Un calculado (y harto tedioso) filme de Lars Von Trier que termina siendo una de las películas más frías que se refiere a la adicción al sexo y que, en versión censurada, está en la plataforma de Netflix para confirmar la muy acertada opinión de un espectador: (se trata de) “la promesa de una épica sexual sin concesiones”
Víctor Bórquez Núñez
Pensaron que era una obra intelectual, por lo de un profesor que recoge de la calle a una mujer, literalmente usada y botada en un callejón, como epílogo de un camino que la conduce. vía sexo desenfrenado- a la perdición. Porque, claro, el profesor la acoge y la hace hablar, provocando en ella una situación completamente diferente a la que hasta entonces ha vivido: se abre, claro, pero para contar su periplo, su infierno, su descenso a través de su ninfomanía que, curiosamente, no tiene un equivalente masculino porque tal vez en los hombres no se considere enfermedad tener sexo sin control (y porque satiriasis resulta muy exagerado, tal vez).
Pensaron que era caliente, sexual, erótica y escandalosa. Nada de eso. Se trata de un filme que, en su versión original, sin censuras, se desarrolla en casi tres horas para contar una historia bastante retorcida, dispareja, desprolija en su guion y pedante en sus discursos. Es, en verdad, una película partida en dos que resulta una experiencia tan fría y mecánica como ver una maratón de cintas pornográficas donde la insistencia de la genitalidad no se equipara al juego de la seducción o el verdadero erotismo.
La mujer parte exclamando que ella es un monstruo, alguien repulsivo y durante toda la noche le cuenta al profesor cómo y porqué llegó al estado en que se encuentra, iniciando un (tedioso) relato, donde predomina el dato aislado e incompleto partiendo, claro, con sus días de infancia y sus fases de tocaciones, amores platónicos y sensaciones que nadie explica que finaliza con el episodio de la pérdida de su virginidad, acontecimiento que parece reforzar en ella la concepción de que el sexo es algo que provoca dolor y se transforma en estigma.
En la adolescencia entra en competencia con una amiga para determinar cuál de las dos seduce a más hombres durante un viaje en tren, ocasión en que aparece la clásica escena de la felación de un tipo que guarda su esperma para causas mayores. Y de ahí en adelante, el filme la hace conocer a diferentes tipos -un gordo que la sumerge en el tacto de la carne, un típico macho que la posee sin mayores miramientos, reproduciendo el esquema de la posesión perpetua de la mujer como objeto sexual y la aparición del (supuesto) enigma del filme: Jerome, el amado, que no sabe escribir pero que se vuelve un elemento clave para la mujer que, por primera vez, se ha enamorado.
Y de ahí en adelante el realizador se vuelve “profundo” porque intercala una serie de escenas donde la protagonista se cuestiona o donde otros personajes tratan de entenderla, centrado todo en la mecánica del sexo como respuesta a las interrogantes esenciales de la existencia, hijo incluido, que Jerome no reconoce ni ampara. Extraños meandros de un relato que, hasta entonces, ya ha perdido el supuesto fuego en que se consume la protagonista, enfriando el tema y derivándolo hacia respuestas algo obvias desde la vereda psicologista.
Todo este camino, recordemos, está narrado durante una noche. En esa noche, mientras la mujer abre su existencia, el profesor toma notas y lanza citas bastante pueriles y se estremece con la etapa masoquista de la chica que, era que no, recibe un tratamiento por un sádico profesional y exigente. Y la película sigue enredándose ad infinitum cuando la mujer ingresa a un grupo reformatorio diseñado para curar la extrema adicción al sexo, etapa a la que sucede un período donde la chica practica la extorsión y se lía con una muchacha que, vaya qué astucia argumental, será también amante de Jerome.
Y a estas alturas, el (supuesto) placer culpable de “Ninfómana I y II” se ha diluido, resultando una mediocre película donde se habla mucho de sexo, se analiza mucho el sexo, pero -salvo unas muy cuidadas secuencias-, se muestra poco y nada. Y los espectadores se deben conformar con un guion que insiste en la idea de la pérdida: ella pierde el amor, un hijo, su propia dignidad y el director pierde en el camino su brújula y se evidencia entonces el grosero mecanismo de la mecánica sexual como un mero ejercicio para espantar a los burgueses.
Tal vez la mejor escena de toda esta película sea la que tiene a la protagonista encerrada con dos negros pandilleros lo suficientemente dotados como para proporcionar placeres impensados pero, humor mediante, nunca se ponen de acuerdo respecto de quién va delante y quién va detrás, mientras la chica bosteza y se aburre (como el espectador) teniendo en primer plano un par de vergas negras. Esa pura escena, con su ridiculez y sentido del absurdo, es más elocuente que el resto del metraje: el director no sabe qué hacer con ese sexo que, supuestamente, sería la palabra definitiva en materia de morbo y escándalo que recuerda, curiosamente, lo sucedido con la versión sin corte de “Calígula” donde se veía tanta gente copulando que todo devenía en una cinta mecánica, fría, sin rumbo.
Y en la truculencia de esta película, queda también en el recuerdo la feroz escena de la mujer en el callejón, usada, violada, profanada, humillada con la orina de los hombres, devenidos en depredadores que recuerda que la mujer, en este caso, ha sido cosificada y que depende de un sexo mezquino, de amantes ocasionales que no dan la talla para una épica ni tampoco la calidad para un filme que, supuestamente, era la palabra definitiva en materia sexual.
Si Von Trier intentaba hacer una crítica de la liberación sexual de la mujer, y por extensión hacia la sociedad hipócrita que se dice liberal pero termina siendo de lo más reaccionaria que nunca, no nos queda tan claro que lo sea o que lo haya logrado. Además, una resolución final tan burda, con un simple tiro de pistola, no calza con la (supuesta) orquestación de esta metáfora de nuestra hipersexualizada sociedad.
Otro balazo ocurre en la mítica y espléndida película de Bernardo Bertolucci, “El último tango en París”. Pero en ese caso había historia, procesos, descomposición moral e iniciación sexual que daba eco perfecto de una época, de una ideología y de un rol asignado a la mujer que, hasta ahora, cala hondo.
Eso no ocurre en este filme que puede ser considerado como una excentricidad en una carrera tan atípica como la de Lars Von Trier que oscila entre la luz de obras mayores y las sombras de cintas absolutamente olvidables. Piense usted dónde puede ubicar este filme.
La película en sus dos partes está disponible, en copia reducida, en Netflix.
FICHA TÉCNICA. Director: Lars Von Trier. Guión: Lars Von Trier. Duración: 4 horas 18 minutos (Vol. 1 y 2) en su versión original. Reparto: Charlotte Gainsbourg, Stellan Skarsgard, Stacy Martin, Shia LaBeouf, Christian Slater, Uma Thurman, Sophie Kennedy, Connie Nielsen, Hugo Speer, Charlie Hawkins. Cinematografía: Manuel Alberto Claro. Montaje: Morten Hojberg, Molly Marlene Stengaard. Países: Dinamarca, Bélgica, Francia, Alemania. Año: 2014
@VictorBorquez
Periodista, escritor y Doctor en Proyectos de Comunicación