Entre las joyas ocultas que tiene la cartelera de Netflix, resalta este filme de Stephen Chbosky, de 2012, que no alcanzó el merecimiento que se merece, en especial cuando ha sido comparada con películas señeras referidas a historias de vidas, de crecimiento y del doloroso tránsito que significa madurar, asumir la vida, amar, en definitiva. Sus protagonistas son adolescentes estadounidenses que, por medio de la diversión (y evasión) tratan de superar sus conflictos que, a esa edad y en ese contexto, parecen más trascendentes. Narrada desde la perspectiva de un chico introvertido aspirante a escritor, este pequeño gran filme termina seduciendo precisamente porque nos conecta con el adolescente que alguna vez fuimos o con el que quisimos ser
Víctor Bórquez Núñez
Un dato relevante para considerar es que Las ventajas de ser invisible es la adaptación de una novela escrita por el mismo director Stephen Chbosky, ambientada en 1991, teniendo como personaje central a Charlie (Logan Lerman), un muchacho muy sensible, con un talento indiscutible pero que no logra encajar en el medio donde vive. Es un chico que prefiere observar a los demás, tomar distancia de las personas y tratar de no molestar a nadie.
¿Las razones? Algunas las conocemos de su propia boca y las otras desde que entabla relación con dos chicos que lo conducirán en una historia de autodescubrimiento y la gran razón solo la conoceremos al final, en los minutos previos al the end. Y esta sorpresa eleva el filme o lo hunde, según sea la sensibilidad de los espectadores.
Este retrato generacional gana valor gracias a las estupendas interpretaciones y a la sensibilidad con que el realizador Chbosky asume el camino que conduce a la madurez de estos jóvenes.
El punto clave de todo es cómo uno conecta con su propia historia, sobre todo cuando gracias a Patrick (Ezra Miller), extrovertido y carismático, junto con su hermanastra Sam (Emma Watson) ayudan a Charlie a superar su timidez, hacer amigos y pasarlo realmente bien por primera vez y a sentir por vez primera qué es el amor.
Y el director aprovecha de citar filmes -The Rocky Horror Picture Show, de Jim Sharman, 1975- y de crear una galería de situaciones y personajes creíbles y queribles como la primera novia (Mae Whitman), el simpático profesor de inglés (Paul Rudd), lo que ayuda a equilibrar el tono dramático, porque este filme es la historia sencilla de un drama potente que Chbosky pretende mostrar sin caer en excesos, aunque sí no puede evitar los convencionalismos del cine sobre adolescentes y algunas situaciones más previsibles. Esto, sin embargo, no resta intensidad a esta película que termina siendo una de ésas que te acompañan en los recuerdos (como sucede con El club de los cinco, una joya del director John Hughes de 1985.
Si bien este filme no es una obra maestra, ni pretende serlo, su encanto, humor bien dosificado y su entretenido desarrollo, unido a una banda sonora “de película” y un retrato sincero y amable de una juventud específica, este filme resulta uno de los títulos que debemos rescatar del olvido injusto, porque en comparación con otras películas sobre adolescentes actuales es, lejos, un trabajo honesto y plasmado de buenos instantes.
Y valga subrayar que el gancho fundamental radica en las buenas actuaciones del trío, donde Emma Watson logra hacernos olvidar que ella es la eterna amiga angelical de Harry Potter y en donde Ezra Miller aporta su chispa y encanto para que el protagonista comience su periplo hacia la madurez. Todo esto enmarcado por una poética fotografía que acentúa la nostalgia de una época, unos personajes y unos anhelos que sencillamente nos enamoran.
Y una gracia adicional es que se trata de una película de adolescentes pero que no necesariamente tiene que ser obligatoriamente vista por ellos. Tiene esos tintes de nostalgia y trata temas que podrían atraer a un público más adulto, precisamente porque es diferente en su tratamiento y en sus virtudes.