(El teatro y el cine dos magos que subyugan las emociones)
Raúl Adalid Sainz
En 1983 se realizó «El Vestidor», de Peter Yates. Con el gran actor de teatro y cine, el inglés Albert Finney como «Su Señoría», Tom Courtenay como su asistente «Norman», Edward Fox, «Oxenby», entre muchos actores del teatro inglés. La dirección y elaboración del guion es de Peter Yates, basado el libro cinematográfico en la obra teatral del gran dramaturgo Ronald Harwood.
Todo se circunscribe dentro de una compañía teatral shakespereana que lleva a cabo sus representaciones en plena segunda guerra mundial. En medio de los bombardeos alemanes a Inglaterra.
Ahí encontramos a un viejo actor amante furibundo y pasional de Shakespeare. La película refleja la pasión por el teatro. Ese confundir realidad y ficción. Ese actor que se transforma dentro de un camerino. Ese actor que es débil, que es un niño abatido, que se le tiene que animar para que salga a escena porque el intérprete muchas veces tiene miedo o cree que no vale la pena nada.
Al entrar al escenario todo se olvida, los dioses que resguardan el talento abren las puertas de la emoción y de la creencia escénica. Finney se avienta un clavado emocional realizando el papel de «Su Señoría», enfrenta y vive como el canto final de un cisne la representación del dificilísimo papel de el «Rey Lear».
El actor vive un tremendo compromiso con Shakespeare y con el teatro. Su secretario «Norman» ha sido su Sancho Panza, ese que ha estado al cuidado del mundo de ficción en que vive su patrón. Resguarda a su amo de gigantes que cree ver cuando son molinos de viento. Hermosa relación.
Triste finalmente, porque cuando muere el vetusto intérprete en el camerino, no hay un sólo reconocimiento en el comenzado diario de agradecimiento del viejo actor. Ni una sola línea para el fiel «Norman». Edward Fox, célebre actor de teatro inglés, admirado por mí por su interpretación del asesino a sueldo en la cinta «El Día del Chacal», hace una recreación del amargado actor «Oxenby».
«El Vestidor» es teatro, es teatro dentro del cine. La cámara es un intruso invisible que retrata la vida del actor, sus relaciones de trabajo, su fragilidad ante la realidad, su comodidad en la ficción y la dificultad de llevar a cabo al más grande dramaturgo que ha dado la existencia: William Shakespeare.
Vaya aquí, en este escrito, un recuerdo a ese gran montaje realizado por el director teatral José Luis Ibáñez, Qepd, a «El Vestidor» en 1984, en el Teatro de los Insurgentes.
Dos espléndidos actores encabezaban el elenco: Don Ignacio López Tarso como su «Señoría» y el querido Héctor Bonilla como «Norman». Los dos en el descanso de una espera de tercera llamada de escenario. Aquel montaje teatral es una parte que da nombre a mis emociones. Una inspiración para el actor que ama al teatro, a Shakespeare, y a los grandes actores.
Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan