Raúl Adalid Sainz
El hombre de la playa de Barcino dejó para siempre los ecos perennes de su canto poético en el zócalo. Es un legado humano de una de las dos Españas, esa que crea conformación humana espiritual. ¡Ah!, ese Quijote que rompe con su lanza el hondo silencio. Mucho fuego prometeico nos ha dado Serrat.
La noche del 21 de octubre del falleciente 2022, se cubrió del canto del catalán, que oyó el rumor del mar de su barrio de la «Barceloneta», para ofrendárnoslo. El zócalo capitalino, en rumor de chipi chipi travieso, acompañó el canto de Joan Manuel, en eso que dicen es su mutis escénico.
Un servidor, casado, mayor de edad, atestigua que las manzanas no huelen, que a los viejos se les aparta, después de habernos servido bien. Sí, porque esa noche, todo era asalto de murmullos en recuerdos de identidad. De conformación lograda por las notas y letras de Serrat.
Para mí, el cantautor, fue como los libros de caballería que lanzaron al «Quijote» a la aventura. Por eso al oírlo en la plaza central de México, que tanto he caminado, era una especie de confirmación con un padrino tutor. Era tener un prólogo a mi libro. Yo he sido el Serrat de mis gestas. Esas que hoy me llevan a escribir a un Cervantes catalán. Un Machado de sendas que sí se han de volver a pisar, un Hernández que siempre clamará en aliento triunfante, «Para la Libertad».
Esa noche, México Tenochtitlan, despidió a Joan Manuel, acompasando las notas de «Barquito de Papel», «De vez en Cuando la Vida», o «Nena que va ser de ti». Unas «Nanas la Cebolla», hacía que el cielo llorara, como si el gran Miguel Hernández oteara hacia la noche del centro del ombligo. España y México en auténtica reconciliación humana hacia su mejor emigración: la republicana. Esa que representa Serrat.
Un aventurero audaz, un jinete de papel cuadriculado nos soltó el pelo para vagabundear por la noche del olvido. Fue sinceramente nuestro y nos hizo reconocernos sin rubor. Nos hizo ver y sentir, con su bolso de piel marrón, a esa nuestra fiel Penélope.
Hoy, muy de mañana, los señores que recogen las naturalezas muertas de la noche, la basura, limpian y arreglan el zócalo como para ir de boda. Vamos nosotros bajando la cuesta que anoche mi lago, que sepulta el asfalto, se vistió de fiesta.
Cierro el libro teatral Serrat, tomo a Rocinante y me lanzo de nuevo a los caminos. Ya las aventuras se presentarán más que solitas.
Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan