domingo 24, noviembre, 2024

Morena, entre creyentes y oportunistas

Federico Berrueto

Uno de los pasajes más interesantes del clásico sobre los partidos políticos de Angelo Panebianco se refiere a la presencia de los oportunistas y de los creyentes en toda organización política. La relación entre los dos es conflictiva; ambos se mueven por incentivos diferente, los de creyentes son principalmente de carácter simbólico, colectivos y mantienen un apego mayor a la organización. Los oportunistas, como el propio calificativo, están allí por intereses particulares, selectivos, por la ventaja que les representa pertenecer a la organización; su vínculo es interesado, condicionado.

Pero toda organización requiere de ambos segmentos. Interesados y creyentes. Esto representa varios problemas, sobre todo, al momento de definición de candidaturas. Con justa razón los creyentes se arrogan mayor mérito o derecho a la representación del partido en cargos de elección; por su parte, los interesados plantean una lealtad precaria, si no obtienen lo que pretenden mudan de pertenencia, casi siempre a la competencia que les asegure lo que pretenden. Nada sucedería si el partido fuera considerablemente fuerte y si quien condiciona lealtad no tuviera mayor fortaleza o representatividad.

Los partidos están cada vez más condicionados al objetivo electoral y eso los hace vulnerables no sólo a los votos, sino a cualquier factor que incida en la competitividad, particularmente el dinero. La asignación de candidaturas no es el único tema, también están los nombramientos en la estructura del partido y, mayormente, la promoción a cargos de gobierno para los partidos en el poder.

El futuro de Morena deberá verse en tal circunstancia. Un partido en el poder, que gana y crece resuelve con mucha facilidad las tensiones entre oportunistas y creyentes. Esta misma inercia mueve a los partidos gobernantes fuertes hacia el autoritarismo, es decir, cambiar las reglas del juego de la competencia política para continuar en el poder. En vena similar se inscribe el uso ilegal de recursos públicos y el piso disparejo de la contienda. Tema relevante para un país con precaria cultura democrática y ciudadana, especialmente para una organización que no plantea la alternancia y la competencia justa como condición normal de existencia.

Deseable que el país continúe por la vía de una democracia vigorosa, que es la mejor manera para la coexistencia de la pluralidad, para el ejercicio de las libertades y para que la sociedad pueda defenderse del abuso del poder y obtener, aunque sea de manera parcial y ocasional capacidad para sancionar al mal gobierno y, eventualmente, elegir la opción más afín a sus expectativas de cambio.

Se avizora, sin embargo, que Morena en cualquier escenario vivirá tiempos difíciles derivados de la competencia electoral. Su ciclo podría ser como el del PRI en su tránsito de partido dominante, a partido vulnerable en condiciones de contiendas justas y, por lo mismo, con dificultad para mantener su situación de privilegio. En tales circunstancias la relación conflictiva entre creyentes y oportunistas habrá de cobrar relieve y, como en el PRI, ser una parte importante del proceso de debilitamiento del proyecto partidista. Debe destacarse que la primera oleada de derrotas en elecciones de gobernador a finales del siglo pasado ocurrió con candidatos que migraron del PRI a la oposición: Zacatecas, Nayarit, Chiapas, Tlaxcala y después Oaxaca y Puebla.

El mejor momento de Morena es el de ahora. El líder moral en plenitud de su poder es el factor de mayor peso en la unidad interna, además, la fortaleza electoral inhibe las escisiones. De todos los procesos de selección, sólo el de Morelos resultó en una fractura relevante con la salida de la senadora Lucía Meza. Así aconteció porque se asimilaron dos intereses convergentes, la preocupación de la candidata Claudia Sheinbaum por la supuesta influencia del fiscal de Morelos, Uriel Carmona en la senadora Meza y el interés del gobernador Cuauhtémoc Blanco de sacarla del juego sucesorio.

El futuro será muy complicado, cualquiera que sea el resultado en la elección de 2024; desde luego, más incierto si el desenlace es adverso a Morena. En tal circunstancia la crisis que vivió el PRI en su colapso se haría presente. Si prevalece en la elección, las dificultades se atemperan y posponen, no desaparecen. Como en toda organización poderosa bajo presión, los oportunistas serán dolor de cabeza y los creyentes alienados por el trato desigual y ocasionalmente marginalidad por la certeza de su lealtad partidaria.

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