domingo 8, diciembre, 2024

MIKE FLANAGAN, UN DIRECTOR PARA REVALORAR

La aparición en Netflix de ‘La caída de la Casa Usher’ es un excelente pretexto para analizar detenidamente el universo temático y estético de uno de los directores más prometedores del momento, considerado por muchos como una de las figuras esenciales en la renovación del terror psicológic para un espectador exigente y maduro

Víctor Bórquez Núñez

Con la celebrada aparición en la plataforma de Netflix de la nueva versión del clásico de Edgar Allan Poe, La caída de la Casa Usher, nos reencontramos con el realizador Mike Flanagan (Estados Unidos, 1978), el mismo que hace rato viene dando de qué hablar con sus películas, producidas o dirigidas, que se internan derechamente en una revitalización madura del denominado terror psicológico contemporáneo.

Poseedor de un estilo visual inconfundible, Flanagan ha demostrado que lo suyo es el terror, uno adulto, alejado de las recetas típicas del cine comercial que, valga decirlo, han envilecido uno de los géneros cinematográficos más antiguos y potentes del cine. Lo relevante es que este director se pasea indistintamente por el mundo de las series como por los largometrajes, cambiando de formato, pero manteniéndose completamente fiel a su estilo, a sus constantes temáticas y a sus necesidades estilísticas.

Es verdad que muchos grandes realizadores de cine de terror, al no tener los recursos económicos necesarios, terminan haciendo episodios para series o películas para la televisión, muchas veces sucumbiendo a las drásticas imposiciones y restricciones (en forma y fondo) que esta situación conlleva.

Pero Mike Flanagan es una saludable excepción. Así lo ha demostrado en la notable y antológica serie La maldición de Hill House, cuya realizada completamente por él, en medio de otras películas que dirigía como Oculus o Doctor Sueño.

En apenas diez años, el nombre y sello de Mike Flanagan se volvió una marca de calidad y él se logró posicionar como una voz autorizada para determinar el rumbo del terror actual, consolidando una filmografía (en cine y en televisión cable y en streaming) que se torna imprescindible para el cinéfilo, de manera independiente de que sean del gusto de todos o no.

De esta manera, año tras año, su filmografía empezó a sumar películas y series que eran de inmediato objeto de culto, críticas y de legiones de espectadores que las analizaban detenidamente, porque para todos se hizo evidente y reconocido su estilo visual y el empleo de ciertos elementos clave -uno de ellos, sus escalofriantes bandas sonoras- para tratar aspectos muy universales en el formato del terror.

Quienes lo critican, reconocen su seriedad, pero no comulgan con sus piruetas en el plano de la puesta en imágenes de este realizador, casi siempre aferrado al uso de la sombra, de los encuadres extraños y de guiones enrevesados.

Sus seguidores aplauden su capacidad para generar en pocos minutos universos desosegados, misteriosos y alucinantes con pocos recursos, como alguna vez lo hizo en sus promisorios comienzos Night Shyamalan, con quien suele compartir su gusto por los espacios reducidos y el empleo del montaje preciso para generar suspenso y terror.

Donde nadie duda es en reconocer que posee un estilo visual coherente, es decir, cada una de sus filmes posee un sello que se reconoce al instante, a pesar de que sus detractores insisten en que esa cualidad es plana y más propia de la estética televisiva antes que cinematográfica, dejando abierta la discusión. Como sea, es justamente ese estilo, la paleta de colores que emplea y el uso de la luz y la sombra lo que enriquece sus películas y las hace adictivas y fascinantes la mayor parte de las veces.

Efectuando un recorrido ligero respecto de su obra, revela de inmediato al menos tres aspectos clave: a) ha mejorado en lo formal y en lo temático, redondeando un universo temático cada vez más coherente, donde predomina el terror como vehículo para revelar comportamientos humanos: el amor, el miedo a la muerte, las adicciones, la posibilidad de redimirse y sobre todo, la familia como centro neurálgico; b) el empleo de lo sobrenatural que enturbia las relaciones humanas y provoca agudas crisis en sus personajes, sumado a la aparición de fantasmas, espectros o demonios casi siempre con sus ojos iluminados y, c) el empleo de la luz y la sombra y de la música minimalista para subrayar todo lo anterior.

Sus películas iniciales eran, como es obvio imaginar, piezas realizadas en su calidad de estudiante que pecaban de escasez de medios, pero revelaban su temprana capacidad para crear personajes interesantes y muy bien interpretados. De este período, lo más sobresaliente (y conocido) es Fantasmas de Hamilton Street, merecedor de un par de premios y que anticipaba su gusto por el tema fantástico al contarnos la historia de un escritor que, a medida que avanza en sus obras, comienza a cuestionar su cordura, ya que las personas en su vida desaparecen sin dejar rastro, como si nunca hubiesen existido y es él la única persona que parece advertirlo.

Un intento algo fallido fue Oculus (2013), tal vez por ceder a la excesiva estilización y crear más que una película de terror, un cuento de hadas demasiado suave para el gusto de la época en que Coraline marcaba la pauta.

Cuando en 2016 realiza Somnia: dentro de sus sueños (Before I Wake, 2016), en paralelo con ‘Ouija: el origen del mal’ (2016) ya se define y mejora su gusto por lo sobrenatural, su apego a la sencillez de contar el cuento del niño que se asusta del hombre del saco y nadie le cree.

EL PERMANENTE TERROR

Su relación más exitosa partió con Netflix y la película Hush, basada en un guion original que escribió con Kate Siegel, quien también protagoniza la película, interpretando a la escritora sordomuda Maddie Young. La trama: la autora trata de concentrarse en su última obra, amparada en su remota casa en el bosque cuando aparece un asesino enmascarado con una ballesta. Este filme fue una suerte de nueva versión de Sola en la oscuridad (1967) con la variante de que la aterrada protagonista no puede escuchar nada. Y este hecho es recalcada por el empleo del sonido y los silencios de manera de acentuar la angustiante aventura que vive la mujer.

Absentia (2011) puede ser catalogada como su primera película de terror donde además de dirigir escribió y editó. El hecho anecdótico es que se trató de uno de los primeros filmes financiados en su totalidad por medio de una campaña de Kickstarter. Con un guion dramático bien estructurado de sus personajes y un concepto espeluznante alrededor de un paso subterráneo que se traga a la gente por completo. Con esta película se perfila el tema de la adicción y la aparición de personajes deprimentes que serán constantes en su obra posterior.

El juego de Gerald (Gerald’s Game, 2017) conecta a Mike Flanagan con Stephen King y el director logra una hazaña no menor: llevar al cine (con éxito) una novela difícil de filmar puesto que todo transcurre en una habitación y dentro de la mente de un personaje, logrando un clima inusual de terror agobiante. El guion, además, era provocativo: para dinamizar la vida sexual, una pareja se encierra en una cabaña en medio del bosque -esa constante del bosque y la cabaña- durante un fin de semana y, jugando, la mujer es esposada a una cama pero, de pronto, el marido sufre un ataque cardíaco fatal, dejando a la protagonista a merced de perros hambrientos, personajes que se acercan y elevando todo cuando se empiezan a producir extraños flashback sobre situaciones de abuso anterior que enrarecen el relato. El apego al pie de la letra del texto literario hace que el filme pierda fuerza en su traslado al cine y termine siendo una anécdota dentro de una filmografía cada vez más poderosa.

Doctor Sueño (Doctor Sleep, 2019)

Debido a su reputación, afianzada con la fantástica serie ‘La maldición de Hill House’ hizo que el nombre de Flanagan fuera obligado para dirigir en cine la secuela de ‘El resplandor’ casi cuatro décadas después del célebre filme de 1980 que hizo Stanley Kubrick.

Su película se centra en la vida de Dan Torrance ya adulto, luchando contra los fantasmas de su pasado y vampiros que se nutren del resplandor del selecto grupo de personas que, como el protagonista, son capaces de ver el futuro, embarcándose en una aventura de horror y fantasía que es respetuosa del original de Kubrick, pero se centra en el mundo de los sueños y el terror que a él le interesan, siendo una decepción si se conoce el brillante trabajo de Kubrick y sus elementos más icónicos. En todo caso, el filme es saludado con cierta distancia en el universo de Flanagan quien conserva el tema de la adicción y el enfrentamiento brutal contra el pasado.

La maldición de Hill House (The Haunting of Hill House, 2018) es, lejos, su obra maestra a la fecha y una brillante demostración del nivel que puede y debe lograr una serie de televisión como lo hizo el director David Lynch con su inmortal Twin Peaks. En acotados diez episodios dirigidos íntegramente por Mike Flanagan, construye una historia completamente nueva sobre una familia que intenta seguir adelante luego de macabras experiencias en una casa encantada y el aparente suicidio de la madre, contada, como en ‘Oculus’, a través de diferentes décadas. Con un notable juego respecto del paso del tiempo, cada episodio es una parte de un gran rompecabezas de fantasmas y horrores nocturnos, con una habitación roja capaz de manejar los terrores de cada uno.

Con Misa de Medianoche Flanagan se luce con una miniserie de horror psicológico y terror convencional, con una apabullante secuencia final y un cierre espectacular. Acá los temas van desde la redención a la manipulación de la fe, pasando por las adicciones, el regreso a la familia y sobre todo, el misterio de la muerte, teniendo como escenario una isla donde conviven vampiros (o ángeles caídos en desgracia) con un grupo de personajes misteriosos y de pasados oscuros. Con la aparición de La caída de la Casa Usher en la plataforma de Netflix, podemos juzgar cómo va el camino a la gloria de uno de los mejores exponentes del terror de este tiempo.

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