domingo 5, enero, 2025

Roma, una Ciudad Abierta

Raúl Adalid Sainz

Tomamos, Elvira y yo, el metro con dirección Cinecitta’. Al salir del subterráneo lo primero que vieron mis ojos fueron los míticos estudios cinematográficos. Esos que le dieron lustre a Rossellini, a De Sica, a Fellini, a Visconti, a Pasolini.

Era un sueño acariciado que se cumplió. Vi fotografías, vestuarios, sets evocantes de Fellini, de Sergio Leone, del gran Marcello Mastroianni. Fue una mañana de un auténtico sueño que me hizo volar en rollo por aquellas grandes cámaras. Fue oír la música de Nino Rotta en «Noches de Cabiria». Fue sentir el extravío y búsqueda, de padre e hijo, de aquella bicicleta por los barrios de Roma. Un día que siempre atesorare’.

De Cinecitta’ volvimos a tomar el metro con dirección a la Plaza de San Pedro en el Vaticano. Ahí fue contemplar la monumentalidad del máximo recinto católico. Una gran aventura creativa nos esperaba: contemplar los frescos de Miguel Ángel en La Capilla Sixtina. Una fila de espera enorme. Máxima seguridad para el ingreso al Museo del Vaticano. Al entrar contingentes y contingentes, eres llevado por un ritmo que no permite desligarse. Vas pasando diferentes salas para llegar finalmente a la sala esperada.

La llegada es sentencial: a esa muchedumbre se le pide guardar silencio y no tomar fotografías. Respeto absoluto a una obra de arte sacra. Ver «La Creación», es sentir el designio que Miguel Ángel se impuso: servir a Dios por encima de él mismo. Se dice que Miguel Ángel pronunciaba para sí mismo: «Ayúdame a despojarme de mi mismo, (del ego) para servirte mejor».

Un momento, instantes que se van contigo para toda la vida. La gratitud a Dios se profiere en lo profundo.

Todavía nos quedaron fuerzas, para que ese día, finalizáramos la jornada buscando «La Fontana de Trevi». Quería revivir aquella secuencia mítica entre Anita Eckberg y Marcello Mastroianni, en «La Dolce Vita», de Federico Fellini. Vi a Anita enfundada en aquel ajustado vestido negro bañarse bajo la caída principal de agua de la fuente. Vi el tazoncito de leche con el que llega Marcello a la fuente, misma que es para el gatito blanco que se encuentra Anita en las calles aledañas. ¡Qué momento tan emocionante viví!

No se puede creer que a un cinéfilo se le revele el cine en vivo y en directo. Te sientes Marcello, oyendo que la Eckberg te llama a bañarse con ella en La Fontana. «Marcello come here».

Cerramos la noche con una comida cena. Una pizza napolitana, de queso rebosante, y salami con especias.

Así fue nuestro primer día romano. Roma, es una ciudad abierta, como bien lo dijo el director Roberto Rossellini. Los sentidos escapan de su madriguera y juegan traviesos por las calles de Roma. Como plus agregaré el gran trato cálido recibido por todos los italianos que nos orientaban con una calle o sitio que buscábamos. En Italia preguntando se llega a Roma.

Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de Atenas Grecia. Primer escrito del año.

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