domingo 24, noviembre, 2024

Segunda conversación entre actores, con la actriz mexicana internacional, Elpidia Carrillo

Raúl Adalid Sainz

Pues la plática siguió con mi comadre Elpidia, y le mencioné aquella película donde la conocí, como público, en una sala cinematográfica allá por los rumbos de Mixcoac. La cinta era: «El Cónsul Honorario», de John Mackenzie, con Michael Caine, Richard Gere, Bob Hoskins, y Elpidia Carrillo, en rol protagónico.

Ella recuerda, que fue elegida, no sabe si por fotos, o por su participación en la película «La Frontera», de Tony Richardson. Me decía que, al elegirla, la mandaron a Inglaterra a tomar clases de actuación, de preparación en su papel, con el director de la película, el británico-escocés, John Mackenzie. Su inglés estaba ya muy avanzado, y el acento británico le gustó.

A medida que me platicaba detalles de su aprendizaje, yo sentía que Elpidia había sido una esponja en sed contenta de conocimientos. Se alegraba al recordar, de cuando conoció en Londres, al que iba a ser su marido en la película: Sir Michael Caine. Mi comadre me dijo que era atrayente su personalidad. Un caballero muy gente con ella, recordaba así el primer encuentro con el gran actor británico.

En Estados Unidos conoció a su otra contraparte, el galán Richard Gere. Elpidia sabía de él por las películas: «American Gigolo», y «An Officer and a Gentleman». El conocimiento, recuerda, fue normal. Rememora la actriz, que la persona que se encargaba de ella, una especie de consejera, le recomendó que fuera amable con él, pues dada la situación a vivir de interrelación con el actor, exigía por parte de ellos, una gran química. «Era una película muy erótica», me decía la comadre.

Ella consideraba que no había existido esa conexión con Gere, actoralmente hablando, pues sentía que él estaba muy pendiente de su apariencia. Eso creaba un no soltarse totalmente a la situación de atracción que se necesitaba.

«Él no tenía necesidad de preocuparse de lo exterior, pues ya era bello, y un cuerpo hermoso que tenía, poseía lo que Hollywood exige», así recordaba Elpidia al admirado Richard Gere. Sin embargo, reconocía, al paso del tiempo, que al ver fotos de ellos durante el rodaje, ve una sinceridad de atracción entre ambos.

Mi comadre no vio la cinta, me dice que nunca ve sus películas.

Cuando me habló de Michael Caine, su mirada se llenó de admiración romántica. Era su esposo en la película. Iban a tener una escena amorosa en la cama. El actor le confesó que estaba muy nervioso para la secuencia. Se aplicó un spray para el aliento; y sorpresivamente le dio un beso a la axila de Elpidia, que guardaba una gota de sudor.

Michael Caine, le dijo unas cosas preciosas, hablándole que esa chispa de sudor la convertía en un grandioso y hermosísimo ser humano. «Poco después», me decía mi comadre, «me dio el beso más hermoso que me han dado en los labios para el lente de una cámara».

Elpidia me confesaba que quizá era el mejor actor con el que había alternado. Me platicaba sorprendida que el señor podía estar descansando en una silla, llegaba al set, y ya estaba borracho cuando decían acción. Se transformaba de inmediato. El personaje de Michael Caine, «El Cónsul», era un adicto aficionado a la bebida.

Recordaba, que ya para ese momento de su vida, ya tenía conciencia de qué era eso llamado la actuación. Lo interesante es, que como en la película «La frontera», no se utilizaba a sí misma, con sus vivencias para actuar, ella creía, en este caso, que era la esposa guaraní casada con el cónsul y que vivía un affair con el recién llegado doctor «Eduardo», interpretado por Richard Gere.

Creía en lo que le sucedía al personaje, y eso era su material para actuar. Y me volvía a decir, «la cámara de cine estaba ahí como mi confesora». Ella era quien me iba a dar de comer».

En ese momento le pregunté a mi comadre: «dime la verdad, ¿para ese momento de tu vida, al estar con esos actores, no sentiste que tu ego se manifestó?», «Sí «, me dijo de inmediato, «yo sentía que todo estaba cambiando para mí», poco más o menos así, me decía en absoluta sinceridad, mi querida comadre.

Una actriz que fue aprendiendo con los grandes el oficio de la actuación. Pero ella guarda un don maravilloso, la magia de la intuición, y del creer, y mucho, la situación a vivir. La cámara es su aliada, no se preocupa de ella, solamente se entrega a las circunstancias de interpretación. No cree en eso de que la cámara te quiere, ella es de las que piensa, que la verdad actoral traerá consecuencias favorables para el actor.

La película fue filmada en 1983, con locaciones en Coatzacoalcos, y los Tuxtlas en el estado bellísimo de Veracruz.

Mañana les presentaré la tercera parte de nuestra conversación con Elpidia; con otra película que fue un hito en la cinematografía norteamericana.

Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan

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