Federico Berrueto
Los mexicanos debiéramos ver con preocupación la ruta que han tomado los acontecimientos en Venezuela. Es probable que el gobierno del presidente Trump proceda a la defenestración de Nicolás Maduro por la vía militar, a pesar de la opinión pública norteamericana en contra de la incursión bélica y la indignación amplia por las ejecuciones sumarias en el Caribe, presuntos crímenes de guerra. La preocupación es triple: las implicaciones derivadas de la respuesta militar para el combate de las drogas, la condición global de ese negocio y el interés político subyacente en la región.
México es el principal proveedor de drogas al mercado norteamericano porque las produce, transporta o exporta. El cártel de Sinaloa y el CJNG operan bajo la noción moderna de empresas que concesionan el servicio a grupos criminales preexistentes; ambas organizaciones son las principales operadoras del narcotráfico en el continente y en parte de Europa. Las declaraciones de los jefes narcos mexicanos en EU, además de dar claridad sobre su situación en el país y la protección de las autoridades nacionales, mostrarán cómo opera globalmente el dinámico y poderoso negocio de las drogas y la manera en que blanquean el dinero que por mucho excede al sistema financiero nacional.
En perspectiva, el problema mayor del mercado ilegal de las drogas y especialmente la exportación de fentanilo remite a México. La situación es simple, si la corrupción en México permite que el contrabando de combustible transite por carreteras, vías de ferrocarril, puertos marítimos y terrestres, ¿qué tan difícil es transportar unos cuantos kilos de fentanilo, suficientes para envenenar a cientos de miles de consumidores? Según información de campo, las drogas transitan por vía terrestre y para pasar la frontera, las mulas o quienes las transportan son de origen norteamericano en sus propios vehículos.
Destruir botes en el Caribe con desproporcionado despliegue bélico no resuelve el problema; es espectáculo macabro propio de la cultura de entretenimiento, que, por cierto, contraproducente porque la importante atención se acompaña del repudio. Venezuela no pinta como productor y exportador en el comercio ilícito de estupefacientes. No se debe ignorar que allí está la principal reserva de petróleo en el mundo. El exceso de significado de esa guerra vuelve inevitable que la mirada persecutoria se traslade a México y Colombia.
El combate eficaz a las drogas se hace a través de inteligencia, más allá de drones y vigilancia a las telecomunicaciones. La presencia de agentes norteamericanos encubiertos y la penetración de los servicios de inteligencia del país huésped son la marca de la casa, además de la obligada colaboración institucional. Lo que no se haga por las buenas se hará por las malas, como la detención de El Mayo Zambada, imposible no haya ocurrido sin intervención de alguna o varias de las agencias norteamericanas, a pesar del testimonio en otro sentido del autor secuestro. Sospechosa exoneración de las autoridades norteamericanas en su dicho formal y ampliamente difundido por el gobierno. La exigencia de información de los presidentes López Obrador y Claudia Sheinbaum se resolvió por la vía del testimonio de Joaquín Guzmán López, hijo de el Chapo.
México debe estar preparado porque el gobierno norteamericano ha perdido sentido de los límites. Por una parte, bajo el pretexto de combatir al terrorismo vinculado con las drogas está dispuesto a intervenir en un país como Venezuela, actor no relevante en el negocio de narcóticos, incluso deponer por la vía de las armas al dictador Nicolás Maduro; por la otra, indulta al expresidente de Honduras, Juan Orlando Hernández, sentenciado a 45 años de prisión en EU por estar implicado en la exportación de toneladas de cocaína a dicho país, evento que se da en el marco de la elección presidencial en dicho país, donde Trump, al igual que en Argentina, interviene abiertamente con la amenaza de que si el voto no favorece al candidato preferido de él, enfrentarían la hostilidad económica de EU.
El interés subyacente en la lucha contra las drogas no tiene que ver con seguridad, ni siquiera con la contención del tráfico de estupefacientes. Se trata, al igual que los aranceles, de recursos discrecionales del presidente norteamericano para la consecución de objetivos, a veces ideológicos, otros de franco y cínico negocio familiar en términos de corrupción y cinismo inéditos. De Trump se puede esperar todo. Preocupante que sea en el marco de la virtual renegociación del acuerdo comercial.







