Federico Berrueto
La mañanera de la candidata presidencial opositora Xóchitl Gálvez revela un dilema: ¿Pesan más, los partidos y sus debilidades o la candidata en su empeño de representar a los ciudadanos? En su primera incursión matutina en medios cobran relieve las diferencias entre el presidente López Obrador y quien tiene la determinación de ser su sucesora. De ella, cuidado, mesura, rigor en las cifras, comedimiento y respeto a los medios. ¿Será igual o mejor que el presidente para conectar con la gente?
La competencia es dispareja. Él no sólo habla desde Palacio Nacional, tiene los medios oficiales y la cobertura de casi todos los medios nacionales. Nadie puede competirle al presidente. Sin embargo, sí hay una oportunidad y tiene que ver con la virtual impunidad social de la que ha gozado el presidente. Eso lo hace vulnerable a la verdad, sobre todo si es una dama que ha acreditado valor y se hace portadora de lo que muchos quisieran decir al presidente y al país. Otro aspecto por destacar es el valor de la noticia. Si la candidata opositora se refiere a temas de interés y valor periodístico y ella misma aporta noticia, la cobertura estará garantizada. No le ganará al presidente, pero sí mejorará su intención de voto en este absurdo periodo de intercampaña.
Los medios y muchos en la política, incluso simpatizantes de Xóchitl Gálvez resienten el abuso de los partidos en la definición de candidaturas. Hay enojo, pero Morena y sus aliados no hacen diferencia; son lo mismo. La candidata tiene que defender a los partidos que la postularon, como también lo hace Claudia con los suyos. Es parte del juego. Efectivamente, los partidos se sirvieron con la cuchara grande; eso estaba escrito. Lo que es peor, no fueron los partidos, sino sus dirigentes, hay muchos nombres de calidad que son excluidos porque el diseño de la partidocracia es tener subordinados, no representantes, al igual que López Obrador: verticalidad, sometimiento y lealtad ciega.
Lo que plantea la candidata opositora y no lo puede hacer Claudia Sheinbaum es la expectativa de que su triunfo sí representaría una oportunidad inédita para una agenda ciudadana, empezando por la efectiva democratización de los procesos internos de los partidos. Dejar la farsa de las encuestas y que la autoridad electoral organice las elecciones primarias, como sucede en muchas partes, especialmente, en los regímenes presidenciales.
La preocupación legítima y obligada es si los partidos opositores, una vez que concluya la elección y especialmente si no se gana la presidencia y hay mayoría para la oposición en el Congreso mantendrán una postura unificada. MC ha tenido un desempeño parlamentario opositor encomiable en el Congreso, pero su líder histórico en el terreno electoral ha sido funcional a Morena. El PRI ha actuado de manera diferenciada y por algún momento fracturó al bloque de contención. El día de ayer, en la Comisión Permanente actuó por la vía de la abstención a favor del presidente López Obrador en la aprobación de nombramientos relevantes en el Tribunal Federal de Justicia Administrativa. Como quiera que sea, los partidos no son confiables porque en ellos habita el oportunismo, la corrupción y el engaño.
Entre Xóchitl Gálvez y las dirigencias de los partidos, especialmente la del PRI, hay valores entendidos para que cada uno aporte lo suyo en un solo objetivo, obtener el máximo de votos posible. Es el juego del burlador burlado en el sentido de que una buena candidata abre la expectativa para ganar fuerza parlamentaria, incluso derrotar en ese plano a Morena. Pero la candidata puede ganar y eso cambia el juego para todos y abre la expectativa para la agenda ciudadana. No debe obviarse que la degradación de la democracia mexicana y la corrupción de la oposición ocurre en el Congreso después de la primera alternancia en la presidencia y cobra relieve durante el gobierno de Peña Nieto.
La definición vendrá el 18F. Es la gran oportunidad para ciudadanizar el proyecto opositor y la única vía para ganar el Congreso y la presidencia de la República. Los partidos son necesarios y quizás indispensables con sus marrullerías y desprestigio, pero el triunfo está en la credibilidad que pueda aportar la candidata y con ello ser sustento para la movilización ciudadana que lleve al triunfo en las urnas, de ella, de los partidos, pero también y, más que nadie, de los ciudadanos.