RESCATANDO PELÍCULAS (DE NETFLIX)
En tiempos de tanta angustia en el ambiente, con problemas políticos, sociales y culturales que estremecen a todos, el cine puede ser una vía magnífica para descansar con películas que, ignoradas, están perdiéndose en la más que amplia cartelera de la plataforma Netflix. Acá iniciamos una serie denominada rescatando películas que pretende, precisamente, revisar algunos filmes que, acaso modestos, son un excelente vehículo para el sano entretenimiento y el descanso ante tanto estrés que nos atosiga, Partimos con la simpática, liviana y muy almodovariana cinta mexicana de 2013, dirigida por Manolo Caro
Víctor Bórquez Núñez
Mientras en el drama México parece firme y seguro, en la comedia son escasos los títulos sobresalientes, más allá de una entretención pasajera. Falta de cuidado en la elección de sus historias o problemas de guion, tal vez, se suman a una producción que no siempre es prolija.
Con un título que anticipa que estamos frente a un melodrama hecho y derecho, esta película efectivamente se refiere a conflictos de pareja, a acomodos sociales, a la dura aceptación de la realidad y a juegos al borde del abismo que se suaviza con un humor agradable, para nada chabacano y donde siempre las situaciones cómicas y enredos que se producen sirven para matizar y aliviar la tensión.
Este filme originalmente fue una obra de teatro y de ella se trajeron a sus actores para esta agradable versión cinematográfica, aun con el riesgo de que algunos luzcan un tanto exagerados, considerando que se abusa de repente del estilo característico de la puesta teatral pero que, en su conjunto, ayuda a resaltar el tono de comedia y de exacerbación de ciertas situaciones clave.
Todo se encuadra en un edificio de pequeñas dimensiones donde se reúne una pareja de recién casados, unos vecinos judíos, una enigmática vecina española (nada menos que Rossy De Palma, musa justamente de Pedro Almodóvar) y un exfutbolista que dejó de jugar por un accidente y que viene a trastocar la calma del lugar, cuando despierta los deseos del joven recién casado quien oculta ante los demás su condición de homosexual y su talento para la costura, incluso delante de su madre.
Estos vecinos casi ni se conocen, no comparten más que un saludo en el ascensor o en los pasillos y cada día transcurre con una evidente monotonía, hasta que la llegada del exfutbolista, otrora una figura famosa en el futbol mexicano, viene a revolverlo todo.
Con habilidad para el encuadre, el director Manolo Caro usa una limitada cantidad de espacios en los que se desarrolla la historia: la sala, el comedor y la pieza le bastan para iniciar un drama, que de repente se amplía al patio o a los pasillos. Es interesante (e inteligente) constatar cómo Caro usa estos espacios, generando tensión con solo reunir a todos en un determinado lugar y haciendo estallar ciertas cuotas de humor negro, como esa escena notable de la cena frustrada que es de lo mejor dentro del filme.
Es entonces la unidad del espacio lo que determina muchas de las acciones de los personajes que se sienten invadidos en su privacidad y en su normalidad cuando alguien golpea a su puerta, cuando se espían por los balcones o cuando se encentran de manera furtiva en un rincón. El director juega con mano firme con el desequilibrio en su perspectiva visual, sacando el máximo de provecho a la reunión de estos vecinos tan atípicos, cada uno de los cuales carga con más de un secreto a cuestas.
Pero en esa unidad de espacio se introduce otro escenario, donde cada uno de ellos desfila para dar su testimonio: la sala de interrogatorio del Ministerio Público en una oficina oscura, cuyo color y detalles escenográficos son sucios y remiten de manera evidente a la idea de lo asfixiante y burocrático. Es en estos instantes en que la manera de filmar de Caro cambia de modo evidente: usa primeros planos, cámara en mano y, como si se tratar de un documental, cada personaje en forma de monólogo da cuenta de sus secretos y de cómo llegó hasta ese lugar. Esos minutos dedicados a cada protagonista le sirve al realizador para presentarlos en su faceta íntima y darle mayor estatura dramática a su personaje.
Es notorio que el director toma elementos y estilo de Pedro Almodóvar, pero se siente una referencia bien asimilada y no molesta y hay una escena en que cualquier cinéfilo puede reconocer un guiño a ‘Mujeres al borde de un ataque de nervios’, obra clave del realizador manchego: el instante en que la vecina española conversa con un personaje está diseñada con los elementos característicos de aquella cinta, con el gazpacho, la mesa, los colores chillones y la disposición de los personajes, todo lo cual subraya la intención de Caro de aludir a Almodóvar de los primeros años y, en particular, de “Mujeres al borde…”. Solo falta Carmen Maura en ese instante.
Este énfasis, esta alusión es interesante, podemos incluso suponer que si Caro persevera en este estilo y lo decanta a partir de sus necesidades expresivas, podría -como lo hizo Almodóvar- llegar a consolidar un sello visual y una narrativa cinematográfica de mayor complejidad. ¿Por qué no?
Es curioso resaltar un detalle no menor: si bien la película de Caro no destaca por hallazgos extraordinarios y más bien resulta en una comedia modesta, de encuadres simples y una narrativa simple, donde la escenografía (exceptuando el trabajo efectuado en las escenas dentro de la comisaría) están creadas para que el relato funcione, existe un aire de exquisita nostalgia.
Esa nostalgia atraviesa a cada personaje, cada conversación y los hace mejores personas en un relato amable y entretenido: cada uno busca lo que no tiene, cada uno se esconde y esconde algo, cada uno mantiene secretos y añora su pasado donde era feliz y que, finalmente, los obliga a cuestionarse, a replantearse en sus valores y a cambiar (ojalá) para ser auténticos. Toda esta sensación de nostalgia se acentúa cuando el director usa canciones muy conocidas de un pasado reciente que se emplean con efectividad y con no poca tristeza.
Y la guinda de la torta es que el filme se inicia con un crimen, pero a nadie parece importar en medio de tantas situaciones extremas que suceden y que hacen que el suceso sea lo menos importante, pero sí una buena excusa para enfrentarlos y determinar quién es el culpable.
Con todos estos elementos, a pesar de estar al borde mismo de convertirse en una película telenovelera, resalta y se eleva como una comedia cuidadosa en sus detalles y donde se perdona la sobreactuación de alguno de ellos.
En síntesis, se trata de un filme entretenido, liviano en el mejor de los sentidos, que debe rescatarse y disfrutarse sin complejos. Total, para sufrimientos y mayores complejidades, basta con ver las noticias en la televisión.
FICHA TÉCNICA: No sé si cortarme las venas o dejármelas largas. 2013 México. Director: Manolo Caro. Reparto: Ludwika Paleta, Luis Ernesto Franco, Luis Gerardo Méndez, Raúl Méndez.