viernes 22, noviembre, 2024

Soy como un Pablo Moncayo de Huapango

Raúl Adalid Sainz

Hoy desperté en una nota de Moncayo.

En la sublime nota de un violín de Jalisco, o un equipal colimense de Comala.

Siento el grave aliento de un trombón como una línea literaria de un Rulfo, o un Arreola.

Siento tu huapango como un canto de nota de golfo en una ola de jarocho puerto.

México, mi ciudad, es un arrullo de trigo en Guadalupe. Es el mariachi de fiesta en mi ángel mexicano que lo canta.

Sentir este «Huapango de Moncayo», es el sureste de un «Chac» de embravecido cenote.

Es ver las ruinas mayas en calidez de rubio sol.

Es sentir el verde jade de la antigua Antequera. Es oír el tronar travieso de una tlayuda con mezcal. Es paladear la bandera trigarante en un chile de nogada, de esas las monjas de Puebla de los Ángeles.

Es también el bélico glorioso en victoria mexicana ante el soberbio francés en el cinco de los mayos.

Es oír el tintinear alegre liberal de un Cerro de Campanas, en el tronar fusilar de un Maximiliano en queretano amanecer.

Es ver a San Luis Potosí y esa plaza colonial de un llamado Aranzazu.

Es el norte regio de ese Monterrey trabajador. Es el desierto vencido en ciudad de mi Torreón. Es el canto de los pinos de la sierra duranguense. El atardecer naranja mazatleco. Es el canto de ballenas en olas de mar californiano. Es el acento melodioso del habla Chihuahuahuense.

Es un mixiote hidalguense con su agua miel de néctar pulque. Es también un clavado de «Quebrada» en Acapulco. Es un poema de Paz o de Sabines. Es la ironía de Ibargüengoitia, en una calle del Cuevano Guanajuatense. Es el arrullo de canto ideal de un Guty Cárdenas. El sublime poema audaz de un Lara de Agustín. Es la noche de tequila sensual amaneciendo en José Alfredo.

Es el Garibaldi de todas las catedrales. Es una ruina totonaca o un sonido de cabeza olmeca. Es también la caída en Tenochtitlan. El español heredado en alegría del equipaje castellano. Es mi virgen morena en manto de cobijo.

Es la ofrenda de un Judas Tadeo en rezo de milagro.

«Huapango de Moncayo», es mi México de todos sus actores, es un lamento de López Tarso en sueño de «Macario», es Gómez Cruz subiendo a «La Diana», de Caifán. Es Luis De Tavira, Pepe Caballero, o un niño travieso en Julio Castillo en «De la Calle», es el «Moctezuma Segundo», de Magaña, la comedia de taza negro de café en Emilio Carballido. Es la «Sinfónica Nacional», tocando el «Huapango», en Bellas Artes.

Es el set de cámara de cine en Ripstein, Fons, Cazals, o una «Pasión en Berenice», de Hermosillo. Es el niño travieso de «Quijote», en un «Sancho» escudero por Cumbres de Maltrata.

Este despertar tan mexicano, me hace cantar en José José, es la india sensual de mi México purépecha, es el triunfo sonoro y fuerte de pisar de sus mujeres, es el trabajador que cumple su labor en el despertar temprano de sus campos, el que asiste a su jornal en un metro de vagón sin uno más.

México, soy yo, eres tú, es una nota de canto de esperanza, es el tejido de notas del México de todos, de todos los hijos que un rugido te dio.

¡Ah, Huapango de Moncayo!, en verdad que eres deidad de hermosa sinfonía, hoy me despierto bohemio de poeta, extasiado por todas tus poesías.

Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan

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