miércoles 24, abril, 2024

Navidad y consumismo; la búsqueda de la felicidad a través de las posesiones

«¿Cómo vamos a poder transmitir los grandes valores a nuestros hijos, si en el grosero cambalache en que vivimos, ya no se distingue si alguien es reconocido por héroe o por criminal?» – Ernesto Sábato

Dra. Zeyda Cisneros Gómez

El capitalismo nos induce a consumir bienes que produce, ya los necesitamos o no; la publicidad se convierte en una gran máquina de insatisfacciones. Se perpetúa por el gran círculo vicioso gobernado por la manera mágica del mercado o mejor dicho por el ciego instinto del marketing.

Con la masificación del consumo, el desarrollo deshumanizado de los medios de comunicación, principalmente electrónicos, y la desaparición virtual de las fronteras nacen verdaderos y novedosos santuarios del consumo, los hipermercados, lugares que ofrecen y permiten, sin desplazarse grandes distancias, oler, palpar, probar y observar la mayor cantidad de productos provenientes de todas partes del mundo. Los clientes potenciales llegan a estos lugares de «ensueño» en busca de ofertas.

Manipulando de todas las formas posibles, el consumidor goza de su aparente poder, con el cual puede hacer realidad sus ideas, sueños e ilusiones, adoptar nuevos estilos, según la moda; en una palabra, comprar felicidad.

El consumismo se ha impuesto entre nosotros como fenómeno agradable. No da fórmulas magistrales para arreglarlo todo, pero trae nuevas tentaciones y necesidades y la forma de satisfacerlas: el dinero plástico «las tarjetas de crédito».

Históricamente, el concepto de consumismo y su correlato social aparecen como estadio avanzado del capitalismo de los Estados Unidos durante las primeras décadas del pasado siglo, originando que el capitalismo de la era victoriana, basado en una férrea ética protestante, cediera el paso al hedonismo de masas. El consumismo aparece inicialmente como un comportamiento social masificado, sello distintivo de las llamadas sociedades de consumo.

Europa lo adopta en toda su magnitud tras la derrota del nacional -socialismo alemán y fascismo italiano. En América Latina aparece de modo traumático, pues la zona siempre está inmersa en verdaderas tormentas económicas y caos social, generando poblaciones completas de frustrados con pocas o nulas posibilidades de integrarse a un sistema como éste.

La filosofía del consumo se basa en: «compro, luego existo» y ésta nos ha llevado a desarrollar un proyecto de vida donde trabajamos para gastar, con el propósito de saciar una avidez consumista que genera un vacío existencial al cual los terapeutas llaman «muerte psíquica», y que se asocia con la insatisfacción, baja autoestima, aburrimiento y depresión.

Como resultado de esta estrategia cultural, se está disparando un porcentaje de gente joven tóxicamente materialista, cuyo epicentro de vida no es la realización armoniosa de la propia potencialidad humana: moral, social e intelectual, no es desarrollar una filosofía de vida que tenga sentido, sino llegar a tener mucho dinero para intentar apagar su apetito consumista que nunca se calma.

«Para tener una adecuada calidad de vida, cada familia debiera tener un consumo equilibrado, de acuerdo a sus necesidades reales. Vale decir, debería tener cubiertas sus necesidades básicas de alimentación, vivienda y vestimenta, un adecuado acceso a la salud y a la educación, posibilidades de movilizarse de manera cómoda y adecuada hacia sus lugares de estudio y trabajo y tener el tiempo necesario para descansar, recrearse y compartir», dice Ignacio Ruiz Velasco, doctor en filosofía por el Ateneo Académico Romano de Italia.

«El materialismo y consumismo están ligados a daños psicológicos. El deseo de poseer compulsivamente se relaciona con la baja autoestima, la depresión y el nerviosismo», señala Shaun Saunders, psicólogo de la Universidad de Newcastle en Australia.

¡Feliz Navidad y un año lleno de bendiciones!

zeydacisneros@icloud.com

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