Raúl Adalid Sainz
En esta carrera despavorida del tiempo, uno repara, y se da cuenta que ya son quince años que Víctor Hugo Rascón Banda, el dramaturgo de Chihuahua, nos dejó.
Mis años se remontan al año de 1981. Rentaba una habitación en la colonia Guadalupe Inn. Estudiaba mi carrera de teatro y leía un suplemento mensual de la revista teatral, «La Cabra», que editaba la UNAM. Ahí se encontraba una entrevista a un joven dramaturgo que estaba haciendo ruido notable al haber estrenado, «El Baile de los Montañeses» y «Voces en el Umbral». La primera dirigida por la talentosa Marta Luna. Me llamó primero la atención que era de la sierra de Chihuahua. Mis orígenes chihuahuenses hicieron interesarme, amén de que hablaba, en el «Baile de los Montañeses», de la vida de los Tarahumaras.
Al terminar de leer la entrevista, sentí un pálpito: «Voy a trabajar con ese señor». Era un presagio de verdad absoluta. A veces son voces, pensamientos contundentes al universo, y éstos se realizan. En el año 1985, audicioné como actor para la obra de Víctor Hugo Rascón Banda, llamada, «La Fiera del Ajusco». Me quedé, y conocí a Víctor Hugo. La obra fue una producción de la UNAM, con 50 funciones, en el romántico «Teatro de Santa Catarina». La dirección de Marta Luna.
Un texto que narraba teatral y documentalmente el caso de Elvira Luz Cruz. Misma que había matado a sus cuatro hijos en el Ajusco. Un microcosmos del México mísero e ignorante que conlleva en muerte física y espiritual a sus habitantes. Marta Luna hizo un gran montaje. Víctor Hugo acudía con regularidad a los ensayos. Recuerdo su presencia como a eso de las siete de la tarde. Llegaba de traje, se quitaba el saco, y se aflojaba la corbata. Víctor trabajaba como alto funcionario de «Banca Cremi».
Tuve la fortuna de coincidir con él en otro montaje: «Fugitivos». Magnífico texto. Dirigido en gran estilo realista por el insustituible Raúl Zermeño. La presencia del narco en el gobierno. Otra nota roja llevada al teatro por Víctor. «Valente Armenta», un afamado narcotraficante organiza una fuga masiva del penal de Chihuahua. Esta obra se hizo en 1992. El día de hoy cobra una extraordinaria vigencia con el escape del «Chapo» Guzmán. Una obra que la recuerdo como los primeros antecedentes en tema de la presencia del narco en el teatro. Magníficamente bien dialogada, veraz, con situaciones muy cotidianas de ese mundo norteño de cárcel y sus protagonistas. Víctor vivió muchos años en la sierra chihuahuense y conoció muy bien el cotidiano de los narcos. A ese montaje no iba tanto Víctor a los ensayos. Lo recuerdo un sábado por la mañana, en el «Teatro Coyoacán», lugar de las representaciones. Al terminar la corrida de la obra, Víctor estaba con los ojos llorosos y nos felicitaba conmovido y contento. Un tipazo. Pródigo en el halago, el cariño, la plática y la amistad. Nos dio mucha confianza ante el eminente estreno. Tuve la inmensa fortuna de protagonizar esa obra, interpretando al narcotraficante Valente Armenta. Toda una vivencia artística y humana.
Como espectador de sus obras siempre recordaré, «Armas Blancas», magnífico trabajo en dirección del poeta escénico Julio Castillo. 1982, sótano del Teatro de Arquitectura de la UNAM. ¡Qué Trabajo!
Recuerdo los montajes a sus obras, «Máscara contra Cabellera», dirección de Enrique Pineda, «Contrabando», extraordinaria puesta, con las actuaciones de Angélica Aragón, Angelina Peláez, Lourdes Villarreal y Alfredo Alfonso, dirigía Enrique Pineda. «Playa Azul», magnífico retrato de un alto político que cae en desgracia por un fraude. Las esferas gubernamentales lo abandonan y condenan, así como su familia. Esta obra fue dirigida por Raúl Quintanilla. Recuerdo en el elenco a Sergio Bustamante, Lilia Aragón, Ignacio Retes, Carmen Delgado y a Álvaro Guerrero. «El Deseo», con Víctor Carpinteiro y Ofelia Medina, fue otro gran trabajo. «Ahora y en la Hora», dirección de Luis De Tavira. «La Mujer que cayó del Cielo», espléndido retrato de una mujer tarahumara en los Estados Unidos, magníficamente interpretado por Luisa Huertas. Sin olvidar, la célebre y entrañable, «Desazón», dirigida por José Caballero. Tres espléndidos espejos de la mujer chihuahuense universal. Uno de los mejores atributos de Víctor fueron sus creaciones femeninas.
Una de sus obras, «Apaches», debería ser montada en el DF. Es el exterminio feroz a los apaches en Chihuahua en tiempos de Porfirio Díaz. Metáfora terrible del México actual en la desaparición por hambre y olvido hacia las diversas etnias indígenas y en el detrimento cruel de vida hacia el sector menesteroso por falta de reales oportunidades.
Su diario relato, llamado «Por qué a mí», es un canto de esperanza a la vida. El cómo se aferró a vivir Víctor en sus últimos años de existencia.
Hoy Víctor no está más con nosotros. Queda su teatro. Su pulso y su respiración de vida al retratar a México y sus protagonistas. Sus textos están ahí como una fotografía para aquellos directores capaces de alumbrar mentes y espíritus de nuestro país; en pos del sentir, la reflexión y la transformación. El teatro fue, y es el lugar de este gran dramaturgo llamado Víctor Hugo Rascón Banda. Hasta la próxima obra querido Víctor.
PD: El texto es parte de mi libro, «Historias de Actores (un recorrido por el mundo teatral y cinematográfico), originalmente se llama, «Siete Años sin Víctor Hugo», por ser hecho en el año 2015. El sentimiento es el mismo, sólo se intensifica la nostalgia por su ausencia.
Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan