Raúl Adalid Sainz
Sí, con mis zapatos de payaso y mi espada de madera fui a comprarme fortuna por el viejo Madrid.
Meterse cuatro horas y media a contemplar el arte al Museo del Prado, es toda una aventura a los sentidos. Antes de entrar, un guitarrista que tocaba a las afueras del museo, me hizo llorar. Tocaba «El Capricho Árabe», de Francisco Tárrega. Esa que yo oía de niño en mi casa cuando mi padre quería recordar España; tocada por Narciso Yepes. Me acerqué y le di las gracias. «Me ha hecho recordar a mi padre», él sonrió agradecido, como si el tiempo de la memoria dijera: ¡así es la vida!
Los diferentes cuadros me hicieron sentir estadíos diversos: El Bosco, Rivera, Murillo, me clamaron pasiones religiosas. Cristos que me hicieron vivenciar su pasión. El periodo negro de Goya me alucina. Me hace que brote el subconsciente de dolor humano. De sueños de la razón que dan luz a lo guardado. A lo secretamente oculto por profano.
Su perro perdido en la anchura de la nada, es el hundimiento de anhelar una mano salvadora. Este periodo de Goya, y esta sección de pinturas son las que más me llegan. Pero no olvido a Velázquez y sus «Meninas», a su Cristo en dignidad, a sus extasiados borrachos, a Zurbarán, al «Greco», a las «Majas» de Goya.
Un carrusel de momentos que no sé qué voy a hacer con ellos, ni cómo voy a ordenarlos. Traigo el alma y los ojos tan llenos de ti. Así salí del «Museo del Prado». Las calles se llenaban de asistentes. La alegría de la cabalgata de los Reyes, estaría por circular por el Paseo de la Castellana. Los Magos de Oriente son reyes en Madrid. Aquí el «Papá Noel» es un actor secundario.
Ese seis de enero, a la mañana siguiente, vería a mi amigo Armando Moreno Leal, después de treinta y cinco años. Un día nos despedimos en la Ciudad de México, nunca nos volvimos a ver, hasta ese mediodía de Madrid.
Compañeros del teatro, en la obra «El Vuelo» (La emigración libanesa a México) donde nos conocimos. Lugar de la cita: «La Puerta del Sol», ahí en «El Oso y el Madroño». El símbolo de Madrid.
Cómo ordenar tantas cosas por contarse. No sabíamos un ápice, el uno del otro, desde que nos despedimos. El gusto, el cariño, la risa, la nostalgia, México en Madrid, condujeron la sinfonía de pasados y presentes. ¡Qué tarde tan maravillosa! Unos jamones ibéricos, unos quesos de oveja, y un par de cervezas, pusieron el botón de arranque.
Recordamos a nuestro querido director teatral, Hebert Darien, a Claudio Brook, a Juan José Arreola, nuestros presentes de vida, el cómo se compone un buen actor, vivimos el instante de vida en Madrid. La locación ideal: «La Plaza Mayor».
Acompañamos mi esposa Elvira Richards, y un servidor, a Armando, a tomar su tren. Él vive en una población de Castilla La Vieja. Nos despedimos en «Puerta del Sol», volteé a verlo, sin que me viera, y pensé que ojalá volviéramos a vernos. Un tipazo el buen Armando. Quien sigue haciendo teatro, ahora por estas tierras. Duele dejar a alguien con quien compartes en cariño este escenario llamado vida.
A la mañana siguiente nos iríamos de Madrid. Esa mañana muy temprano puse a Serrat. Corrí un poco las cortinas. Vi gente que caminaba. El frío se sentía a través de la ventana. Gente hacía cola en un dispensario de asistencia de comida. Vi unas palomas que volaban, vi, sentí Madrid, unas lágrimas asomaron por mis ojos. Del móvil se escuchaba a Serrat cantar: «Vivir, para vivir, sólo vale la pena vivir, para vivir».
Esa mañana, antes de partir, pedí al «Oso y al Madroño», me concediera la gracia de volver un día a Madrid. El libro estaba por cerrarse, hoy al escribir estas las últimas letras de ese viaje hermoso, me doy cuenta que todo está por comenzar.
Es el tiempo en que los detalles, los instantes, dictarán que viví por París, Londres, Venecia, Florencia, Roma, Atenas, Toledo y Madrid. Hoy acaban estos relatos que les he querido compartir. Para un escritor-actor, son un material invaluable, pues nuestra materia de trabajo no es otra que la vida. Sólo que sin lector ni espectador nada tiene sentido. Ustedes son quien los complementan. ¡Gracias por la bondad de sus lecturas y comentarios!
¡Gracias por el milagro de su atención!
Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan