Héctor Benavides in memoriam
Federico Berrueto
El proyecto político en curso no es el de la izquierda; lo niegan la determinación presidencial de militarizar al país, su resistencia a redistribuir la riqueza con una reforma hacendaria, no dar impulso a la inclusión y el respeto al adversario, su hostilidad a la libertad de expresión, su no hacer algo por los más pobres de los pobres, así como perder dignidad en el entorno internacional. Tampoco es de Morena, un movimiento que no se institucionalizó; sin programa ni propuesta que no sea la que venga de su líder moral, sino otra autoridad que la de él. El proyecto es Andrés Manuel López Obrador y él está dispuesto a hacerlo valer con todo.
Marcelo Ebrard tuvo su última oportunidad de trascender y la dejó pasar. Días antes, López Obrador puso en claro lo que sería su nueva condición de irse de Morena. Las palabras duras del presidente fueron claras: abandonar el proyecto obradorista sería condena y persecución. El trato no sería el de opositor, que en el código del presidente es tanto como ser un embozado de la corrupción y del conservadurismo, una enfermedad moral a resolver con severidad. Recibiría el trato de traidor, con todas sus implicaciones. Si con el uso de la justicia penal el adversario es investigado y amedrentado ¿qué no ocurriría con el infiel, el desleal? Verse en el espejo de la otra jefa de gobierno, Rosario Robles.
Cualquiera puede navegar en las aguas inciertas de la política, someterse al proyecto común sin importar identidad o coincidencia. No importan los malos ratos, los errores, las insuficiencias y que todo decante en el jefe, en quien manda. Nadar a donde lleve la corriente. Se trata es de aguantar para sobrevivir y cazar una nueva oportunidad. El problema para Marcelo es que por mérito propio y circunstancia alcanzó la cima, igual que sucedió con su mentor Manuel Camacho. No había otra ruta que la candidatura presidencial y para ello someterse al juego que le había encumbrado o buscar otra opción. Perdió y no supo qué hacer porque no es lo mismo hacer política desde el poder que hacerla contra el poder, mérito grande de López Obrador. Marcelo amagó con rebelarse; para eso más que argumento o razón se requiere valor. No lo hubo porque no se tiene y en el último minuto y amenaza de por medio viene una mal disfrazada claudicación.
Marcelo pierde mucho más concediendo ahora que si lo hubiera hecho al momento en el que el resultado no le favoreció. El daño no fue menor y sus argumentos son un regalo para la oposición. Con los de casa le acompañará la ponzoña de la sospecha y con los de fuera el desprecio por el despecho.
En política la rebeldía demanda no sólo valor y determinación, también estrategia, entender los tiempos y que las adhesiones, aunque interesadas no pueden ser perversamente utilizadas y dejarlas a la deriva, porque al hacerlo así se pierde todo. A Ebrard no le escrituraron las simpatías que en su momento mostró la encuesta. Ahora no despierta interés ni mucho menos respeto. Debe estar pensando en el caos para fundar su fantasiosa aspiración al 2030. La respuesta a López Obrador merecía una postura más firme y consecuente con su indiscutible talento e inteligencia, pero cuando no hay sentido de dignidad todo se pierde y la ruta la gobierna el temor a la represalia, justo como nunca hizo López Obrador en su prolongado periplo por el poder.
Con la candidatura presidencial de Ebrard, Dante Delgado vio venir una espléndida oportunidad para reposicionar a su partido. Marcelo tenía el potencial para competir, después desestabilizar la campaña de Xóchitl Gálvez y, eventualmente, obligarla a la declinación. Con Samuel García tal escenario es imposible porque impulsará a todos los socios del Frente y a muchos más a cerrar filas en torno a la candidata Xóchitl Gálvez; a MC no le quedará más que el triste papel de ser la oposición de la oposición, una suerte de PARM medio siglo después, con un candidato locuaz decidido a confundir, especialmente a aquellos jóvenes que creen que la política es una extensión de la frivolidad digital.