En mi libro «Historias de Actores», hago este recuerdo a Juan Rulfo y a una entrañable obra teatral. Hoy este compositor de mundos cumpliría 105 años de vida.
Raúl Adalid Sainz
Sí, bien que lo recuerdo, era una evocación que el tiempo parece obstinado en no borrar, en un querer que siga viviendo. Así son las imágenes cuando estás quieren volver a surgir. Y como eso quieren, les voy a dejar la rienda suelta.
Rulfo hecho teatro. Asunto ya de por sí a reparar.
Hace muchos años en «Las Serpientes del Pedregal», la voz de Rulfo se oía por esos continentes universitarios. «Vine a Comala porque me dijeron que aquí vivía mi padre, un tal Pedro Páramo». Era el montaje teatral hecho espectáculo por el director José Luis Cruz.
Ese espacio rodeado de piedra volcánica fue el marco de las representaciones. El tiempo: la noche. Un marco de iluminación esplendorosa. Bailarines muchos, en la dirección coreográfica de Lidia Romero. Caballos, gallos de pelea, juegos pirotécnicos, imágenes de sueño, de murmullos.
Me parece escuchar la música en vivo, enmarcada en una atmósfera de copal de Jorge Reyes (Qepd). Sonidos abstractos, instrumentos prehispánicos, la voz de Rulfo en presencia mortuoria viva: «Diles que no me maten». El acento jalisciense de Juan parecía revivir a los muertos.
Recuerdo imágenes bellas: un caballo desbocado llevando al actor José Carlos Rodríguez que hacía a Miguel Páramo. Veo la larga cabellera de mujeres meciéndola en un río. Veo en un equipal colimense, en lo alto de la serpiente de piedra, a Arturo Beristaín, que representaba al cacique Pedro Páramo. Distingo a Luisa Huertas, postrada sensualmente entre las piedras, viviendo en la nostalgia dolorida a «Susana San Juan». Vislumbro a Verónica Terán, bailando un son jalisciense: «El Limoncito», diciendo como un eco dislocado: «Quiero ver a mi hermana».
Escucho el perder de rumbo del «Padre Rentería», en cuerpo actoral de Miguel Flores. Percibo a caballo a Joaquín Garrido como el caporal, «Cedano», de Páramo. Veo en sublime éxtasis religioso a María del Carmen Farías lavar los pies de un cristero en imagen total del mundo rulfiano. Recuerdo a Sergio Cataño y su «Juan Preciado», perdido en giros de mundo extraviado. Me veo a mí con veintiséis años a cuestas, con los sueños llenos de ilusiones, representando a «Abundio», ese que daba muerte a su padre, «Un tal Pedro Páramo».
Todo fue de noche hace ya muchos años. Parecen murmullos que secuestran los recuerdos, pero están tan vivos que no pueden sepultar a esos muertos de Comala; porque están ahí en los mismísimos dentros. Las Serpientes del Pedregal aún parecen cobijar los ecos de murmullo: ¿»Quién es Pedro Páramo? Un rencor vivo», parecen contestar las piedras yermas del solitario vivir. Recuerdo a un gran montaje vivido allá por 1988, en el Centro Cultural Universitario de la UNAM.
La imagen es de la autoría de Juan Rulfo. Era un gran fotógrafo. Su mundo de letras, reflejo del México herido y hondo del olvido, lo llevó a la imagen.
Nota: si alguien de casualidad ve a estos actores mencionados, díganles que los quiero mucho. Así también a mí director, José Luis Cruz, y a todo ese entrañable equipo de trabajo. Que el amor nos salve del tanto rencor.
Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México-Tenochtitlán