miércoles 19, marzo, 2025

Palabras con motivo del 85 aniversario del Instituto 18 de Marzo

Jorge Torres Castillo

Regresar a Gómez Palacio después de estar más de un lustro en la Ciudad de México más que un retorno geográfico es una reafirmación de identidad. Habiendo participado en el gobierno federal, he conocido el sistema desde adentro, he visto la política operar en sus engranajes más finos, y hoy vuelvo al lugar donde aprendí lo esencial: que el destino no se nos entrega hecho, sino que se construye con inteligencia, con carácter y con memoria.

El Instituto 18 de Marzo no es solo un edificio de aulas y pasillos. Es un símbolo de la dignidad, de la educación y de la lucha. Aquí se formaron generaciones que entendieron que la historia no se contempla: se escribe. Aquí nacieron las ideas que muchos de nosotros defendimos en la arena pública, en la política, en el debate nacional. Y por eso estamos hoy aquí, para honrar no solo un aniversario más, sino un legado fundamental que sigue marcando el rumbo de la Comarca Lagunera.

Fui testigo, desde joven, de la crudeza del poder: de la corrupción como norma, de la impunidad como ley no escrita y de la simulación como método. Desde las viejas estructuras partidistas hasta las nuevas élites, las estrategias han cambiado, pero las intenciones no. Lo entendí cuando renuncié al PRI en 1987 para unirme a la Corriente Democrática, un movimiento que desafió el control absoluto del Estado sobre la política y la sociedad. Lo confirmé cuando en 1989 fundamos el PRD, donde fui el primer presidente en Durango y Consejero Nacional hasta el año 2000, cuando decidí dar un paso al costado para respaldar a un hombre que representó claridad y visión de Estado: mi amigo Porfirio Muñoz Ledo.

Hoy, México enfrenta una crisis distinta, pero con los mismos síntomas. Ramón Alberto Garza, en su libro Dinastías, describe con precisión el fenómeno que vivimos: un país anestesiado por la desesperanza, donde la corrupción ya no escandaliza porque se ha convertido en rutina. Un sistema en el que el gobierno, en vez de fortalecer a los ciudadanos, los mantiene sujetos con subsidios disfrazados de justicia social, cuando en realidad son mecanismos de control político. Mientras tanto, el crimen organizado ha ocupado el vacío del Estado, convirtiéndose en el principal empleador de una generación que creció sin oportunidades, sin educación y sin más alternativa que el plomo o la servidumbre.

Este instituto fue el epicentro de mis primeras batallas. Aquí aprendí que el discurso es un arma poderosa, que las ideas bien dirigidas pueden desafiar estructuras enteras. Aquí disputé elecciones estudiantiles, debatí en la Sociedad de Alumnos, absorbí la sabiduría de maestros que entendían que la educación no es solo un camino personal, sino una herramienta colectiva para transformar la realidad.

Hoy regreso a Gómez Palacio con una certeza inamovible: la historia aún no está escrita. Y si algo aprendí en estos años estudiando de cerca las entrañas del poder, es que el verdadero cambio no vendrá desde arriba, sino desde quienes, como nosotros, no hemos olvidado quiénes somos ni de dónde venimos.

Sigamos honrando este patrimonio cultural de La Laguna. Con inteligencia. Con dignidad. Con memoria.

Muchas gracias.

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