(Dedicado a todos los que han amado a ese querido teatro que está cumpliendo 67 años de haber nacido)
Raúl Adalid Sainz
Estando en segundo año de preparatoria, en la Escuela «Carlos Pereyra» de jesuitas, el maestro Ricardo García Cervantes (sí, estás pensando bien, aquel que le dio a Fox la banda presidencial) era el maestro de sociología. Nos encargó un sociodrama con tema libre.
El trabajo había que realizarlo en equipo. Se había conseguido un teatro para ensayar y presentar la obra dramática social. El nombre del teatro: «Mayrán», ubicado en la calle Bravo. Así conocí aquel teatro en sus dentros, tras bambalinas como se dice en la jerga teatral.
Dos años antes había asistido con mi madre a ver ahí una representación. En ese lugar me esperaban grandes sorpresas que serían definitivas para mi vida. En esa obra que vi con mi madre acuden a mi memoria unos estribillos que cantaba una maestra con sus alumnos: «¡Que redoble es el tambor…que redoble es el tambor! «, creo que así se llamaba la obra. Y me parece también que el papel de la maestra era interpretado por la entrañable actriz y señora de la cultura lagunera, la gran Sonia Salum.
Pero volviendo al asunto de los sociodramas, que nos ocupan, es que teníamos el teatro para ensayar. Un día llegué muy temprano al ensayo. Mi casa estaba cerca del teatro. Me abrió un señor moreno, muy sonriente: «No hay nadie, pásalé», con el tiempo ese señor fue director de la Casa de la Cultura de Torreón: Poncho Flores Domene.
Entré a la sala. Me senté. El silencio era de templo en el vacío. Me quedé viendo al escenario. Poco a poco imaginé cosas que pasaban en el foro. Vi movimiento. Oí voces. Alcé la vista y vi las luces por encima del escenario. No contento, y muy inquieto, fui al escenario, caminé por él, me dirigí a entre cajas, vi las gruesas cuerdas amarillas, el olor era extraño, algo jamás respirado, mi mente o mi Dios interno, de repente dijo: «Que a gusto estoy aquí».
Siempre recordaré esa paz interior maravillosa y aún desconocida para mí. Tenía diecisiete años. Estaba, por así decirlo, recibiendo los primeros llamados hacia mi vocación. El viejo teatro quería que le diera la mano para surcar la aventura del hombre.
Por cierto, el sociodrama fue singular, no sé si bueno o malo, lo que llamó mi atención, fue que una señora me dijo al terminar mi actuación: «Muchas felicidades», sentí re bonito, quién sabe por qué. Eran ecos anticipatorios al halago que iba a escuchar en el teatro cuando al actor alguien del público le hace una caricia con ese bello reconocimiento.
Hoy, escribiendo y oyendo el sonido de las teclas, digo con gusto a la distancia del recuerdo, y al estar oficiando mi sacerdocio de actor en mi presente, un eterno gracias a mi Teatro Mayrán, ese de la calle Bravo de mi lejana Torreón. Un reconocimiento al maestro Ricardo García Cervantes por utilizar el teatro como faro de luz para el conocimiento. Si alguien lo conoce denle mil gracias de mi parte por su creativa labor.
Pd: Este escrito forma parte de mi libro: «Historias de Actores»(un recorrido por el mundo teatral y cinematográfico.) El querido y nunca olvidado por mí, Doctor Alfonso Garibay, a quien está dedicado en su nombre el teatro, fue fundamental para el desarrollo del teatro amateur en la Laguna; él y el señor Luis Díaz Flores, fundaron este teatro. Ahí llegamos a participar muchos de los actores laguneros que hicimos de la actuación una profesión en la Ciudad de México. Ha sido el reducto de la gran manifestación escénica amateur de muchos queridos laguneros, y de algo primordial para el teatro, la captación de público por ver las expresiones locales.
Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan