Dra. Zeyda Cisneros Gómez
«Mente sana en cuerpo sano». La gimnasia era el elemento característico y preponderante de la formación del joven griego. Desde la infancia hasta la adolescencia, se practicaban actividades físicas en forma obligatoria. El objetivo final era siempre un hombre bello y bueno. Un deportista con alta moral y ética -se propone formar cuerpo y carácter-. » No ceses de esculpir tu propia estatua», dijo Plotino. Lograr la capacidad del cuerpo humano para satisfacer las exigencias impuestas por el entorno y la vida cotidiana, que ayude a desarrollar una existencia dinámica y positiva: fuerza muscular, energía, vigor, buen funcionamiento de los pulmones y el corazón son signos evidentes de que una persona goza de buena salud.
Suelen calcularse con relación a expectativas funcionales, es decir, realizarse pruebas periódicas que midan la fuerza, resistencia, agilidad, coordinación y flexibilidad.
No obstante, resulta extremadamente curioso observar cómo las patologías mentales evolucionan y se transforman a lo largo del tiempo, haciéndose sensibles a todos los cambios socioculturales que tengan lugar. La prevalencia de las enfermedades está absolutamente asociada a un entorno concreto y a una época determinada.
De este modo se explica la aparición de un nuevo trastorno, la vigorexia o «complejo de Adonis», que nace en el seno de una sociedad competitiva donde el culto a la imagen ha adquirido prácticamente la categoría de religión, aunque en realidad es un problema mental que conduce a la obsesión por desarrollar músculos. Los que la padecen, se miran constantemente en el espejo, tocan sus músculos del pecho, brazos y piernas, en una obsesiva preocupación por el aspecto físico, acompañada por una distorsión de su esquema corporal. El término vigorexia, acuñado por el psiquiatra Harrison G. Pope, define un desorden emocional consistente en la percepción distorsionada de las características físicas.
La persona afectada de vigorexia siempre se ve enclenque, nunca está lo bastante musculoso y se ejercita de forma compulsiva. Su vida entera gira en torno del cuidado de su cuerpo, la dieta se regula de forma minuciosa, se eliminan las grasas y se consumen proteínas en exceso, lo que lleva al hígado a desempeñar un trabajo extra. La vigorexia causa problemas físicos y estéticos, desproporción entre cuerpo y cabeza, problemas óseos y articulares debido al peso extra que tiene que soportar el esqueleto, falta de agilidad y acortamiento de músculos y tendones.
La situación se agrava cuando se une el consumo de esteroides y anabolizantes con el fin de conseguir «mejores resultados». El consumo de estas sustancias aumenta el riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares, lesiones hepáticas, disfunciones eréctiles, disminución del tamaño de los testículos y mayor propensión a padecer cáncer de próstata.
Aunque estar en buena forma es casi una cuestión de sentido común, la vigorexia es una forma extremista de cultivar la recomendación de Peleo a su hijo Aquiles, puede convertir al cuerpo de «templo de la salud» a un enfermizo «monumento a la obsesión».
Es muy frágil la línea que separa a la persona que se ejercita para mantenerse saludable, con la que se obsesiona con el culto al cuerpo para sentirse bella.
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