Raúl Adalid Sainz
«¿Quién es ese ser supremo del asombro infinito?»
Una mujer sin cola.
Una madre con un vientre crecido;
después con un bebé que amamantaba.
Así, así conocí a un espejo distinto,
diferente, pero que lo besaba, que lo amaba.
Manos, piel, pelo diferente, ojos que reían. Era alguien pequeño, pequeñito, alguien que decían era mi hermana.
Adolescencia feroz, la mujer que quería ser descubierta desnuda, a hurtadillas, en coros de la insana procacidad de los amigos en el barrio.
El despertar hacia un objeto del deseo.
Nadie, sólo la virtud sensible hace descubrir lo hermoso del cuerpo femenino.
Yo tuve un encuentro difícil con el sexo opuesto. No era grato a ellas. Otras veces, sí. Aún no tengo la respuesta. Nunca la tendré y es mejor no responderme todavía.
Pero en el topar de batallas aprendí o creí aprender del encuentro virulento entre dos energías que coinciden.
Nada más hermoso que descubrir que eres amado por una mujer. Que eres gustado por una de ellas.
¡Ah! qué idea atroz esa con la que crecimos de que la mujer es diferente.
Nadie, en su pequeñez, fue capaz de enseñar al hombre el misterio del encuentro, para un final en el respeto, en el cariño del solo reconocimiento.
El hombre en su miedo atroz no conoce su lado femenino. Le aterra conocer lo que todos poseemos. Le es más fácil revestirse de la bestia machista y viene el desencuentro.
¿Quién entiende el encuentro o desencuentro de los sexos?
La única llave, es el amor, la risa, la noche del orgásmico sentir, del baile al compás de Milanés o Juan Luis Guerra.
Elevo mi voz a la distancia, mi recuerdo amoroso agradecido a la mujer que me quiso, y descubrió caminos a mi lado. A quien permanece en mi sillón de esta vereda del camino. Ella que comparte la sal sabia de la vida. Nada como una sultana angélica a tu lado. Esa que serena te toma de la mano hasta que uno se sienta tantito a la orilla del camino, así nomás a descansar o a tomar un vaso de agua.
Mira…no tiene cola… así dijo ese niño asombrado una tarde en La Laguna al ver por primera vez a una desnudita bebé.
Raúl Adalid Sainz, en mi cariño absoluto a la mujer, a un espejo latente de búsqueda; en una mañana de reconocimiento en mi México Tenochtitlan.
Pd: «Cola», así era llamado el órgano masculino en mis tiempos de niño en Torreón Coahuila.
Ayer, por cierto, en el cumpleaños de mi compañera de vida, recibimos una gran noticia. Mi regreso al cine después de muchos años. Los dos enjugamos lágrimas en un restaurant en celebración de su cumpleaños.
Así es la vida.