jueves 21, noviembre, 2024

No se han ido del todo

Hannia Márquez Jiménez

Durante todo el año existen muchas festividades, algunas adoptadas de otros países, unas cuantas de ciertas religiones y aquellas que celebran de una u otra manera el orgullo de ser mexicano; de estas últimas la más emotiva, y de mis favoritas, sin duda es la que se celebra los primeros días de noviembre: El día de muertos.

Esta es una tradición que proviene desde lo profundo de nuestras raíces mexicanas, la cual nos cuenta que, por un par de días, aquellos que se nos adelantaron en el camino vienen desde el otro mundo para visitarnos; para mí es algo sumamente conmovedor, al grado de que cada vez que me cruza la idea por la mente me provoque tristeza, consuelo y paz al mismo tiempo.

Lamentablemente, esta tradición se ve opacada muy a menudo en el norte del país por costumbres estadounidenses, específicamente por la celebración del Halloween, debido a la cercanía de las fechas en las que se celebran, aunque también es entendible por la cercanía geográfica que se comparte con dicho país; sin embargo, al provenir mi familia del sur tengo muy arraigado el festejo del día de muertos, el cual celebro cada año con mucho gusto. Es por eso por lo que dentro de este espacio pretendo compartir la experiencia de vivir con mucho fervor tales días, para que el próximo año más familias norteñas se animen a hacerlo.

Los orígenes de tan maravillosa tradición cultural no son algo que vaya a desglosar en este texto; en su lugar, empezaré por describir brevemente el elemento indispensable que se necesita para recibir a nuestros fallecidos seres queridos: El altar de muertos. Para crearlo solo es necesario apartar un espacio en casa, del tamaño que prefiera cada familia; ahí se armarán de dos a tres pisos con mesas o superficies planas y resistentes de diferentes alturas; estos representan el cielo, la tierra y el purgatorio. Hay quienes los hacen de siete pisos, pero cada piso tiene otro tipo de significado y honestamente nunca lo he comprendido, por lo que no lo incluyo aquí.

Posteriormente, se pone un mantel blanco sobre los pisos y se coloca la ofrenda, en la que se adornan los alrededores con papel picado, se coloca un espejo, sal, frutas, pan de muerto, flores de cempasúchil, un arco adornado por flores o luces, calaveritas de dulce, un perro, una cruz hecha de pétalos, dulces, comidas y bebidas del agrado de nuestros fallecidos, un camino hecho de pétalos hasta la entrada de la casa, veladoras para cada persona a la que le dedicamos el altar más una extra y, claramente, las fotos de nuestros difuntos; opcionalmente se pueden realizar figuras hechas con aserrín en el piso de alrededor.

Llegado este punto me gustaría hacer una primera aclaración, diciendo que las personas a las que se les dedica el altar deben de tener mínimo un año de fallecidas, ya que algunas costumbres dicen que aquellos que han muerto durante el año en curso ayudan a las demás a cruzar hasta el mundo físico; aunque ciertamente cada familia decidirá si incluirlas o no.

El significado de cada parte de la ofrenda no pretendo explicarlo en este espacio, pues considero que ya hay bastantes lugares en donde se puede encontrar esa información y mejor explicada, de ello solo diré que la intención que se le de a la flor de cempasúchil puede estar muy bien y todo, pero no debemos olvidar que es parte de esta celebración porque es una flor de temporada, al igual que las nochebuenas en navidad; claro que no por ello deja de ser menos bonita y significativa, pero es algo que me parecía necesario de mencionar.

Ahora que he hablado de la parte teórica me enfocaré en la práctica, pero antes de eso es importante hacer una segunda aclaración, puesto que el altar debe quedar listo a más tardar el día de Halloween, es decir, el 31 de octubre; esto porque, como lo mencioné al principio, el día de muertos se divide en un par de días, el uno y dos de noviembre.

El día uno se dice que nos visitan los niños fallecidos, por lo que el último día de octubre se debe prender una veladora, la extra que mencioné en uno de los párrafos de más arriba, para los pequeñitos; aunque digamos que nosotros no tenemos niños fallecidos a los que dedicar nuestra ofrenda nunca está de más hacer este proceso, ya que alguna vez mi madre me dijo que si algún niño llegaba a nuestra ofrenda y no veía luz se prendían su dedo; después de escuchar algo tan curioso claro que lo tendré en cuenta para los años que siguen, y espero que quienes realicen altares también lo hagan. El día dos es cuando vienen todos los adultos, por lo que sus veladoras se prenden la noche anterior.

Este último es el más simbólico, incluso se dice que puedes poner la música que les gustaba para que las escuchen; es impresionante como desde el momento en que empezamos a realizar el altar te entra una sensación de paz y alegría, porque sabes que lo estás haciendo para personas que significaron mucho para ti y que, aunque no las puedas ver, podrás sentirlas por unas cuantas horas. Algo curioso que presencié esta última vez es que mientras mi mamá colocaba un pan del gusto de mi abuelo (su papá) en la ofrenda le hablaba y le decía que ahí estaba lo que le gustaba y posteriormente se le erizó su piel.

Lo que intento decir es que estos rituales tan emotivos se deben preservar porque las sensaciones que traen pueden llegar a parecer mágicas, tocan fibras muy profundas que te hacen recordar que, aunque talvez aquellos que amamos ya no estén presentes de manera física, nunca se irán del todo si llevamos los buenos momentos que vivimos con ellos en la mente y en el corazón.

El día de muertos definitivamente es todo lo contrario a un momento triste, es una celebración privada en la que recibes con mucho gusto a quienes han estado lejos un largo tiempo, en el que vuelves a sentir su afecto y cariño. Quisiera poder ser más explícita, pero es algo que cada uno debe sentir y vivir; es por eso que los invito a realizar esta tradición los próximos años y se permitan sentir el amor que en vida nos dieron nuestros difuntos, solo que expresado de otra manera.

Para finalizar quiero aclarar que todos los alimentos que se dejan en la ofrenda se pueden comer después de que nuestros seres queridos se van, es decir, el día tres, excepto aquellos que por alguna razón se hayan echado a perder, evidentemente. Ahí se darán cuenta del sabor de los alimentos que consideren que no están dañados y presenciarán un poco de la magia que en esos días pasan…

Compartir en: