Raúl Adalid Sainz
Madrid es una ciudad que me llega hasta el alma. Hacia cuarenta y tres años que no la veía. Aquí conocí a mi padre. Él era médico, y poco lo veía. De niño cuando me iba a la escuela, él ya se había ido al hospital. Cuando llegaba a casa a mí ya me habían dormido. Muy chico salí de casa a estudiar a México mi carrera de actor. Teniendo veinte años me invitó a España para presentarme a su gran amor: Madrid.
Eso fue en los años, 1981-1982, esta apertura del 2025, me regala la vida el privilegio de volver a verla y vivirla ahora con mi amada Elvira.
Llegamos a Madrid de Atenas, Grecia. Yo ardía de ganas de estar en Madrid. Me rasuré una noche antes, preparé mi ropa, pensando irme arregladito como para ir de boda. Ya quería oír mi idioma de nuevo. Tenía el ansia loca de volver a mi España tan querida. Las cuatro horas de vuelo fueron una película, era mi teatro del retorno. Veía mis imágenes de Madrid.
Tarareaba en mi cabeza el chotis de Lara dedicado a Madrid. Veía su estatua que el pueblo madrileño le dedicó en el barrio de «Lavapiés» al músico poeta mexicano. Recordaba al «Bernabéu», y a Hugo Sánchez, recordaba esos churros con chocolate en el barrio de «La Latina» con mi padre. Me veía a su lado caminando por la «Gran Vía», y el «Paseo Del Prado».
Al descender y sentir el Aeropuerto de Barajas, fue un sentirme en casa. Madrid nos recibió con un frío que pelaba. Llegamos a nuestro hotel en pleno centro de Madrid. Muy cerca de la entrañable «Puerta del Sol». Esa del osito y el madroño. Símbolo madrileño. Me llevé a Elvira a comer, recordando casi por olfato, el «Arco de Cuchilleros», ese de la Plaza Mayor.
Eran las tres de la tarde, hora del gran apetito hacia otro de mis placeres: la comida española. ¡Qué platos me enseñó a comer mi madre de este país! Tenía antojo de un cocido madrileño en «Las Cuevas de Luis Candelas». Por desgracia no había cocido, pero comimos un consomé calientito maravilloso, yo unas chuletillas de cordero y Elvira unos callos madrileños de rechupete. La vasija de barro borbotoneaba caliente, en su aceite de oliva, chorizo, tocino, y en la mezcla de los callos. Me di el gusto de acompañar mi comida con un vino tinto de la casa.
Otra vez en Madrid, pues unos churros de tarde con chocolate para el postre y para el frío. La «Churrería San Gines», tenía la palabra.
Así de plática y reconociéndome en esta gente, corría la tarde. Yo sí estoy enamorado de mi otra mitad: la española, de mi lengua y de la herencia cultural que nos dejó la gran España.
Al día siguiente, una cita nos esperaba en una ciudad que arrobó mis sentidos: Toledo. Un lugar al que fui como un homenaje a mi gran cineasta, no sé si favorito, creo que sí: Don Luis Buñuel. Era el reducto predilecto de Buñuel. Ahí rodó «Tristana». Aquella película con la belleza de Catherine Denueve, Fernando Rey y Franco Nero. Toledo me quitó el entendimiento.
Me dice Elvira que sólo decía: «Qué bonito, y qué bonito». Una ciudad medieval de un gótico, sefardí, árabe, judío y cristiano, que se entremezclan en el paso de las tres culturas que habitaron, dando forma de herencia potente a España, en muchas ramas: religiosas, filosóficas, médicas, matemáticas, teatrales, poéticas, comerciales, en el hondo saber.
Todo eso lo ves simbolizado en Toledo. Su arquitectura de ensueño, su gótica catedral, con pinturas del «Greco», sus callejuelas, su río «Tajo», pasando imponente y gallardo. Toledo es un éxtasis religioso vital, un canto de vieja melodía árabe judía. El lugar de amor y pensamiento de Isabel La Católica.
El homenaje a don Luis Buñuel se cumplió aparte. Los pasos del dolor de «Tristana», con su pierna lisiada se escuchaban, la decadencia del viejo don Juan, en «Don Lope», de Fernando Rey, se dejaban sentir, los cuadros del pintor Franco Nero, eran el abandono a «Tristana». Me fui de Toledo con dolor de dejar a la belleza, a la historia, que es la historia llevada a nuestro México.
Dejo mucho sentir en España, en Madrid, todo tendré que escribirlo en una segunda entrega. Hoy, paso mi última mañana, penúltima, debo decir, en Madrid. Partimos a París para ir ya rumbo a México. Muchas letras me piden aún las calles de mi Madrid. Las transcribiré como un obediente amanuense.
Raúl Adalid Sainz, a unos pasos de la Puerta del Sol de mi Madrid