrevería a decir en la cinematografía mundial: La avioneta se enfila a despegar, toma pista lentamente, “Corachi” la ve fijo, va corriendo a velocidad tras ella impotente.
Ésta despega. Él para súbitamente su carrera. Sus ojos ven a un pájaro volar. Es la amistad que se va. La verdad que vuela fugitiva. El encuentro vivo de dos mundos que se esfuma. Sobre la imagen del indio suspenso en tierra se ve la palabra fin en la pantalla. Alcoriza nos deja una de las grandes películas mexicanas en su historia. Ignacio López Tarso, Jaime Fernández y Aurora Clavel, sencillamente inolvidables en este gran, gran viaje creativo.
Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan