Mi homenaje a una gran mujer mexicana, a su obra dramática, a la gran: Luisa Josefina Hernández.
(Un sentir hermoso al ver una gran manifestación teatral)
Raúl Adalid Sainz
Apuro un sorbo de café y enciendo un cigarro, ¿por qué no?, quiero deleitarme al escribir una vivencia provocada por un gran suceso teatral.
He visto una saga histórica dentro de nuestro teatro contemporáneo mexicano. Seis obras de once que componen un mural dramatúrgico llamado: “Los Grandes Muertos”. Una orfebre de la literatura dramática es la creadora: LUISA JOSEFINA HERNÁNDEZ. Así, escrito el nombre con mayúsculas. Es soberbia su pluma, exquisita para narrar el acontecer humano.
Ayer, junio 15 de 2018, culminé de ver la saga de seis obras que componen estos lienzos maravillosos teatrales. La noche fue el reposo para que hoy, 16 de junio del año en curso, me vuelque en la emoción, en la reflexión que marca una transformación personal. ¿Qué se puede decir ante tanta belleza artística? Sólo tratar de silabar la vida en calma. En “Los Grandes Muertos”, vi la existencia en gajos de una naranja llamada arte.
La tercera llamada fue un comenzar de aconteceres de una familia en el sureste del Golfo de México. El bello Campeche en específico. El lugar es significativo en costumbres cotidianas de vida, pero lo más relevante es que de una descripción particular se adquiere la universalidad. “Descríbeme a tu pueblo y serás universal”, decía el gran escritor ruso Tolstoi.
Poco a poco, el acontecer de una familia hacendada (La Familia Santander) en el paraje cálido del sureste empieza a desarrollarse. Un desfile de personajes, situaciones y emociones se desgajan. Como espectador fui capturado desde la primera obra: “El Galán de Ultramar”, la segunda en esa primera visita al teatro Julio Castillo, me hizo decir: quiero más. Esa segunda puesta fue: “La Amante”. Ese primer regalo me lo concedió mi querida y admirada actriz, Julieta Egurrola con su invitación.
Estando casi en un rincón cerca del cielo de mi butaca pude sentir el teatro cuando está magníficamente montado. Textos de una precisión y estructura dramática notables. Diálogos que eran una delicia para la escucha. Actores prolijos en diversas emociones, inmersos en su ficción. Una escenografía e iluminación que eran un poema en recuerdo a la arquería de portales campechanos. Una música que me situaba en una época y en una atmósfera emotiva del acontecer. Un vestuario, maquillaje y peluquería que engrandecía la narrativa. Un movimiento escénico y gestual reverberante del alma misma de los personajes y su situación. Todo lo anterior, en la grandeza creativa de un inmenso director: José Caballero. Y digo, grande, porque para mí un gran concertador escénico, es aquel que organiza perfectamente su material para volcarlo en traducción al espacio, y que su construcción de ficción sea verosímil, creativa, evocante de imágenes, sentires y reflexiones para un espectador.
Eso me pasó. Ese eco de emociones quedó en pausa. A la semana que siguió recibí la invitación del querido Rodrigo Vázquez, actor entrañable de la obra, para continuar con las cuatro obras restantes en dos días. Un par por día. “Fermento y Sueño”, “Tres Perros y un Gato”, “La Sota”, y “Los Médicos”, fueron las obras. Toda una visita a la intimidad de la familia Santander, sus generaciones y personajes que los acompañan. Sí, así como anuncio de danzón dedicado.
Pero, ¿qué son “Los Grandes Muertos”?
Son los ecos de finales del siglo XIX y comienzos del XX en nuestro México. Y digo México, porque del sureste mexicano vemos lo global de un país que existió y prevalece en nuestros días. Las castas privilegiadas, el racismo, el clasismo, el rechazo a nuestras raíces indígenas, mestizas y negras. El desprecio a la diferencia conductual. El rechazo a la libertad de espíritu. El culto al patrón, al blanco, al dinero, al machismo, al autoritarismo, a la ambición y al egoísmo.
Pero también, “Los Grandes Muertos”, nos habla del amor, de la amistad, de la pasión, contenida y arrebatada, de la sinrazón, de la ternura, de los celos, de la gula, de la fidelidad, de la bondad, del miedo a ser auténtico, del tener que pagar un precio por ser genuino en nuestras decisiones vitales. Grandes temas y complejitudes humanas son tocadas en este mural de emociones. Un accionar de conductas, que borda en relojería de construcción dramática, Luisa Josefina Hernández.
Lo anterior no sería notable sin las grandes actuaciones de todo el elenco, sin la dirección inspirada de significar el espacio, de entonar en unidad a los actores, de narrar en respeto al género dramático de cada obra por parte de la dirección; y sin los grandes aciertos de todos los rubros señalados de este gran espectáculo. Una ficción conjunta construida en responsabilidad, disciplina y talento.
En estos días, de terribles diferencias políticas y sociales de nuestro México contemporáneo, valdría mucho la pena ver este gran trabajo. Se entenderá mucho de nuestros procederes. De nuestra incapacidad de sentir y entender a la diferencia, de nuestro autoritarismo en tradiciones y costumbres, de nuestra ciega y tonta (muchas veces) obediencia. De nuestro miedo a creer en nuestra valiosa esencia de ser mexicanos y entregarnos en cambio a nuestro eterno mal de malinche. De nuestro temor a entender que nuestra única posibilidad es el amor.
“Los Grandes Muertos”, en el «Teatro Julio Castillo», temporada hasta el 15 de julio. Una invitación a sentir por los cinco sentidos lo que es la palabra arte, y a esta inmensidad llamada vida, que con todo y sus desconcertantes contradicciones, es maravillosa.
Ficha técnica
Diseño de Vestuario: Jeridy Bosh.
Diseño de escenografía e iluminación: Jorge Kuri Neumann.
Música original: Alberto Rosas.
Coreografía y gestual de personajes: Ruby Tagle.
Diseño de maquillaje, peinados, y peluquería: Mario Zarazúa y Maricela Estrada.
Asistencia de Dirección: Georgina Stepanenko.
Dirección adjunta de Arturo Beristain, Octavio Michel y Mariana Giménez.
Dramaturgista: Fernando Martínez Monroy.
Producción residente: Fernando Santiago y Paloma de la Riva.
31 actores del elenco estable de la Compañía Nacional de Teatro y cinco actrices invitadas.
Producción de la UNAM, CNT, y el gobierno del Estado de Campeche.
A todo el equipo creativo y técnicos, gracias, muchas gracias por tanto dado, en noches clamantes de grandes vivos.
Nota: Texto perteneciente a mi libro: «Historias de Actores». Este gran homenaje a la maestra Luisa Josefina Hernández, se dio en junio de 2018. Ojalá se repitiera.
Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan