(Un poeta dijo adiós a los escenarios)
Raúl Adalid Sainz
Serrat es un capricho del azar. No lo busqué ni me vino a buscar. Llegó. Así como se aparecen las grandes cosas de la vida. Así como si los dioses manipulantes decidieran qué caminos acercar a las almas señaladas para la inquietud.
Así llegó a mí Serrat, siendo un adolescente que no encontraba su camino. Yo intuía, como aquel que encerrado en la caverna, vio una pequeña luz que le mostró un atisbo de vida. El poeta apareció en mi vida para nombrar lo innombrable. Fue un “Carrusel del Furo”, que incendió la llama de mi fe, fue el cirujano que dictaminó la causa de mi mal. Dando el remedio de seguir la senda de los niños y el perfume a churros.
Las canciones de Serrat me enloquecieron y como un Alonso Quijano decidí tomar los caminos, armado caballero, para vivir la aventura, la tómbola de mi propia vereda. Las “Señora”, esas “Lucía”, ese “Vagabundear”, ese “Vencidos”, en queja de León Felipe, vuelta canción potente por Serrat, aquel romántico “Poema de Amor”, ese “Poco Antes de que den las Diez”, esos poemas de Hernández, con música de Serrat y Alberto Cortés, y esas elegías vivas de la poética de Machado, me tornaron ser, le dieron espíritu al verbo hecho carne.
Joan Manuel se despidió de las presentaciones personales. De los conciertos. No creo que deje de componer. Los juglares nunca callan. Llevan su pena de pueblo en pueblo, de aldea en aldea. Su viento no podrá aquietar su sendero.
Formalmente se despidió en Nueva York, República Dominicana, Colombia, Uruguay, Argentina, Puerto Rico, México, y por varias ciudades de España. Vi por redes sus conciertos del adiós en Madrid, y su último, suscitado el 23 de diciembre de 2022 en Barcelona.
Este último, con un lleno total en el “Palau Saint Jordi”. El sortilegio del me voy, en su tierra catalana, tocó sus fibras. Se alegraba, reía, cantaba, y hacía esfuerzos para no quebrarse y caer al llanto. Las pequeñas gotas de sal caían tenues como lluvia sosegada. Sus ojos escampaban y aparecía el sol de Serrat en toda su fiesta de intensidad. Colgando banderas de papel, verdes, rojas y amarillas.
Este último concierto fue una nostalgia viva para mí. Recorrí desde mi adolescencia hasta esta mi madurez de primeros sesenta. El susurro de las letras me musitaba kilómetros de carreteras distintas, de ciudades, y estadíos diversos de peregrinaje. Era reconocer que aquella invitación de Joan Manuel a volar, fue valiosa, cierta, honesta. Reconocí mi propio vagabundear, mis propios cuatro vientos, mis siete colores, y ese vivir para vivir, sabiendo que sólo vale la pena vivir para vivir.
Ese concierto del 23 de diciembre en tu tierra Barcelona, fue enseñarme la fuerza y verdad del verso a verso, del golpe a golpe, y ver la senda que sí ha valido la pena pisar. Toda esa gente ahí reunida, fueron ecos de historias que tus canciones movieron a vivir, o fueron testigos de hazañas, penas, o lances de aventura heroica. Aquí sí cada quien con su cada cual. Fue observar en el “Palacio de San Jorge”, cabezas en el tiempo de la escarcha, gente que revivió la esperanza, que volvió a encenderse, porque como dice Miguel Hernández: “Aún se tiene la vida”.
Gracias Serrat por tanto dado. Nunca sabrás de estas letras, o este sentimiento suscitado, y ¿para qué? Yo, como el “Quijote de la Mancha”, sólo te cito en medio del amoroso batallar. Los caballeros andantes sabemos que traemos muchos libros de caballería que nos han sorbido el seso. Nuestro deber, es sólo vivir el arrebato de todo el encantamiento. Y tú ya me has dicho todo lo que había que conocer con esas tus canciones.
Porque siempre habrá que saber, “que de vez en cuando la vida, nos besa en la boca, y a colores se despliega como un atlas”. Reconociendo que hoy, todo se acabó, “El sol nos dice que llegó el final, por un momento se olvidó que cada uno es cada cual. Vamos bajando la cuesta que arriba en mi calle se acabó la fiesta”.
Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan.