Hugo Aguilar Ortiz: el discurso de la inconsecuencia
Aunque dan ganas de creer en las palabras pronunciadas por el nuevo ministro Presidente de la Corte, pues construyó un discurso potente para la jornada inaugural de su encargo, al final la evidencia se impone
Carlos Alberto Arredondo
Si uno ignora por completo el contexto y se concentra únicamente en las palabras pronunciadas desde el atril, el discurso resulta, sin lugar a dudas, una pieza de exquisita retórica; un ejemplo magnífico de cómo plantarse ante un momento de inflexión de la historia; una colección de frases dignas de la inmortalidad en bronce.
Pero eso es cierto solo si se ignora por completo el contexto, los antecedentes inmediatos, el océano de evidencia apuntando exactamente en la dirección contraria.
Me refiero al discurso pronunciado, la noche del pasado 1 de septiembre, por el nuevo ministro Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Hugo Aguilar Ortiz. Un discurso bien construido, bastante bien pronunciado y, por tanto, persuasivo… si tan solo no fuera el producto final de uno de los episodios de mayor abyección de la vida pública del país.
Si el texto es leído ante un público completamente ajeno a la información sobre la historia política de los últimos meses en México, pocos dudarían en comparar la alocución de Aguilar con el discurso de Winston Churchill ante el Parlamente Británico, en plena segunda guerra mundial, el cual es recordado como un ejemplo de cómo las palabras son capaces de empujar a una nación entera para sobreponerse a la adversidad.
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No faltaría también quien colocara el discurso de Aguilar a la altura del mítico “I have a dream”, pronunciado por el inmortal Martin Luther King ante un cuarto de millón de personas, en el Lincoln Memorial de la capital estadounidense, en el momento más álgido de la lucha de los afroamericanos por la conquista de sus derechos civiles.
O incluso, debido a la similitud de algunas de sus frases con la idea más potente de aquel, podría alguien compararlo con el discurso de Gettysburg, pronunciado por Abraham Lincoln en honor a los caídos en una de las batallas más sangrientas de la guerra civil estadounidense.
Con independencia de las comparaciones, o más allá de ellas, nadie podría sustraerse a la emoción. Porque el discurso está bien construido y da en el clavo una y otra, y otra vez. Es emotivo y dan ganas de creerlo…
Impregnado profundamente de la esencia de los valores democráticos, el discurso de Aguilar Ortiz es un ejemplo rotundo de la forma como los demócratas de verdad deben plantarse frente a la historia. Queda a deber y tropieza gravemente cuando intenta dejar en claro la idea de justicia a partir de la cual concibe sus nuevas responsabilidades, pero claramente no se trata del discurso de un jurista frente a la responsabilidad de imitar a la diosa Themis, sino de la posición de un político ante la oportunidad de colocarse a sí mismo como protagonista central de un presunto punto de inflexión en la tortuosa historia de la democracia mexicana.
Por ello solo funciona si se le aísla del contexto histórico en el cual ha sido pronunciado. Por eso no está destinado a la inmortalidad, o al menos no en el lado luminoso de la historia. Por eso no resulta creíble… porque para creer en la honestidad de las palabras de Aguilar Ortiz hace falta ignorar al elefante en medio de la sala: el origen ilegítimo de su presencia en la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
Porque para escuchar al nuevo Ministro desde el atril del salón de sesiones del máximo tribunal del país fue necesario pasar por encima de los más elementales principios democráticos, es decir, fue necesario pisotear la voluntad popular de la cual pretende hoy alzarse como un producto genuino.
Lejos de esta última posibilidad, Aguilar Ortiz y quienes le acompañan son producto de uno de los más grotescos atracos institucionales de nuestra historia. Y por partida doble: porque el morenismo en boga primero se adueñó de la mayoría parlamentaria sin haberla conquistado en las urnas y luego escenificó la más burda “elección” de la cual se tenga memoria.
Así pues, Aguilar Ortiz, con todo y su magnífico discurso, tan solo puede ser considerado como un peón articulado de la nueva mafia del poder.
¡Feliz fin de semana!
@sibaja3
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