Raúl Adalid Sainz
Para recordar a don Luis Couturier, tengo que remontarme al año 1982. Fecha en que tuve el privilegio de conocerlo. De ser su compañero actor en la obra «Tartufo», de Moliere, dirigida por José Luis Ibáñez. Trescientas sesenta funciones en el Teatro Hidalgo. Desde que lo conocí, Luis te dispensaba una sonrisa.
Para un chamaco de veinte años que apenas comenzaba en el teatro, una bienvenida así, en una sonrisa de armonía, era muy importante. Te daba una grata entrada. Así era Luis. Amable. Te contaba detalles de la vida. De la profesión. Recuerdo que me hablaba de su admiración al maestro Ignacio Retes. Quien le dio sus primeras oportunidades en el teatro. Entre ellas, la célebre «Los Albañiles», de Vicente Leñero. Una obra me mencionaba como una experiencia fundamental en su carrera de actor, misma dirigida por el maestro Ignacio Retes: «El Pan de la Locura».
«Ojalá un día tengas oportunidad de trabajar con él «, recuerdo que me decía. Me hablaba también de una película que hizo con su hijo, Gabriel Retes: «Nuevo Mundo». Me hablaba que estaba enlatada porque era una película que hablaba de la Virgen de Guadalupe, y cómo había sido utilizada su imagen para lograr la verdadera conquista del indígena. Un invento para el control total. La espada, la cruz, y una virgen morena. Muchos años después esta película fue puesta a la luz, es excelente. Un gran trabajo de Gabriel Retes, Qepd.
Era juguetón Luis, siempre de buen humor. Daba la impresión de muy serio. Un día de función nos saludó tapándose la boca, se la descubrió y se había quitado su característico bigote. Él mismo se hacía burla, y nos decía: «Ven porque no me lo quito, tengo boca de pato».
Tipazo Luis. En esa obra siempre lo recordaré por las espléndidas escenas logradas con Claudio Obregón. «Cleanto», era su personaje. Una gran voz grave, y de gran potencia. En ese tiempo no se usaba micrófono ambiental. Su voz era tan potente, que yo le decía en admiración: «Tienes voz, como imagino tenían esos actores de las tragedias griegas, que padre voz Luis». Él se reía.
Me regaló una caricatura muy simpática. Un gran dibujante Luis. Quien era además de actor, arquitecto. Empezó tarde su carrera. Me contó que su padre se opuso a que fuera actor. Era un médico prestigiado y no quería los avatares difíciles de la carrera actoral para su hijo. Pero la vocación, es la vocación, y Luis fue un actor a quien nunca le faltó trabajo. Un día me contó que Eric del Castillo, le dijo en halago, que él no sería una estrella pero que nunca le faltaba trabajo, y muy buenos trabajos.
Y así era. A Luis Couturier lo recuerdo en obras, como: «Culpables», «La Señorita de Tacna», «Señor Butterfly», las tres dirigidas por José Luis Ibáñez. En «Don Juan Tenorio «, dirección de Luis G Basurto.
Hizo un comercial que fue un éxito de cigarros «Del Prado». Salía Luis fumando en una mecedora, en una cabaña, llovía, vestido de vaquero, y fumando decía: «Me gusta ver llover», un éxito ese comercial. Luis tenía muy buena facha. Unos ojos verdes intensos. Su característico bigote, muy alto, y delgado.
Sus últimos trabajos en que lo vi, fueron, en la obra teatral, «La Sociedad de los Poetas Muertos», dirigida por Francisco Franco, y en la película «Bardo», de Alejandro González Iñárritu. Extraordinario Luis en sus secuencias, como padre del protagonista cineasta, encarnado por Daniel Giménez Cacho.
Recuerdo que por mensaje felicité a Luis, y le manifesté mi agradecimiento por lo mucho enseñado en mi era de inicio de actor de teatro.
¡Gracias Luis, por todo lo dado, por ser tan generoso caballero! Puedes descansar en paz, te diste mucho como actor, y como un gran ser humano.
Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan