Enrique Martínez y Morales
Ahora que mi hija hizo su Primera Comunión no pude evitar recordar con nostalgia el momento de la celebración de su primer sacramento. Para el Bautizo la llevé en mis brazos a la iglesia, una hermosa criatura diminuta que recibió el agua bendita en su frente y el Santo Crisma en el pecho. Ahora, casi a la altura de mi hombro, camina sola rumbo al altar a recibir, por vez primera, el cuerpo de Cristo.
¿En qué momento me creció mi pequeña? Entre su Bautizo y su Primera Comunión pasaron nueve años que se me hicieron como nueve minutos. Siento como si fuera ayer el día que la llevamos al kínder por primera vez; hoy, ya va a la mitad de su educación primaria. Qué rápido pasa la vida cuando se trata de las personas que amamos.
Por supuesto que los sentimientos son encontrados. Por un lado, la felicidad y el orgullo de verla crecer, de compartir momentos especiales, de atestiguar su desarrollo físico e intelectual, de admirar su inexorable transformación en mujer. Pero, por el otro, la tristeza de estar consciente que cada día que pasa se acerca el momento en que dejará el nido, la angustia de saber que se enfrenará a un mundo cada vez más convulso y la impotencia de entender que será muy difícil cambiarlo.
La violencia de género, especialmente contra la mujer, es un flagelo que sigue azotando a la humanidad y en países como el nuestro, desgraciadamente, sigue sin dar tregua. A quienes somos padres de niñas, la frecuencia de noticias sobre feminicidios, violaciones y acoso sexual, entre otras, lejos de normalizarse y quitarnos capacidad de asombro, nos exacerba, indigna y preocupa.
El instinto protector que nos asigna la naturaleza a los padres para con nuestros hijos, especialmente con las niñas, debe ser contenido con sabiduría, encontrando un punto medio que no exponga a nuestros pequeños a riesgos, pero evitando una sobreprotección que no los rete ni los enseñe a defenderse por sí mismos. La tentación de intervenir muchas veces es grande, y en ocasiones el hacer lo correcto nos deja con el corazón apachurrado, pero es importante que no intervengamos en su desarrollo y los dejemos aprender lecciones.
Después de mucho reflexionar sobre qué debo hacer como padre para cuidar a mis hijos, a mi hija principalmente, sabiendo que no siempre estaré a su lado para protegerla, creo que son varias cosas. Una es tratar de alejarla lo más posible de las amenazas y riesgos que enfrentará allá afuera. Otra, sí educarla en los valores que son deseables para nuestra sociedad, pero prepararla también para enfrentar las circunstancias adversas.
Si todos como padres ponemos nuestro granito de arena podremos ser el factor de cambio y convertir gradualmente al mundo en un lugar menos hostil y más armonioso para nuestra decendencia.
El tiempo pasa volando. Mi bebita ya es una niña en proceso de convertirse en mujer. Ya me di cuenta de que no puedo detener el reloj, pero lo que sí puedo hacer es estar presente, disfrutarla al máximo y vivir intensamente cada momento con ella. Esos momentos son los que quedarán para siempre.