(Hace siete años se homenajeo’ la trayectoria teatral de Ludwik, quise traerlo de nuevo a la memoria presente)
Raúl Adalid Sainz
Ayer celebramos en el «Teatro Julio Castillo», el homenaje a la presencia de un hombre fundamental e insustituible dentro del desarrollo del teatro mexicano: Ludwik Margules.
Fui atraído por una mesa de discusión (yo diría celebratoria) acerca del trabajo de Ludwik con sus actores.
Quería recordar, encontrar respuestas a tantas clases recibidas por el sabio polaco, en aquel romántico: «Foro de Teatro Contemporáneo». O quizá, es la ausencia de un teatro y clases que no fácilmente vivimos. Exigencias de confrontación para nuestro quehacer profesional y de devenir humano.
La mesa estuvo compuesta por actores que habían trabajado con el maestro Margules: Ema Dib («Los Justos»), Álvaro Guerrero («Cuarteto», «Party Time»), Laura Almela («Cuarteto», «Jacqes y su Amo»), Rodrigo Vázquez («Los Justos», «Noche de Reyes»), Miguel Flores («Severa Vigilancia», «Los Justos») y Luisa Huertas («Antígona Nueva York», «Party Time»). Moderó Hilda Valencia, asistente de dirección de Margules por muchos años.
Muchas las experiencias contadas, maduradas éstas con el pasar de los años, fueron expuestas con hondura, y recibidas, por parte del escucha, con máxima atención. Un director que cambiaba las maneras logradas de trabajo del actor. Margules desestructuraba. Te hacía crear articulando: por el texto, por las imágenes, emergiendo del dolor hacia el placer. «Formulizar» el trabajo de expresión del actor, dijo Laura Almela.
Ema Dib, leyó parte de su bitácora, del proceso de «Los Justos», de Camus. Una obra que exigió de un gran movimiento interior por parte de los actores. Creando desde el subtexto, desde el enorme material histórico y de vida que investigaron los actores.
Álvaro Guerrero comparó a Ludwik con un cantinero. Si lograbas entrar a su cantina (previa madriza del cadenero Ludwik) entrabas a jugar bajo las reglas tremendas de Ludwik. Un actor necesitaba muchos ‘guevos’ para trabajar con él. Te cansaba y ahí decía que encontrabas la verdad del personaje. Esta no se encontraba en el histrionismo del actor. No soy literal a lo dicho por Álvaro, aclaro, así lo procesé.
Laura Almela recordó, «Cuarteto», de Heiner Muller: «Para decir tres parlamentos pasé un mes para desentrañar el qué y el cómo». Se refería a la comprensión que el actor tenía que lograr trabajando con Margules. El actor no accionaba bajo parámetros sensibloides con Ludwik; sino analíticamente para poder volar. Aquí también debo aclarar que esa es mi interpretación a lo escuchado.
Rodrigo Vázquez, habló que nunca había enfrentado a un director como Margules. Recordó que en ensayos cuando olvidaba el parlamento, Margules decía que era porque el personaje se estaba asomando; ya no el actor. Yo recuerdo, a este respecto, que en clases nos decía: «te dio miedo lo que sentiste por eso olvidaste la línea».
Miguel Flores, qepd, habló de la enorme importancia del trabajo teórico en el actor. Pensar qué se está haciendo, investigar el contexto de vida de la obra. Ludwik le clarificó lo que quería para el proceso de «Los Justos». «Lo extraño», dijo conmovido Miguel.
Luisa Huertas, habló de condición de vida de Margules. Mencionó que la guerra, los campos de concentración, fueron fundamentales en Margules para tener una posición en la vida. El actor mexicano no ha vivido esos procesos y eso nos diferenciaba de Ludwik, dijo Luisa, quién además recordó cómo aprendió con Margules ha crear una partitura del silencio en la obra «Party Time», donde poco hablaba, pero estaba en escena.
Este homenaje fue una verdadera clase de actuación. Como aquellas vividas en la calle de Chihuahua y Jalapa de aquel inolvidable «Foro de Teatro Contemporáneo». El no procesar el trabajo actoral, los resultados inmediatos de una epidérmica emoción, la poca profundidad o nula actividad subtextual, hacen que el actor olvide el verdadero proceso de exigencia creativa que un histrión debe tener.
Ludwik buscaba un actor culto, inteligente, valiente, imaginativo, intuitivo, capaz de transgredirse desde su sensibilidad, que calara hondo en el pensar y sentir de su personaje. El personaje viviendo en el actor y no al revés. De ahí su enorme exigencia. No quería actores naturalitos, televisivos. La naturalidad se construye, decía, en clases.
Fueron muchas cosas hondas las oídas. Poco a poco el inconsciente las irá revelando. Cuando se busca con pasión suelen aparecer verdades inquietantes. Al final de cuentas es el trabajo de quien quiere interpretar la vida, al ser humano. Esa era la grandeza de esos directores y maestros como Ludwik. Te motivaban a buscar, a buscar sin límites, a vivir, a imaginar, a confrontarte.
El humo de la pipa de aquel hombre parece circundar mi habitación. Quizá es que recordé bajo ese humo de tabaco las netas del trabajo del teatro, las verdades para ser un buen actor.
Ah, olvidaba decir, que se recordó que Ludwik, era un amante irredento de la comida. Sí, era un festín ver comer a ese señor gordito, con esa gran sonrisa al deglutir. «Come, come», recuerdo que me decía una mañana que me invitó unos tlacoyos, en un puesto callejero de una indita, que estaba enfrente del «Foro de Teatro Contemporáneo». Ludwik, comía desaforado, y se ensuciaba la barba blanca de salsa roja, así como el suéter gris. La imagen del gran maestro se diluía ante su frenesí gastronómico. ¡Qué lindos días! Lindo pelao ese Ludwik.
Nota: Evento sucedido el 7 de marzo del año 2016. Teatro Julio Castillo, en la Ciudad de México.
Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan