lunes 23, septiembre, 2024

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De ayunos, días de guardar y el Ramadán

Carlos Arredondo Sibaja

Abrirnos al conocimiento de los rituales y costumbres de otras culturas nos permite conocer otras perspectivas y enriquecernos personal y espiritualmente, algo que siempre será benéfico para todos.

Una de las privaciones más graves a las cuales nos sometemos por voluntad propia -y regularmente movidos por el prejuicio- es la del conocimiento de otras culturas y sus tradiciones. Y es una privación porque eso nos impide apreciar y reconocer rituales, formas de actuar y criterios con los cuales podríamos enriquecer nuestras vidas.

Estar abiertos a la experiencia de los ceremoniales ajenos, en cambio, constituye, además de una fuente de enriquecimiento personal, una ruta para la solidificación de relaciones afectivas. Sostengo lo anterior a partir de una experiencia vivida en la semana.

Como muchas otras personas, particularmente quienes nos dedicamos al oficio de informar, había escuchado muchas veces el término “Ramadán” pero no tenía mayor idea de su significado. Hasta el momento de ser invitado por mi querido amigo Jordi y su esposa Leila a conocerlo de cerca.

Resumen rápido: el Ramadán es el mes más sagrado del calendario islámico. Durante los 28 días de su duración es obligatorio para los musulmanes ayunar entre la salida y la puesta del sol, abstenerse de beber alcohol y procurar una relación más sólida con Dios a partir de la oración.

Leila, quien es originaria de Argelia y abraza la religión musulmana, ha cumplido con las obligaciones impuestas por su fe desde los 13 años. Eso implica, durante el Ramadán, una estricta disciplina: levantarse antes de la salida del sol para desayunar y beber agua para luego abstenerse de ambas actividades durante las siguientes doce horas. Hasta la puesta del sol.

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En ese momento tiene lugar el iftar, la comida de la tarde con la cual se rompe el ayuno. En los países musulmanes, me explicó Leila, las personas tienen claro cuál es ese momento porque los cantos, provenientes de las torres de las mezquitas, inundan el ambiente. Nosotros simulamos eso mediante la reproducción de un clip alojado en YouTube.

Lo confieso: nunca antes había ayunado. No al menos como un acto consciente de contención frente a la necesidad -o la tentación- de comer o beber. Las últimas cuatro horas, antes de acompañar a Jordi y Leila a romper el ayuno, tuve un ligero dolor de cabeza. Lo más complicado fue no tomar ningún líquido en todo ese tiempo.

Pero la privación convirtió a la comida vespertina en una experiencia distinta. Además, Leila preparó un auténtico festín: mis papilas gustativas fueron provocadas al máximo. Prefiero no intentar la descripción de los platillos porque no sería capaz de transmitir con fidelidad los aromas, las texturas, los sabores y eso sería injusto.

Por otro lado, me interesa más intentar la transmisión del simbolismo y la carga emocional inherente a la práctica. El desafío -más mental y menos físico, en realidad- tiene el propósito de invitarnos a ver hacia dentro de nosotros mismos, a conectar con la esencia de nuestra humanidad y, para los creyentes, mejorar su relación con Dios.

Personalmente no soy religioso. Tampoco soy ateo. Soy más bien laico en el sentido lato del término, es decir, el de respetar las creencias religiosas de todas las personas. Carecer de religión, sin embargo, no me impide apreciar el valor de la ritualidad religiosa e identificar los elementos valiosos de esta.

Quizá la mejor forma de plantearlo sea señalar cómo la experiencia me hizo recordar un pasaje de Vida de Pi, la genial novela de Yann Martel en la cual su protagonista se declara hindú, cristiano, musulmán y judío, al mismo tiempo, pues no encuentra ninguna contradicción en ello.

No estoy anunciando mi conversión al islamismo, desde luego. Solo intento expresar mi profunda gratitud a Jordi y Leila por la generosidad de compartir conmigo esta experiencia enriquecedora en múltiples sentidos y señalar cómo el conocimiento de los rituales de otras culturas representa una espléndida oportunidad para aprender, crecer espiritualmente y, con esa nueva perspectiva, contribuir a la construcción de un mundo mejor para todos.

¡Feliz fin de semana!

@sibaja3

carredondo@vanguardia.com.mx

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