La cinta venezolana Simón, candidata al Goya a la mejor película iberoamericana y uno de los grandes éxitos de público, ha logrado ser estrenada en ese país, pese a su crítica de las precarias condiciones de vida y la restricción de derechos y libertades en el país que gobierna Nicolás Maduro. Pero, más allá de las reacciones naturales que un filme con este tema despierta, ocurre que Simón no alcanza a tener la cuota de denuncia requerida y, lo más grave, de no conocer el contexto, esta historia podría situarse en cualquier lugar, perjudicada por una narrativa hollywoodense, allí donde se necesitaba el dolor del exilio y la presencia del dolor de un pueblo
Víctor Bórquez Núñez
Escrita y dirigida por Diego Vicentini, el filme se inicia insinuando (y ése es su primer pecado) los movimientos opositores al régimen chavista y pasa luego a trabajar en dos tiempos los sucesos que llevaron al exilio a Simón, radicado en el presente en Miami: en el tiempo actual sabemos de su subsistencia y los deseos de quedarse en Estados Unidos, luego de ser torturado y obligado a salir de Venezuela, donde conoció la brutalidad de las cárceles de Caracas y en el tiempo pasado, nos enteramos de su existencia como líder natural de un grupo de estudiantes opositores al chavismo en el cruento movimiento de 2014.
Dijimos que la insinuación era su pecado. Lo es, cuando el filme deriva en una especie de thriller al estilo Hollywood (con una secuencia inverosímil en la búsqueda de un bolso con medicamentos) y no muestra un contexto histórico que era obligatorio para entender y empatizar con lo que sucede en esa nación.
En una escena -apenas una- la chica que pretende ser abogada mira en su computador las consecuencias de la represión en las calles por parte de la policía en contra de los jóvenes manifestantes y por allí atisbamos algo, casi nada, de la brutalidad de un régimen, la lucha en contra de las condiciones paupérrimas de la sociedad y los sueños de acabar con una dictadura. Pero ella corta las imágenes, cierra su computador y esa realidad que era menester se desvanece, para dejarnos con una historia que oscila entre la denuncia y el panfleto, sin decidirse en realidad a plasmar ese horror que intuimos.
A nivel de escritura fílmica, la película resulta plagada de efectismos, de giros de guion mañosos y una puesta en escena que resulta artificiosa y hasta tramposa, sobre todo en el tramo final. Aparte de esto, la súbita adhesión a la causa del protagonista por parte de la estudiante de derecho norteamericana, resulta tan postizo como la secuencia en que ambos huyen de los disparos de un guardia, al más puro estilo de Hollywood.
Simón peca de reduccionismo. Los árboles no dejan ver el bosque y se evidencia que, más allá de las buenas intenciones, hizo falta un guion consistente y tajante para denunciar a partir de un contexto histórico preciso y presente todavía en el escenario mundial. Y en esa reducción, también está la caricatura típica de los opresores, unos militares cuyos rostros semejan máscaras de odio y unas escenas de tortura que enfatizan ese reduccionismo al estar descontextualizadas. O sea, hizo falta mostrar la lucha, el dolor, el hambre y las condiciones de esa Venezuela que apenas se insinúa en una bandera en medio de las manifestaciones.
Por lo mismo, en la lectura final del filme queda como idea central el tema de la derrota: un protagonista que ha logrado huir de un contexto social y político -las sangrientas protestas de 2014 en Venezuela- comprende que, con su partida y alejamiento de su grupo, toda una generación soñadora que apostó por la calle como vía para la transformación del país perdió su eje y sucumbió en el statu quo.
Como bien se dijo: Simón es una derrota del sueño libertario, la constatación de cómo el poder dictatorial chavista doblegó a la democracia y se enquistó en una nación antes floreciente y que ahora tiene el triste mérito de vivir entre la agonía y los recuerdos. Y si se revisa con detención, ese mensaje es afín a los propósitos de la dictadura porque subraya la pérdida de los sueños y el poder ominoso de un régimen que atropella los derechos humanos de manera flagrante.
FICHA. ‘Simón’. Drama, Venezuela-EEUU, 2023, 99 min. Dirección y guion: Diego Vicentini. Fotografía: Horacio Martínez. Música: Freddy Sheinfeld. Intérpretes: Christian McGaffney, Roberto Jaramillo, Luis Silva, Jana Nawartschi, Franklin Virgüez.
El filme se encuentra disponible en Netflix.