(Porque viva siempre la luz del alma, esa de nuestro teatro interior)
Raúl Adalid Sainz
Sí, el actor de teatro está callado, silente sin su escenario.
No hay sol, ni vereda que clarifique la vida. El actor de teatro está solo sin su camerino y su escenario.
Extraña a sus amigos del juego de la ficción.
El actor de teatro es como un niño triste sin su pelota y sus juegos en la cuadra del barrio.
El actor de teatro extraña a su público para crear el puente que conduce a la verdad.
El actor de teatro extraña el miedo de la responsabilidad de entrar al escenario. No puede respirar por la ausencia de eso que llaman la adrenalina.
El actor de teatro extraña enfundarse en su vestuario y pintarse la cara para cambiar de rostro.
El actor de teatro quiere sentir su propia metamorfosis de ser como Gregorio Samsa.
El actor de teatro quiere transformar el papel de la obra de teatro para convertirlo en acción del personaje. El actor de teatro extraña decir que es más obispo que el obispo porque sabe que no es el obispo.
El actor de teatro tiene que ser muchos en uno. El actor de teatro quiere vencer lo invencible. Anhela matar dragones de los seres humanos. Palpita por señalarle al público el infinito de todos los caminos.
El actor de teatro es un Dios de todos los escenarios. Es una madre que pare corazones.
El actor de teatro extraña como condenado oír tercera llamada, tercera, comenzamos.
El actor de teatro quiere sentir las luces del escenario en su rostro y en sus ojos.
El actor de teatro gime por no tener la rebeldía inaudita de gritar: «Mi reino por un caballo».
Yo como actor de los teatros busco a mi bufón que me aclare el entendimiento en la tormenta.
Soy un Romeo que anhela ver su sol por el oriente.
Soy un Otelo preso que busca redención por sus errores.
Soy un Príncipe de Dinamarca que se debate en su ser o no ser sin escenarios.
Sí, el actor de teatro es como un gato sin ratón en las bodegas de los teatros.
Está triste con la sonrisa de la añorada esperanza.
Quiere que todos los soles de la naciente primavera nos den el valor potente para comunicar más hondamente en el regreso.
Hoy es momento de la transfiguración de ser gusano para luego convertirse en mariposa. Un mejor ser para ser astro de mejor actor en diferentes constelaciones.
Quizá esta espera sea por algo. Quizá el confinamiento sea el rencor rectificado que se tornará en sublime canto hacia las almas.
Roguemos pues porque pronto volvamos a ser uno, ese uno que es público, actores, directores, escenógrafos, dramaturgos, técnicos, y toda esa comunión que nos deshace por de repente no tenernos.
Que el sol de la esperanza nos haga como a Romeo decir: «Sal hermoso sol y mata de envidia con tus rayos a la luna, que está pálida y ojerosa al ver como mata tu hermosura cualquier ninfa de su coro».
Nota: Hoy es «Día Mundial del Teatro», sabia fecha cantada por los griegos, fundadores de este maravilloso arte de la conducta y vida humana. Theatron, palabra griega que significa mirador. El mirador del acontecer del hombre.
Este texto fue creado durante aquellos aciagos días de la pandemia. Hoy el teatro parece sonreír, pero la máscara aún no contiene la carcajada absoluta de todos los escenarios posibles.
La foto, hermosa, es de una de las obras más contundentes, difíciles y entrañables que me haya tocado representar: «Pequeños Zorros», de Lillian Hellman, dirección del querido maestro Luis De Tavira, escenografía del inolvidable Alejandro Luna.
¡Que viva el teatro! Un abrazo muy grande a todos los compañeros de la ruta de este mar de certidumbres, de desconciertos, pero anhelante siempre de la luz de la esperanza.
Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan